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2, octubre 2015 - 10:49

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POR A. G. GONZÁLEZ

JESÚS Ramírez Ruvalcaba cumple una década de haber conseguido el campeonato del Mundo Sub-17 junto a un grupo de jóvenes que nunca dejaron de creer en lo que les decía su entrenador. Un logró en categorías menores que tomó trascendencia de mayores. Un 2 de octubre de 2005 en el estadio Nacional de Lima, ante Brasil, con 3-0 a favor, medallas, trofeo, risas y más risas…
A partir de ese momento, al estratega le ha cambiado el panorama de muchas formas. Sin dejar de lado por supuesto las fechas familiares, esta época del año es su preferida por todo lo que representa en su vida, en la de aquellos que estuvieron a su lado en ese momento, pero también en la de aquellos que les tomaron como ejemplo para hacer cualquier otra cosa acompañada de éxito.
Para Jesús debe ser la quinta o sexta llamada que recibe al respecto porque al iniciar el tema se ríe un poco.
-¿Ya sabes para lo que te llamo? Dice el reportero.
– (Ríe) “me imagino, pero siempre es un gusto”, contesta Ramírez.
Un par de horas antes había tomado un avión rumbo a Oaxaca, en donde se presentaría para una de las tantas conferencias que da al año con el tema de cómo manejar las ideas y llevarlas a la realidad. El tipo no para, aunque en estos momentos esté alejado de los reflectores de un equipo de primera o alguna selección nacional.
“Para mí, cada año que pasa lo valoro más, toma otra dimensión”, inicia con la remembranza de todo lo que consiguió en aquel Mundial juvenil, para el que, hay que decirlo, muy pocos confiaron en él cuando empeñó su palabra al asegurar que sería campeón de la justa. “Si en el momento de haberlo logrado fue importante, hoy todavía más por lo que generó para todos los que fuimos parte de ello. No solamente es un logro deportivo como tal, sino el inicio de otra etapa en el futbol mexicano, un parteaguas”.
Después de meses de visorías y de lograr formar un grupo de jugadores en los que confío la idea que tenía, Ramírez se embarcó en el camino a Perú en medio de las dudas que se generaron en relación con lo que podían hacer. En esos momentos, nombres como Carlos Vela, Héctor Moreno o Efraín Juárez eran tan desconocidos que espantaba. Por ahí se nombraba un poco más al hijo de Zizinho -jugador del América y de la Raza (futbol rápido)- que echó raíces en Monterrey, en donde Giovani comenzó a figurar.
“Ningún obstáculo fue lo suficientemente poderoso para pensar en no ser campeones”, añade Jesús, quien habla con la misma serenidad que en esos momentos. “A diez años esto se ha mantenido vigente porque no tiene edad, es un logro permanente que inspira y transmite. Yo lo valoro mucho y le platico a la gente lo que puede hacer, ver las cosas en otro punto de vista”.
Recuerda que había gente, incluso parte de las selecciones nacionales (en ese momento dirigidas por Humberto Grondona) “que se reían y decían: ‘Este muchacho no tiene recorrido’, pero después ellos mismos una vez que logramos el campeonato me mostraron su arrepentimiento por no pensarlo igual”.
Ramírez, junto a su esposa Lourdes, lleva años en el estudio de la parte mental, convencido de que el ser humano es consecuencia de sus pensamientos. Asegura que con el éxito las responsabilidades son mayores, y no se refiere exclusivamente al futbol.
En la primera fase del torneo, México venció a Uruguay y a Australia. En su tercer juego cayó contra Turquía y clasificó, pero como segundo lugar de grupo. Regresaron las dudas. Pero sólo en el exterior, porque en la interna, Ramírez se mantenía en la misma. Los cuartos de final ante Costa Rica volvieron a sacudir el proyecto con los tiempos extra.
Ya para las semifinales ante Holanda, la Selección mexicana dio un golpe de autoridad que se extendería hasta la final, en la que derrotaron 3-0 a un Brasil sorprendido por la capacidad de los mexicanos en la cancha.
“En lo deportivo se abrieron las puertas a nivel juvenil. Había equipos que trabajaban, pero ahora son prácticamente todos. Antes nadie quería entrenar uno de estos equipos y hoy se tiran de cabeza por dirigir a la Sub-13 o la que sea porque es un nicho que se respeta a nivel mundial”, confiesa Jesús. “Si esto lo hubiera hecho un brasileño se hubiera hecho mucho ruido, pero no pasa nada. Creo que el mexicano es igual o mejor de capaz que cualquiera del mundo, siempre y cuando sepa bien lo que quiere”.
En estos momentos, además de sus conferencias, Ramírez trabaja con la federación de Japón, a la que su estilo y formas llamaron la atención hasta invitarlo a implementarlos.
No ha perdido la pista de aquellos muchachos que formaron el grupo campeón, aunque la vida los ha llevado por diferentes caminos, incluso fuera del futbol. “Tengo contacto con todos, todos los días nos escribimos en un grupo de WhatsApp. Todos los días sabemos de todos, hay de todo, otros ya no juegan pero hoy son técnicos y todo lo aprendido lo tratan de poner con otros chavos”.
Y cita el ejemplo de Christian Flores, quien fue el tercer portero en aquel Mundial y ahora es técnico en Tercera División, “quizá no fue el arquero de primera, pero sí está formando con su conocimiento y eso también suma. En otros casos no están dedicados al futbol, pero igual me dicen que les ayudó mucho para desarrollarse”.
La charla pudo haber durado horas porque el tema y aquello de recordar siempre nutre al hombre que ha vivido cosas importantes. Así se siente Jesús Ramírez, quien nuevamente agradece a todos aquellos que estuvieron a su lado en ese momento y fueron parte de este logro. También a los que no confiaron porque de alguna manera reforzaron la motivación que de por sí traía. Hoy se cumplen diez años de ese campeonato Sub-17 (el primero para México) y la sensación de triunfo está tan fresca como ese dos de octubre de 2005, cuando todo cambió…

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