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19, mayo 2017 - 10:45

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cannes

POR ALEXIS GRIVAS

ENVIADO ESPECIAL DE OEM

CANNES, Francia.- Día muy lleno el de ayer con proyecciones hasta bien entrada la noche, ya que aparte de la competición levantaron el telón tanto la segunda sección oficial competitiva Un Certain Regard como las secciones paralelas, la Semana de la Crítica y la Quincena de Realizadores.

La competición empezó con dos películas que cada una por su lado y por razones diferentes recompusieron el ambiente y la negativa impresión que había dejado la película francesa de inauguración.

El ruso Andrey Zvyagintsev reconfirmó con “Sin amor” su eminente estatuto del realizador más importante de su país desde hace ya algunos años empezando con su primer film, “El regreso”, con el que se reveló obteniendo nada menos que el León de Oro en el Festival de Venecia en 2003.

A lo largo de las tres películas que rodó durante la década -mencionemos su excelente Leviathan presentado aquí también en competición en 2014-hasta la de ayer, quinta de su breve filmografía, Zvyagintsev se ha confirmado como el crítico e incisivo de la sociedad rusa que resultó del desmoronamiento del bloque de los países socialistas en 1989.

No sería algo nuevo y necesario para los que están al tanto la situación mundial de detallar aquí la corrupción, la impunidad y la desigualdad presentes en aquel país donde los oligarcas con el apoyo de las autoridades hacen y deshacen las leyes a su antojo operando dentro de la economía del “mercado libre”.

A su servicio una clase media creada a partir de 1989 y cuyos integrantes no tienen más perspectivas que las de sus propios intereses. No sería exagerado argumentar que en este contexto no hay identificación por parte de esta clase con su entidad nacional y/o interés alguno por el bien común.

Es a dos miembros de esta clase que el realizador y coguionista Zvyagintsev pone en su mira: una joven pareja que está a punto de divorciarse, cada uno de los dos interesado de sacar el mayor provecho de esta situación sin ocuparse ni en lo más mínimo de su hijo de 13 años quien sufre en su ser más íntimo por sus enfrentamientos y por su aparente destino, el de ser confiado a los servicios de asistencia pública.

Situaciones que lo orillan a huir de la casa y a los padres de emprender, junto con la policía y una organización de apoyo a la juventud, una búsqueda que no dará resultado alguno. El joven adolescente no aparecerá a la vez que sus padres no parecen haber entendido las razones de esta desaparición siguiendo comportándose como antes.

Me temo que me encuentro entre los periodistas aquí presentes que tendrían alguna reserva respecto al enfoque del realizador. Quizá por tener como precedente el excelente “El regreso” donde se presentaba la relación de dos jóvenes adultos con su padre quien regresa después de una larga ausencia estaba yo esperando una temática enfocada de manera algo similar. A raíz de esto, Zvyagintsev se sirve de personaje del niño y de su desaparición para librarse a un severo y despiadado análisis del comportamiento de los dos personajes y de su entorno pintando un devastador retrato de la clase media de su país. Enfocado esta vez sobre un ambiente de intimidad al contrario de Leviathan donde un individuo se oponía al poder arbitrario del aparato estatal, este tremendo análisis de la sociedad y clase media rusa no parece destinada a contar con el beneplácito de las autoridades, quienes desde la esferas más altas habían rechazado la temática de Leviathan tachando la película de denigrante y prácticamente bloqueado por largo tiempo apoyo público alguno a las próximas películas del cineasta.

