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4, junio 2016 - 21:03

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POR JOSÉ LUIS CAMARILLO

No existe memoria de un hombre que se haya puesto unos guantes de boxeo más grande que Muhammad Alí, nacido hace 74 años en Louisville, Kentucky, Estados Unidos, pero reclamado por el mundo entero como si nos perteneciera a todos.

Su grandeza no podía ser exclusiva de un solo país. Su sentido humano se equiparaba a la de su inmensa calidad como pugilista.

Alí sobrevivió a lo peor que pueda uno imaginar. Nació y creció en una época en la que la discriminación racial campeaba en su país. De ello surge la leyenda de que arrojó al río Ohio su medalla de oro olímpica que había obtenido en peso semicompleto en los Juegos de Roma 1960, porque le negaron la entrada a un restaurante exclusivo para blancos.

El gobierno de su país le robó tres de los que pudieron ser los tres mejores años de su vida deportiva, entre 1967 y 1970, lapso en que perdió sus títulos universales de monarca universal pesado al negarse a ir a combatir a la tristemente célebre guerra de Vietnam.

Nació como Cassius Clay pero tan pronto se coronó por primera vez como rey ecuménico de los pesados -lo hizo en tres ocasiones- se convirtió al islamismo por considerar que su nombre de pila era de esclavo. Fue el destructor de la lapidaria frase de “ellos nunca vuelven”, al reconquistar la corona pesada.

Revolucionó al boxeo desde su manera de boxear, como era desplazarse de manera rítmica y veloz sobre unos pies mágicos que repentinamente cambiaban de posición en el ring, un movimiento que se hizo famoso como “el paso de la gallinita”.

Como humanoi, era calibre. Su tendencia a bajar las manos le costó una fractura de mandíbula contra Ken Norton y se especula que pudo ser motivo de adquirir el mal de Parkinson.

 

PIERDE A SU HIJO

El boxeo perdió a su hijo predilecto el viernes por la noche. Ningún sitio de internet conectado con el pugilato había registrado tantas visitas para buscar datos sobre él.

La fotografía clásica con Sonny Liston a sus pies en la segunda pelea entre ellos ha sido la más vista, publicada o impresa.

El ex Cassius Clay fue un genio de la autopublicidad. Provocaba a sus enemigos con apodos, como el de Oso Feo que impuso a Sonny Liston, que según los conocedores lo despedazaría.

Entre sus alias está “Louisville Lip”, que significa “Bocazas”.

Su fama hizo que una pelea soñada contra Rocky Marciano “se hiciera posible”, en computadora, con resultado adverso para Alí, en el tiempo en que estuvo suspendido. Se dice que en otra computadora, Alí fue el vencedor.

Se habló de enfrentarlo con el héroe cubano Teófilo Stevenson, pero el país antillano nunca lo permitió.

 

AMIGO DE MÉXICO

Alí tuvo una excelente relación con nuestro país.

Mantuvo una muy estrecha amistad con don José Sulaimán Chagnón, cuyo hogar visitó en distintas ocasiones. De ahí surgió una admiración personal y un afecto entrañable hacia él por parte del hoy presidente del WBC, Mauricio Sulaimán Saldívar.

Lo tuvimos en nuestra nación incontables ocasiones. Una foto inolvidable es cuando bromea con Cantinflas en la Convención Anual del WBC en 1980 en la Ciudad de México.

Su familiaridad con José Sulaimán no influyó para que esa entidad le haya designado Rey del Boxeo en una ceremonia especial, durante la Convención de 2012 en Cancún.

Los más grandes símbolos del mundo de la música, el deporte y el espectáculo se retrataron con él. Así, fue captado junto a otros inmortales como Pelé, The Beatles, Elvis Presley y, por supuesto, con otras leyendas boxísticas como Ray Robinson, George Foreman, Joe Frazier, Larry Holmes, Sugar Ray Leonard, Mike Tyson o JC Chávez, por mencionar solamente algunos.

Una de tantas películas que inspiró es la protagonizada por Will Smith, a cuya premier asistimos en la Ciudad de México. El retumbo del disparo que mata a su iniciador en el Islam, Malcom X, se escuchó impresionante en la sala de proyección.

No fue coincidencia que él y Nelson Mandela, el premio Nobel emblema y mártir en la lucha contra la segregación racial en Sudáfrica -una campaña a la que el WBC se adhirió hasta su abolición-, se hayan profesado mutua admiración.

Sus actos humanitarios fueron interminables y continuó sus labores altruistas, mientras las fuerzas le alcanzaron.