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25, enero 2016 - 19:54

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POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA

El próximo domingo se llevará a cabo la corrida de toros más importante del calendario mundial, taurinamente hablando. Será un lleno hasta el reloj y los toreros nos deleitarán con lo mejor del toreo, de eso no habrá duda. Lo único que está para pesarse es el juez que presidirá el festejo, porque desde hace varios años al parecer no hay uno que cuente con la capacidad para llevar un festejo como Dios manda.

Es claro que tener toda la razón y complacer a miles de personas es complicado, casi imposible. Pero la realidad es que los jueces que han manejado el palco de la autoridad de la Plaza México definitivamente no se acercan ni tantito a unificar siquiera un pedazo del grueso de personas que asisten al Gran Coso.

Es más que un desatino escuchar a un juez decir que no se premió a un torero simple y sencillamente porque, “se me pasó”. Vaya, en serio que no se puede con eso; evidencia una clara falta de conocimiento en torno a la dimensión donde se está parado. Y dejemos a un lado si se sabe o no presidir un festejo, aquí la realidad es trasparente como el agua: no se tiene el sentido común para entender las circunstancias. Saber de toros o haber sido torero no necesariamente da el conocimiento para ser juez de plaza. Creo que este puesto, además, conlleva mucha claridad para entender una dinámica actual. Estamos en el siglo XXI y las cosas han cambiado: el comportamiento de público, las faenas de los toreros, las cualidades de los toros. Ya no es la fiesta de hace 30 años y esto es lo que un juez debe entender. El biombo se debe refrescar con personas que, además que sepan de toros, entiendan esta nueva dinámica que no le basta con saber de toros, sino de entender una realidad que exige mentes abiertas, claras, comprensibles y criterios bien colocados para estar emparejado con las nuevas aficiones.

Es incalificable que la tarde del domingo pasado, pudiendo haber terminado de manera triunfal con la salida a hombros de los toreros, por la falla vergonzosa del juez de plaza Gilberto Ruiz Torres haya dado al traste. Y es que no solamente queda ahí la cosa, sino que la seriedad que se está ganando con una Temporada Grande tan importante como está siendo la que celebra actualmente la empresa, termine en una pachanga por la falta de sensatez del juez. Es momento de cambiar el biombo, de refrescar las ideas en ese palco y colocar a personas capaces de entender lo que es la fiesta de los toros hoy en día. Que si no se otorgaron las dos orejas a algún torero no sea porque, “se me pasó”, sino que tengan una serie de argumentos muy válidos para defender la fiesta en la Plaza México. Sí, para defenderla, porque tampoco se deben regalar orejas como en otras muchas ocasiones lo hacen los actuales jueces; cuando un nuevo juez sea serio y con un juicio bien sentado, podrá no dar las orejas o podrá otorgarlas, pero siempre con una base sólida y congruente. No con un, “se me pasó”. Qué clase de fiesta tenemos en la Plaza México por culpa de los jueces, porque si al final el doctor Rafael Herrerías hace hasta lo imposible por unificar criterios y llevar en paz la fiesta, resulta que ahora el problema son los jueces de plaza, ya que son quienes le restan seriedad al espectáculo en la capital.

Al término del festejo del domingo pasado le preguntamos al juez Gilberto Ruiz Torres porque había negado las orejas y su respuesta sólo fue reconocer que se le había pasado, nota que publicamos.