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5, mayo 2016 - 20:49

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Nota-Toros-Ignacio Garibay

POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA

El pasado 30 de abril la Monumental de Aguascalientes registró una de las faenas que podría ser la triunfadora del serial por su contenido de principio a fin, y más aún, de las que se quedan en la mente para siempre. El autor es el matador Ignacio Garibay, quien tomó como lienzo la arena de esta importante plaza para pintar una obra de arte teniendo como materia prima un toro de Fernando de la Mora. Esta bellísima pintura bien vale la pena deletrear, como deletreada fue la forma en que de igual modo Garibay escribió esta hermosa poesía.

 

GARBOSO, SUFICIENTE PARA EL ARTISTA

Y salió, Garboso, de los toros con más trapío lidiados en la Monumental. Largo como tren, corpulento, negro axiblanco bien puesto, serio el de Fernando de la Mora, que sin llegar a portarse a la altura, fue lo suficiente para que Ignacio Garibay luciera como solo él sabe hacerlo.

 

BRAZOS DE ENSUEÑO

Lances de recibo flexionando las rodillas para recibir al majestuoso animal que acudió pronto y metiendo bien la cabeza, lo que se traduce a embestir con calidad. A los medios se fue Nacho, ahí escribió una sinfonía con el percal que se basó en lentas, lentísimas verónicas llevando muy abajo el capote; deletreadas, elegantes, con dedicatoria para los puristas. Bien plantado, meciendo los brazos como quien mece a un recién nacido, con delicadeza de padre, con ternura absoluta, así mecía la capa el orfebre. Y en cada lance el torero reponía lo justo, ni un paso más, ni un paso menos. Todo a cámara lenta, como si el tiempo corriera más despacio. Zapatillas plantadas muy naturalmente, como sólo el valor sereno permite hacerlo. La conjunción de la calidad del toro y la artística de Garibay ha rayado en una pintura de muy alta manufactura. Esta serie ha sido un compendio de poesía que remató de una media y un recorte muy artístico. No paró ahí la cosa.

Bregó al paso con chicuelinas con aire de torero antiguo, sin prisas, nada le afligía, Cronos estaba de su lado y Nacho lo hizo a su antojo. Dejó pulsadamente a su socio en los tercios del ruedo para que éste acudiera a la suerte de varas.

En quites superó lo anterior, consintiendo a su socio que había doblado los remos delanteros en el tercio de varas y que esta vez fue a la capa del artista con la carita alta. Nuevamente Nacho hizo gala de su etiqueta como el mejor capotero. Hizo pasar al negro ayudándolo, abriendo más la suerte y dejarlo pasar a su aire. El remate fue una larga cordobesa que rayó en un poema.

 

EL EJE DONDE NACE LA POESÍA

El animal se repuso tras las banderillas. Ya con el morro más ahormado se dio a embestir con una nobleza y calidad suprema, faltándole el punto de la bravura, pero yendo al envite de Nacho siempre que lo citó, al menos, en el prólogo del trasteo.

El astado había iniciado la faena con prontitud. El de oro se dio a escribir una novela de ninfas y duendes. La parsimonia apareció como por arte del birlibirloque, dándose a torear nuevamente el moreno matador sin apuro, por abajo y despacio lo muletazos surgidos de su mano diestra.

Aseado en cada pase, reponiendo lo que había que reponer acertadamente, Nacho giraba prácticamente en su propio eje, presentando la muleta, jalando maravillosamente de su socio. Parecía una faena hilada, mas la realidad es que fue de pase en pase, porque el toro no tuvo un recorrido esperado. La madurez e ingenio de Nacho hicieron parecer lo contrario, ya que jamás dejó de presentarle la roja al astado, que no lo quedó más a éste que seguir yendo a la pañosa.

Pasó el engaño a la mano izquierda, extrayendo muletazos más marcados de uno en uno; Garboso comenzó a quedarse parado, más nunca dejó su fijeza y aunque regateó sus embestidas, no se rajó ante la propuesta de su lidiador. En los naturales Ignacio se encontraba como poste clavado al piso alargando el brazo hasta donde el toro quiso pasar.

A toro parado viene el recurso y Garibay está repleto de esto. Sin perder la clase ni la cabeza, puso variedad sobria con cambiados por la espalda y circurrets que vale la pena subrayar, ya que algunos sacaba al toro desde muy atrás, jalándolo hasta allá con un temple increíble, para despedirlo hasta muy más allá. Luego lo recogía con un muletazo largo por derecha para finalmente rematarlo con un pase de pecho de cabo a rabo, barriendo los lomos del toro. Portentosa esta serie.

Y no se acabaron los recursos con el fin de que el toro siguiera embistiendo, había Nacho para rato. Pero finalmente el toro pidió la espada. Hay faenas para comentar después del festejo, otras que son para el olvido. Pero la de Nacho quedó para la posteridad.

Una espadazo poco defectuoso que bastó para que en las alturas asomaran dos pañuelos; la aprobación del cónclave fue absoluta. La salida a hombros de Garibay, de las que más hayan pesado hasta ahora. El reconocido torero se debe reconocer por ley dentro del grupo selecto de matadores. Esta faena no es más que una parte de la historia que compone a Ignacio, un torero de corte artista que para mi gusto está a la altura y en la línea absoluta de los diestros que propician más marcadamente la cultura de la Tauromaquia.