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21, mayo 2016 - 9:18

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París, 21 may (EFE).- El serbio Novak Djokovic, número uno del mundo y dominador absoluto del tenis actual, parte como principal favorito para ganar Roland Garros, que comienza este domingo, y conquistar así el único Grand Slam que le falta, el mismo que el español Rafael Nadal busca ganar por décima vez.

Ambos, por motivos diferentes, centran la atención del torneo, que no olvida el buen momento que atraviesa el británico Andy Murray y que no descarta sorpresas, como la que el año pasado brindó, sobre la alfombra ocre, el suizo Stan Wawrinka.

Nadie duda de que uno de esos cuatro levantará el próximo 5 de junio la Copa de los Mosqueteros, la primera del siglo a la que no opta el suizo Roger Federer, ausente de un grande por vez primera en 65 tentativas.

Los datos y estadísticas no dejan lugar a dudas de que Djokovic, que mañana cumple 29 años, es el favorito para la victoria final, porque ha ganado todos los grandes desde la final de París del año pasado, ha dominado al resto de los favoritos y su hegemonía no muestra grietas.

Sin embargo, el serbio, ganador de once Grand Slam, afronta en la tierra batida francesa su principal fantasma, la última frontera que le resta por conquistar, una deuda pendiente con la historia para integrar el club de las siete leyendas que han coleccionado los cuatro Grand Slam.

Tres finales perdidas, dos de ellas contra Nadal y la del año pasado frente a Wawrinka, muestran que Djokovic, una roca psicológica, tiembla cuando atisba la Copa de los Mosqueteros.

El serbio ha pasado más cerca del título que ninguno de los números 1 del pasado que acabaron su carrera sin triunfar en París, una nómina de gloriosos tenistas como Boris Becker, Jimmi Connors, Stefan Edberg, Lleyton Hewitt, John McEnroe, Marat Safin, Pete Sampras, Pat Rafter, Andy Roddick o Marcelo Ríos que atemoriza al de Belgrado más que ninguno de sus rivales.

Sin contar con que en su espalda siente como se aproxima cada vez más un Nadal que parece recuperar, poco a poco, el nivel de juego que le llevó a reinar sin piedad sobre la tierra batida y a ganar en 9 ocasiones el Grand Slam de esa superficie.

Cierto que el español todavía no ha logrado vencer a Djokovic desde la final de Roland Garros de 2014 -acumula entretanto siete derrotas-, pero el reciente duelo de Roma en cuartos de final demostró que la distancia que les separa es menor que la que el año pasado había cuando el serbio aplastó al mallorquín en cuartos de París.

Desde entonces, Nadal ha comenzado una labor de reconquista que, paso a paso, le acerca de nuevo a la cumbre y esta nueva edición de su torneo favorito puede ser el escenario ideal para la consagración.

El español se crece en París, donde solo ha sufrido dos derrotas en toda su carrera y, a cinco set, su tenis cobra una dimensión mayor.

Por todo ello, el mundo del tenis aguarda ya con impaciencia la eventual semifinal que le enfrentará a Djokovic el 3 de junio próximo, el día en el que el de Manacor cumplirá 30 años.

Una espera que se hace más valiosa si se tiene en cuenta que sus trayectorias esta temporada parecen inversas. Nadal no da más que signos de mejora y llega a París con las victorias en Montecarlo -su primer Masters 1.000 desde 2014- y Barcelona y solo ha perdido, sobre tierra batida, contra jugadores superiores en el ránking, Murray en semifinales de Madrid y Djokovic en cuartos de Roma.

El serbio, por su parte, cayó en la segunda ronda de Montecarlo contra el checo Jiri Vesely y, aunque posteriormente conquistó Madrid sin aparentes problemas, dejó muestras de sus limitaciones en Roma, dominado en la final por un Murray de ensueño.

Un partido que hace del británico un candidato creíble a la victoria final, porque a sus 29 años parece haber dejado atrás los complejos que le achicaban en la tierra batida y ahora aparece como un tenista eficaz y brillante en esa superficie.

No en vano, esta temporada ha vencido sobre ese terreno al número uno del mundo y al dominador de los últimos años, y su estatus de segundo cabeza de serie le libera de compromiso importante hasta el último escalón, lo que le puede permitir alcanzar su primera final en París y, a esas alturas, ningún resultado es descartable.

El cuarto en discordia lo es porque defiende título y porque Wawrinka, de 31 años, en un buen día puede ganar a cualquier rival, aunque su temporada de constantes altibajos no es un argumento en su favor.

Nada hace indicar que al suizo le desagrade el papel de hombre en la sombra, un estatus que parece gestionar mejor que la presión del favoritismo

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