En cuanto a la película norteamericana “Wonderstruck” que se podría intentar traducir como “Maravillados”, dirigida por Todd Haynes, está sí tiene a dos adolescentes en el centro de su temática. Desasrollado en dos tiempos y épocas, 1922 y 1977, y filmado respectivamente en blanco y negro y en color el film traza en paralelo las historias de una chica y un chico ambos sordos, quienes huyen de las localidades provincianas donde viven para trasladarse en Nueva York, el chico en búsqueda del padre que nunca conoció y la chica para conocer de cerca a una famosa actriz, quien la fascina con su presencia en las películas mudas de época…

Mezclando el realismo con situaciones oníricas y surreales controladas a la perfección-el maestro Fellini no estaría lejos, diría yo…-Haynes logra sintetizar las dos historias en un final a la vez emotivo y convincente. Es seguramente sintomático que Brian Selznick es el autor del libro y el guionista de la película y que el mismo Selznick era el autor de la “Invención de Hugo Cabret”, justamente adaptada por Martin Scorsese para su homónima película, cuyo ambiente era muy cercano a la película de Haynes.

Dos años después de Carol, quien causó gran impresión en su estreno aquí mismo en competición, sobre la relación íntima entre dos mujeres y que, aunque se marchó aquí sin premio alguno, llevó a sus protagonistas Kate Blanchett y Rooney Mara a los Oscar, Haynes demuestra que es actualmente uno de los realizadores más importantes en el cine estadounidense y esto desde Velvet Goldmine, película con la que se reveló en 1998.

En esta ocasión, Haynes trajo consigo al tapete rojo de Cannes para el gran placer de sus admiradores, los medios y los fotógrafos a las estrellas de la película, Julianne Moore y Michelle Williams.

Lo que quizá describe adecuadamente la tercera película en competición, “La luna de Júpiter”, de Kornel Mundruczo, es que se trata de un paso aún más riesgoso en el peculiar itinerario de este húngaro, quien regresa a Cannes, donde en 2014 ganó el gran premio de la sección Un Certain Regard con su película anterior “Dios blanco”. En aquella ocasión, Mundruczo tenía como principales “personajes” una manada de perros callejeros que aterrorizaba a Budapest y sus habitantes. Aquí, partiendo de la temática de los refugiados sirios y su internación clandestina a Hungría, el realizador introduce un personaje muy especial, un joven sirio quien tiene el don de la levitación. Perseguido por la policía y los servicios de migración que lo consideran terrorista y cobijado por un doctor medio corrupto quien trata de sacar ventaja del peculiar don de su “protegido” el sirio en cuestión se ve involucrado en una serie de incidentes que componen una película que oscila entre el realismo del género de thriller y lo surreal de las levitaciones del muchacho… Me temo que el extenso de la narración y la ambigüedad de las situaciones presentadas no permiten que la película propone un enfoque claro que permitiría al espectador creer en el personaje y las situaciones más allá de la curiosidad, pero también el hastío que provoca este peculiar proceder, esto sí, realizado de manera técnicamente impecable por Mundruczo y su equipo técnico…Uno podría pensar que esta película sería una buena candidata al premio de mejor contribución artística…

Por otro lado, la producción francesa “Bárbara” con la que se inauguró ayer la segunda sección oficial competitiva Un Certain Regard parece casi una copia de “Los fantasmas de Ismael” de Arnaud Desplechin, con la que se inauguró el certamen. Lo de la copia se refiere tanto a la calidad, de veras mala, como a la temática misma… nada más y nada menos que Mathieu Amalric, quien en la de Desplechin interpreta a un realizador, quien además de los enredos en su vida personal, prepara su nuevo film, en “Bárbara” retoma un papel similar, el de un realizador abrumado por su proyecto de una película sobre la mítica cantante francesa Bárbara.

Para hacer las cosas aún más patéticas, Amalric asume aquí además la dirección de la película presentada ayer.

Más relevante resultó el lanzamiento de la sección paralela Quincena de los Realizadores, con la agradable comedia “Bello sol interior” de Claire Denis, realizadora francesa, cuya filmografía se ha caracterizado por temáticas más sustanciosas.

El día cerró para la Quincena con la atribución de su premio honorífico, la Carosse d’Or, que este año le tocó al gran cineasta alemán Werner Herzog, quien además ofreció una charla al término de su premiación.