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11, septiembre 2014 - 9:17

┃ ESTO

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POR ALFREDO MENDOZA CABALLERO
FOTOS: JUAN RAMOS

APARECIÓ elegante, serio, quizá nervioso. Claro, no es fácil enfrentarse a su público para decir adiós; esa palabra que él no conocía, pero que ahora existe en el diccionario de su vida.

Traía bajo el brazo un portafolio lleno de canciones que a lo largo de su carrera artística se hicieron famosas y que ahora estaba dispuesto a cantarlas para todos los asistentes anoche, en el majestuoso Auditorio Nacional.

Sí, era él, el charro de Huentitán, Vicente Fernández, quien vestido de traje negro y acompañado de 15 músicos pisó el escenario del coloso de Reforma al filo de las veinte horas y treinta minutos, y sí, él mismo, que por motivos de todos conocido se ausentó de sus fieles admiradores y admiradoras, y que para acompañarlo en su gira del adiós se hicieron presentes.

El Auditorio Nacional era un choque de emociones: tristeza, nostalgia, melancolía, ya que comenzaba la gira que por el Distrito Federal ofrecerá el papá de los Potrillos para despedirse de lo que en su vida fue su amor, su pasión, su todo: cantar. Atrás quedó todo recuerdo, sus inicios, los obstáculos que tuvo que sortear para llegar al lugar que siempre deseó y que por muchos años acarició. El tratar con ese público que siempre complació, que siempre hizo suyo y que siempre estuvo con él, porque el respetable se emocionó con su sencillez, con sus letras, con su música, con cada detalle que tuvo siempre para su gente.

Aunque con un poco de nervios, pero como siempre, se hizo dueño del escenario de manera inmediata con la canción “De un rancho a otro”, y claro, convirtió el escenario en suyo, el público coreaba, gritaba, se levantaba de su lugar y también lloraba, pues obvio, este concierto había que disfrutarlo al máximo con el mexicano que ya ha hecho historia y que ya forma parte de ese lugar que sólo los grandes pueden alcanzar.

En diversas ocasiones agradeció a la asistencia las oraciones y la entrega que tenía por parte de sus fieles seguidores; en momentos ese agradecimiento lo hacía con la voz entrecortada pues también vivía ese sentimiento que giraba en torno a este centro de espectáculos.

La fría y lluviosa noche hizo compañía para despedir a un hombre que puso muy en alto el nombre de México.

Vicente, ojalá que Dios te llene de salud y cuide esa voz privilegiada que tienes para que pronto te dé la oportunidad de volver, volver, volver; para que tu público no deje de aplaudir y tú… tú no dejes de cantar.

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