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Mira

22, diciembre 2015 - 10:40

┃ Fernando Schwartz

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RAFAEL Márquez, el más grande defensa que ha producido el futbol mexicano, está de regreso en su tierra adoptada, Guadalajara, para decir adiós en el Atlas que lo vio nacer futbolísticamente cuando salió de su natal Zamora, en Michoacán, a iniciar un sueño que tuvo el principio en Atlas, que se rozó con la realeza del Principado en Mónaco, que alcanzó la élite futbolera en Barcelona, que volvió a rugir con un León bicampeón para después cumplir el sueño de toda su vida, que era jugar en Italia, y lo hizo dignamente con Hellas Verona para volver a su querencia natural en la recta final de su brillante camino.
Rafa fue un sui géneris de técnica individual, de ubicación y de combatividad. Sus largos toques a la espalda de los defensas con más de 40 metros de lanzamiento marcaron toda una época en el futbol e inspirado por su ídolo Franco Baresi, al que un día veía en TV con su padre, se prometió emularlo y estar en las alturas de la Champions y lo logró siendo el único mexicano que se ha coronado. Cuatro Mundiales con el Tricolor, goles importantes, actuaciones de gallardía, momentos difíciles, pero al final del camino ese cuatro representado por Márquez se convirtió en símbolo y fortaleza en diversas etapas del tricolor mexicano.
Rafa dejó a los 12 años su casa para ir en busca de un sueño. Su introvertido carácter y seriedad habitual no fueron obstáculo para que con disciplina y entrega saliera adelante para con La Volpe terminar de pulirse y convertirse en la estrella con reconocimiento a nivel mundial. Rafa además venció sus carencias físicas y con arduo trabajo ha logrado que sus músculos respondan a lo máximo y a sus 35 años lo mantengan vigente y con el ánimo para cerrar en Atlas el libro que abrió y que está lleno de páginas de gloria.
Quedará aquella famosa anécdota cuando fue llamado a la Selección por vez primera en 1997 por Bora para un encuentro amistoso contra Ecuador. Bora pidió a Márquez del Atlas y le dijeron: ¿Cuál de los dos, César o Rafa? Él respondió: pues tráiganme a los dos porque no recuerdo el nombre, y así, mientras un César se truncó en el camino, un Rafa emergió como el “Káiser” michoacano, apodo que le puso Enrique Bermúdez por su similitud con el Káiser Beckenbauer, y vaya que en elegancia y parado para jugar, más el gran toque de balón y el disparo de media distancia, le hicieron honor a un sobrenombre que le acompañó en toda su carrera.
Rafa está de regreso y me llena de gusto que dé el paso que siempre deseó porque en esta vida no hay como dedicarse a lo que uno desea y satisface, además de que la promesa que él dio cuando en aquel 99 emigró a Mónaco hoy es una realidad. Además, no me da pena decirlo en este homenaje, sincero y corto a Rafa, que por azares del destino y manos intermedias aún no se cómo se quebró la buena relación que durante años sostuvimos ambos y que de dos años a la fecha se borró y desvaneció con esos duendecillos calienta cabeza que nunca faltan en el mundo del futbol y espero que ahora con los colores rojinegros ese negro panorama quede atrás y que el rojo nos permita volver a extender caballerosamente la mano mostrando madurez y vencer a aquellos que lograron fracturar nuestra relación.
Rafa está de regreso y el hijo pródigo se viste de rojinegro. Hombre de palabra, hombre de convicciones, un grande en la historia del balompié mexicano.