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21, mayo 2017 - 12:36

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POR ALEXIS GRIVAS

ENVIADO ESPECIAL OEM

 

“Las hijas de Abril”, con la que el cine mexicano está presente este año en el programa  oficial de Cannes “Un Certain Regard”, marca la cuarta aparición del joven cineasta nacional Michel Franco en esta magna justa del cine internacional. Su primer filme, “Daniel y Ana”, fue estrenado en 2009 en la Quincena de Realizadores. Su segundo, “Después de Lucia”, ganó el Gran premio en el Certain Regard en 2012, mientras que su cuarto, “Chronic”, se llevo el premio al mejor guion en la competición internacional de 2015.

Franco, quien declaró, al entrevistarlo brevemente antier en la Croisette, ser “muy angustiado, como si esta era mi primera vez en Cannes...”, no me parece tener razón por ser angustiado y/o dudoso respecto a su nueva película. “Las hijas de Abril” fue bien recibida por el público en su estreno en la tarde de este sábado en la sala Debussy, donde el joven realizador fue presentado en escena antes del estreno acompañado por sus actrices, la española Emma Suárez, las jóvenes mexicanas Ana Valeria Becerril y Joana Larequi, y sus también jóvenes intérpretes nacionales,  Enrique Arrizón y Hernán Mendoza. Entre sus productores, que también lo acompañaron en escena, figuró el venezolano Lorenzo Vigas, quien en 2015 se llevó el León de Oro en Venecia por “Desde allá”, donde justamente Franco figuraba entre los productores.

La presentación estuvo a cargo del mismo delegado general del certamen, Thierry Fremaux, quien al saludar el regreso de Franco a este festival, destacó la presencia de la cinematografía mexicana en Cannes, haciendo especial referencia a Alejandro González Iñárritu, aquí presente con su aportación a la realidad virtual y a candente tema de la inmigración a través de su oferta “Sangre y arena”, y la esperada llegada de Alfonso Cuarón para ofrecer una Lección de Cinema, ambos invitados especialmente por Cannes.

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Las hijas de Abril” cumplió con las esperanzas de Michel Franco y de sus productores, él mismo entre ellos, por medio de Lucía Films.

Franco, quien de nuevo firma el guion, se muestra en plena forma en el manejo de las relaciones personales en esta historia que se desarrolla en Puerto Vallarta y a cuyo epicentro se encuentra la manipulación de Valeria, una joven de 17 años, por su madre Abril, interpretada por Emma Suárez, quien, después de una larga ausencia, regresa para ocuparse del niño que su hija va a tener de su relación con su igualmente joven amante Mateo.

Conforme la trama avanza, estamos de nuevo, a igual que en filmes anteriores del realizador, atentos a los juegos de poder y manipulación en las relaciones humanas y que se concretizan en el secuestro literal del niño por Abril con la pasiva aceptación de su otra hija Clara y su huida con el niño a la Ciudad de México acompañada por Mateo, a quien seduce.

Dentro de esta lógica de la degradación en las relaciones humanas, se antoja natural que la joven Valeria optara por otro tipo de manipulación y de mentiras para lograr llevarse a su hijo escapando con él hacia un futuro tan incierto y abierto como la conclusión de la película misma.

A mi gusto, la película se encuentra en retroceso respecto a las dos precedentes de Franco y esto se situaría, creo yo, a nivel de guion. Después de un inicio bien llevado, la sucesión de lo que llamaríamos “acciones” se realiza a través de una serie de escenas que a mi antojo no fluyen entre sí y que en algunas ocasiones rozan con lo inverosímil, mientras que tampoco se prestan a una adecuada construcción dramática de los personajes. La última parte recobra fuerza narrativa llegando a una conclusión totalmente abierta.

Acercándose desde un cierto punto de vista a las reglas del melodrama, la película tiene el potencial comercial para su estreno en las pantallas. Resulta sintomático de la fe que le tienen los vendedores Protagonist (Inglaterra) y MK2 (Francia) que la película acaba de ser adquirida por la distribuidora francesa.

Versión Originale/Condor que anuncio su salida en Francia el próximo 26 de julio con 60 copias (léase DCPs en las actualidad…).

