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Mira

24, marzo 2016 - 8:03

┃ José Ángel Rueda

cruyff

Siempre fue difícil describir a Johan Cruyff, fueron tantas sus facetas que hasta parece injusto tener que jerarquizar.  En él no existen las comparaciones, dentro de un campo de futbol fue todo lo que alguien pudo imaginar. Líder indiscutible, con una técnica incomparable y ese carácter que a veces tienen los ídolos de siempre. Era normal verlo volar sobre el campo, flaco, despeinado, con el eterno 14 cuidándole la espalda.

Bandera inconfundible del “Futbol Total”, caudillo de la revolución futbolística que encontró en sus pies y en su cabeza al mejor de los intérpretes. Debutó en el Ajax con apenas 17 años, se hizo ídolo muy pronto y a partir de ese momento comenzó a escribir su leyenda. Años más tarde triunfó con el Barcelona, imprimiéndole su sello inconfundible.

Con la “Naranja mecánica”, en donde, dicen, fue todo, tuvo varias historias. Debutó en 1966 y diversas circunstancias hicieron que sólo pudiera jugar una Copa del Mundo, pero con esa bastó. Cruyff fue el pilar de Holanda en Alemania 1974, llevándola hasta la final para quedar muy cerca de la consagración, pero no pudo ser. En aquella Holanda no existía nada más que el cómo. Sin posiciones fijas, aquellos jugadores reinventaron la velocidad.

Cruyff no ganó nunca una Copa del Mundo, aunque a decir verdad, se quedó muy cerca. A falta del título colectivo, la leyenda holandesa es considerado como uno de los futbolistas más grandes que el mundo ha podido ver. Resulta imposible encasillarlo en una sola posición, sería como faltarle al respeto a su filosofía, quizá por eso es que ganó tres balones de oro, uno por su labor en defensa, otro por su maestría en el medio campo, y el último, por su eterna búsqueda del gol.