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29, septiembre 2014 - 9:20

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LA mañana del 29 de septiembre de 1934, los principales diarios capitalinos anunciaron que el Palacio de Bellas Artes sería inaugurado ese día por el Presidente de la República, Abelardo L. Rodríguez.

Personalidades del mundo político, cultural y artístico se dieron cita en el nuevo recinto. Decenas de curiosos se acercaron a los alrededores intentando ver a las estrellas invitadas –como Dolores del Río, Ramón Novarro y Douglas Fairbanks–, o tratando de echar un vistazo al interior del recinto dedicado a las artes.

Una vez que se permitió el acceso –pasadas las nueve de la mañana–, el vestíbulo no tardó en llenarse. Secretarios de estado, políticos, varios miembros del cuerpo diplomático y demás invitados acudieron a la cita y durante algunos minutos admiraron los acabados, el toque mexicanista que asomaba en las esculturas, en los remates y en los sitios más recónditos de la construcción.
A las diez y veinte de la mañana llegó el Presidente acompañado por sus más cercanos colaboradores. Una vez que ocupó su lugar, el telón se levantó y en el escenario aparecieron la Orquesta Sinfónica de México, dirigida por el maestro Carlos Chávez, y los alumnos del Conservatorio Nacional de Música y de las Escuelas de Artes de los Trabajadores –vestidos de manera informal, algunos incluso con pantalones de mezclilla para hacer más evidente el carácter popular del nuevo teatro–. Todos los presentes se pusieron de pie para cantar el Himno Nacional, acto con que inició formalmente la ceremonia inaugural del Palacio de las Bellas Artes.

El presidente Abelardo L. Rodríguez tomó la palabra para señalar: “Hoy sábado veintinueve de septiembre de mil novecientos treinta y cuatro, inauguro el Palacio de Bellas Artes, Institución de Cultura Nacional, que realizará uno de los puntos básicos del programa revolucionario”.

Acto seguido, don Abelardo abandonó la sala para hacer el recorrido por las galerías, las exposiciones montadas y otros salones. Pasado el mediodía, el Presidente se retiró de Bellas Artes.
Al caer la noche, se llevó a cabo la segunda parte de la inauguración, a la que no asistió el Presidente por razones personales. Los invitados a la gala nocturna admiraron el vestíbulo iluminado. Las columnas y paredes, revestidas con acabados de mármol rojo veteado de blanco y que había sido traído desde Durango aumentaban su esplendor; la magna escalera de mármol negro de Monterrey relucía; los arcos de la sala con ónix verde y amarillo, proveniente de Oaxaca, resaltaban por su belleza.

Lo más selecto de la sociedad capitalina escuchó la Sexta Sinfonía de Beethoven, (“Pastoral”) –dirigida por Carlos Chávez. Pero el evento de la noche fue la representación teatral de “La verdad sospechosa”, de Juan Ruiz de Alarcón, con la primera actriz María Tereza Montoya y el reconocido actor Alfredo Gómez de la Vega, dirigida por él mismo.

A partir de ese día, el Palacio de Bellas Artes abrió sus puertas a todo el público. Su teatro, su museo de artes populares, su sala de conferencias y conciertos, varias salas de exposiciones permanentes y temporales, el restaurante y una escuela de danza con sus anexos, recibieron a cientos de personas y durante todo el mes de octubre hubo una amplia propuesta cultural para celebrar la inauguración del recinto. El nuevo espacio para la cultura y el arte continuó así su historia.

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