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31, mayo 2016 - 15:32

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maradona

Diego Armando Maradona celebró las tres décadas del Mundial México 86 con la crónica del camino que recorrió Argentina, con peleas internas y sin apoyo popular, hasta construir la mística de un equipo campeón, sin olvidar el partido contra Inglaterra en el que anotó su gol con la mano y el mejor gol de la historia de los mundiales.

“México 86. Mi mundial, mi verdad. Así ganamos la Copa”, se titula el libro lanzado por Sudamericana y en el que, con la ayuda narrativa del periodista Daniel Arcucci, el jugador más importante que ha tenido este país rescata recuerdos y anécdotas, y explica por qué Argentina no ha vuelto a ganar ningún otro campeonato del mundo.

A lo largo de 233 páginas, Maradona recuerda que Argentina “era una Selección que nadie quería” y su inmensa alegría cuando el técnico Carlos Bilardo lo convocó y le avisó que sería el capitán y titular indiscutible, lo que marcó el inicio de su legendaria pelea con Daniel Pasarella, su rival más importante en el equipo.

Provocador, Maradona denuncia que Pasarella traicionó a la Selección porque se cubrió en una supuesta diarrea para no jugar ningún partido en el Mundial, pese a que todos habían tenido problemas con los alimentos y padecían “el mal de Moctezuma”.

También abunda en críticas hacia Bilardo, y a lo largo del libro insiste una y otra vez en que el Mundial lo ganaron los jugadores, no el técnico, porque considera que se ha sobrevalorado su verdadera aportación para el triunfo.

Los detalles pormenorizados de la historia en la voz de Maradona no dejan lugar a dudas sobre su amor por el futbol en general y por la camiseta argentina en particular, y revelan, una vez más, el carácter rebelde y peleonero del jugador que se enojaba con las constantes críticas de la prensa y de los aficionados.

“Al equipo le faltaba entrar en la gente, era antipático, era una selección perseguida por el técnico que teníamos y por dónde había jugado el técnico. Había muchos prejuicios. Los que la pasábamos mal éramos nosotros, los jugadores, que la ligábamos por todos lados”, cuenta.

Maradona cree que el equipo campeón nació en Colombia, cuando los jugadores se rebelaron a jugar más partidos amistosos, como quería Bilardo, y decidieron volver a México para concentrarse en las instalaciones del club América y dedicarse por completo a la odisea mundialista.

Eran otros tiempos para el futbol, los patrocinadores ni asomaban porque Argentina no era favorita, así que los jugadores apenas si contaron con 25 dólares de viáticos diarios, un teléfono público para todos, una televisión en el comedor y para distraerse podían leer los diarios mexicanos Ovaciones, Esto y La Afición, más el argentino El Gráfico, una vez por semana

“Cuando entramos en la concentración del América no lo podíamos creer. ¡Era un burdel! con todo el respeto del mundo por la gente que trabajaba ahí y por el cariño con el que nos recibieron, llegamos y tuvimos que poner las lamparitas nosotros, porque las habitaciones no estaban todas terminadas”, recuerda.

Explica que “el predio era enorme, tenía como cuatro hectáreas, un bosque alrededor, estaba lejos del centro y bien cerca del Estadio Azteca, a cinco minutos. Nos fuimos adaptando a todo. Y el lugar terminó siendo nuestra casa. No queríamos entrenar, queríamos correr, acostumbrarnos de una vez por todas al maldito tema de la altura”.

Luego vinieron las famosas “cábalas”, los rituales que el equipo se obligó a cumplir en la Ciudad de México conforme fueron avanzando en el Mundial.

Recordó el paseo previo en Perisur (un conjunto de tiendas departamentales) y la obligatoria cena post partido en el restaurante “Mi Viejo”, en Polanco, el mismo orden para sentarse en el ómnibus que los transportaba, la misma custodia, las mismas entrevistas con los mismos periodistas argentinos y la misma música.

A “Eclipse total del corazón”, de Bonnie Tyler, y “Gigante chiquito”, de Sergio Denis, los jugadores sumaban el tema de Rocky porque, dice Maradona: “Si no salías a comerte a los rivales crudos con esa música, más la rabia, la furia y las ganas que teníamos nosotros, no existías. No podías formar parte de ese plantel”.

En “Mi Mundial, mi verdad”, Maradona hace una crónica pormenorizada de cada uno de los partidos de Argentina, desde su debut ante Corea (3-1), el empate con Italia (1-1), el triunfo contra Bulgaria (2-0) al término de la primera fase y luego el gane ante Uruguay (1-0) en los octavos de final, hasta llegar al mítico 2-1 contra Inglaterra.

El choque contra los ingleses tuvo un peso especial porque Argentina recién había perdido la guerra en Malvinas, pero Maradona trató de minimizar el sentido de una revancha que la prensa quiso dar al crucial partido por los octavos de final.

“No jugué el partido pensando que íbamos a ganar la guerra, pero sí que le íbamos a hacer honor a la memoria de los muertos y darles un alivio a los familiares de los chicos”, explica en el libro.

Sin embargo, luego señala: “Fuimos a jugar un partido contra los ingleses después de una guerra…Y todo eso los padres se los contaron a los hijos y los hijos a sus hijos, porque ya pasaron treinta años, y lo siguen contando”.

Frente a Inglaterra Maradona se consagró con un gol con la mano del que jamás se arrepiente, y luego con el que ha sido considerado el mejor gol de la historia de los mundiales, el que hizo vibrar no sólo a los argentinos, sino a jugadores que luego le confesaron que por primera vez tuvieron ganas de celebrar una anotación rival.

Después vendría el 2-0 ante Bélgica en las semifinales, y el último y decisivo 3-2 en la final con Alemania, que el “10” considera el momento más importante y el más feliz de toda su carrera, aunque lamenta que Argentina nunca más, en estos 30 años, haya logrado levantar una vez más la Copa del Mundo.

Maradona tampoco olvida la falta de apoyo del público mexicano, ya que entendió que primero apoyaran a los coreanos porque “era lógico, siempre se inclinan por los más débiles. No creo que lo hicieran por anti argentinos ni nada de eso. Me jodió, sí, que después gritaran los goles de Alemania”.

México 86 lo marcó, además, porque “empecé a ser un tipo incómodo para la FIFA… me quejé por la violencia (de Corea del Sur), después jugamos contra Italia y sufrimos un arbitraje pésimo, y llegó el partido contra Bulgaria, nos hacían jugar al mediodía, con altura y con smog… nosotros, arruinados; ellos, con caviar y champagne”.

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