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13, febrero 2016 - 1:18

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CORTESÍA DE JORGE ISLAS NEGRETE

FOTOS: OMAR FLORES

Con el júbilo y la fe desbordada, miles de feligreses se dieron  cita en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, Benito Juárez, así como a lo largo y ancho del recorrido sobre Circuito Interior Río Churubusco, hacia la Nunciatura Apostólica, ubicada en la calle Juan Pablo II, en la colonia Florida, para dar la bienvenida al Sumo Pontífice el Papa Francisco, quien fue recibido por el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y la primera dama del país, Angélica Rivera, al filo de las 19:30 horas, cuando hizo su arribo procedente de La Habana, Cuba, en el avión de Alitalia, que trasladó al invitado de Estado y su séquito, así como a periodistas acreditados de medios internacionales que cubren su gira.

Al caer la noche y surcar los cielos de la ciudad de México, el avión papal después de taxear sobre la pista que lo condujeron al Hangar Presidencial, donde ya unas cinco mil personas esperaban ansiosamente al Santo Padre desde las 14 horas. Al abrirse la compuerta delantera del Airbus 330 y después de cierta logística, y salir de la aeronave, todo fue algarabía con gritos de emoción y agitando pañuelos blancos y amarillos, empezó a descender por la escalinata, y que ya en la zona protocolaria, lo esperaban el presidente Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera, para saludarlo y darle la emotiva y cordial bienvenida, sobre la alfombra roja; en tanto se escuchaba a un grupo de mariachis y se escenificaba un bailable folclórico.

Mientras un impresionante dispositivo de seguridad abría paso a su Santidad el Papa Francisco, éste reflejaba un rostro que irradiaba alegría, al esbozar agradables y amplias sonrisas, en tanto su interlocutor el presidente Peña Nieto, intercambiaba opiniones, e iba conduciendo al Santo Padre por la ruta trazada, pero al pasar a unos metros del coro musical, donde se encontraban Pedro Fernández, Lucero, Diego Verdaguer y Amanda Miguel, entre otros integrantes, entre ellos niños y niñas, lo vitorearon y aplaudieron, algunos de ellos con lágrimas en los ojos; lo que hizo que el Papa Francisco, a invitación de la primera dama del país, se acercara a ellos a saludarles y bendecirlos: rompiendo así el protocolo estipulado, hasta en tres ocasiones, al volcarse de agradecimiento y gusto, todos los ahí presentes, a quienes los bendijo de derecha a izquierda, y que su mano derecha cortaba el viento gélido, el cual en un momento determinado le voló su solideo blanco, el cual nuevamente le fue colocado por su asistente.

Con una impecable vestimenta blanca y su pectoral, como signo de humildad, en lugar de ser un crucifijo de oro, era de plata; después del recibimiento en el que destacaron las miles de linternitas agitadas y, por otro lado, el repicar de las campanas de la Catedral Metropolitana, como señal de bienvenida. Se acercó a la comitiva de invitados especiales, incluyendo miembros de la curia, entre ellos el Arzobispo Primado de México, Monseñor Cardenal Arturo Rivera Carrera, quien saludó al igual que el purpurado, a su máximo guía espiritual; también harían la salutación correspondiente los secretarios de Estado.

En ese contexto, fue tanta la emoción despertada por los feligreses, desde días previos a su arribo, que varios de ellos se dieron cita en la Nunciatura Apostólica para depositar cientos de cartas dirigidas al Santo Padre Francisco, con toda una serie de peticiones, tanto de oraciones para sanar personas, como la intercesión ante las autoridades federales, por los derechos humanos y los discapacitados.

Hoy sábado, se prevé una visita histórica a Palacio Nacional, al ser el primer jerarca eclesiástico de la iglesia católica en acudir a un encuentro con el primer mandatario del país en tan emblemático recinto. También se reunirá con Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, quien le entregará las llaves de la ciudad y lo nombrará Huésped Distinguido. Por la tarde, acudirá a la Basílica de Guadalupe, a postrarse y orar ante la Santa Emperatriz  de las Américas y de los mexicanos; así como a oficiar una misa con su séquito.

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