 

CONCLUYÓ LA PRIMERA SEMANA

La primera semana del certamen, que concluye de manera positiva para el cine nacional, trajo consigo un par de otras películas interesantes, a la vez que la Croisette, especialmente su parte frente al palacio del festival y el famoso tapete rojo, era prácticamente inaccesible. El atascón era monumental a raíz de la presencia de gente, algo usual el primer y el último fin de semana que marcan la duración del festival, tiempo durante el cual mucha gente “baja” a Cannes aprovechando del fin de semana para admirar de cerca a sus estrellas favoritas. Y sí que hubo muchas que desfilaron ayer por el tapete rojo para el gran placer de los aficionados y de los fotógrafos. Contamos entre ellas a las norteamericanas Susan Sarandon, Robin Wright y Kirsten Stewart, quienes además estrenan aquí sus primeros intentos como realizadoras, sus colegas Eva Longoria, Jake Gyllenhal y Uma Thurman, quien además funge como presidenta del jurado internacional de la sección Un Certain Regard, donde justamente compite Michel Franco con su película. De lado francés tampoco faltaron las estrellas, algunas de ellas de alcance internacional, como Juliette Binoche.

La competición, después de la discutible “Okja” del viernes, que de la opinión de la gran mayoría de los críticos aquí no debería estar en esta sección, nos reservó el día de ayer una agradable sorpresa y un rompecabezas.

El primer atributo corresponde a la única de veras interesante película francesa entre las vistas hasta ahora aquí. Se llama “120 batidos por minuto”, en una clara alusión a su ritmo desenfrenado y que convence por su narración casi visceral originada de toda evidencia en experiencias personales del mismo realizador/co-guionista  Robin Campillo, quien ofrece aquí, con su tercer largometraje de ficción, un palpitante y alucinante retrato del movimiento Act-Up París que luchaba en los años noventa en Francia tanto contra la indiferencia generalizada respecto al problema del sida en aquel momento en su apogeo como por el respeto y la tolerancia a los afectados por y las víctimas de él. Algo que suena bastante actual con lo que sucede hoy respecto a la tremenda hola de refugiados de las zonas del conflicto.

En cuanto al rompecabezas, bien, esto nos corresponde a casi todos aquí, por lo menos a los que vimos la película, pero también vale para aquellos cinéfilos que habían disfrutado de “Fuerza mayor”, la película precedente del realizador sueco Rubén Ostlund, quien allá se metía a un examen crítico de la responsabilidad personal dentro de la relación de una pareja que se enfrenta a un desastre natural (Premio del jurado en 2014 aquí en la sección Un Certain Regard).

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De alguna manera en su nueva  película, “El cuadrado” –la cuarta de su filmografía-con la que Ostlund accede a la competición de Cannes, tiene una temática similar llevada a un nivel mas general, la responsabilidad de cada uno en sus relaciones con el resto de la gente, su tolerancia hacia lo diferente y su disponibilidad para ofrecer y dejarse acercar por los otros.

Si esto se oye general y algo no muy preciso, otro tanto sucede con la forma y la historia con la que Ostlund expresa estas consideraciones.

Orquestada de manera bastante “suelta” respecto a dramaturgia, la historia central tiene que ver con un conservador de museo de arte moderno quien en aras de sus teorías respecto a la tolerancia y la aceptación del prójimo se propone realizar una exhibición definida por un cuadrado en el patio del museo, con el propósito que cada uno que se encuentra dentro de este espacio acepta abrirse hacia su prójimo y prestar ayuda a los que lo necesitan.

Tanto la película a través de su forma narrativa, donde no falta una considerable dosis de auto sarcasmo y de humor, como el comportamiento del director del museo en sus relaciones con sus dos hijas adolescentes y con la gente de su entorno, parecen comprobar lo utópico e ilusorio de su propuesta.

Las reacciones variaron entre los que la rechazaron como pretenciosa y los que aceptaron considerar las consecuencias de la propuesta de Ostlund. Aunque debo confesar que me encuentro entre “dos sillas”, no puedo dejar de subrayar que no habíamos presenciado algo similar desde los tiempos en que otro escandinavo, el controvertido danés Lars von Trier, había igualmente sacudido Cannes con una propuesta bastante similar como lo fue “Manderlay” (2005) y sobre todo “Dogville” en 2003, ambas también en competición.

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