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23, junio 2017 - 21:18

┃ Héctor Reyes

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POR HÉCTOR REYES

FOTOS: MARTÍN MONTIEL

Desde hace 20 años a Queta Basilio le diagnosticaron el Mal de Parkinson y ha tenido que sortear la enfermedad que le ahoga el habla y le provocó el año pasado una fractura de cadera,  mientras preparaba la comida, en su domicilio, el universo que ha creado a través de su historia, motivo por el cual el diario ESTO le rinde un homenaje, en el marco del Día Olímpico que ayer se festejó en todo el mundo.

Hace 49 años acaparó las miradas de propios y extraños al convertirse en la primera mujer en portar la antorcha olímpica y encender el pebetero en el estadio de Ciudad Universitaria, epicentro de los Juegos Olímpicos de México 1968. Hoy la ex atleta sostiene otra batalla contra la enfermedad que le han atendido en el Hospital de Nutrición Salvador Zubirán, siempre arropada por sus tres hijos.

EL DEPORTE, FUNDAMENTAL

La disciplina deportiva la ha mantenido a flote, todas las mañanas practica natación y los fines de semana la acompaña su nieta Constanza, quien la toma de la mano y le dice que ella la va a cuidar siempre.  En la cabecera de su comedor, mientras abre los álbumes de recuerdos tan vivos ayer como ahora, son fotografías,  recortes de periódicos que conserva – la colección del diario ESTO que formó su papá la tiene en casa de Mexicali – y algunos documentos que fueron el antecedente de su histórico momento que representó el símbolo de la mujer en el deporte olímpico.

Una atleta universal que tuvo el privilegio de trascender en la historia por medio de un ascenso sobre una rampa de 92 escalones que recorrió hasta encender el pebetero del estadio de Ciudad Universitaria. En diciembre sufrió otro duro golpe, el fallecimiento de su madre, acepta que así es la vida, es lo inevitable, pero el dolor de la ausencia persiste, siempre ha sido muy sensible. Otro de sus retos, recuperar peso, siempre fue muy delgada, pero no tanto como ahora.

50 AÑOS DE LA GESTA OLÍMPICA

El año próximo se cumplirán 50 años de la gesta olímpica que, a pesar de los problemas que vivieron días antes con la represión en Tlatelolco, la historia ubica como los últimos Juegos en los que imperó la hermandad, se rompieron mitos, las marcas deportivas se prodigaron y se dio una sinergia del pueblo mexicano hacia los protagonistas de la gesta deportiva.

Nunca más se volvieron a vivir unos Juegos Olímpicos de puertas abiertas. La imagen de Norma Enriqueta Basilio Sotelo, su nombre completo, es una de las más reconocidas en el mundo, su figura esbelta subiendo la escalinata forma parte del Museo Olímpico de Lausana y en Grecia también se prodigan fotografías de ella, en el mismo lugar donde reposa el corazón del barón Pierre de Coubertin. Es una mujer histórica.

Queta Basilio, la joven de 20 años vestida de blanco con el uniforme de licra que les habían dado para los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1967, se elevó para la posteridad en un movimiento creciente de los derechos de la mujer, y en ese andar nunca pensó en otra cosa que no fuera ofrecer una imagen limpia y sentirse orgullosa del primer país de habla hispana que organizaba los Juegos Olímpicos.

ANTORCHA QUEMANTE

La joven deportista que ocupó el sexto lugar de la eliminatoria de los 80 metros con vallas en el primero de los dos ensayos programados, del 8 al 14 y del 22 al 28 de septiembre, se quemó la mano derecha por el calor de la antorcha, por lo cual tuvo que ser revestida y ahora tiene un corte en la parte media superior como señal única de su originalidad.

El cuerpo de la antorcha fundida de aluminio tiene las marcas del tiempo, pero la piel que cubre el metal es suave y las líneas paralelas conservan el diseño de los Juegos; en la parte superior se inscribe el nombre de México 68 con los anillos olímpicos, después de casi 10 lustros, Queta Basilio la vuelve a sostener, sus ojos se encienden en el hogar que podría ser un museo con tantos reconocimientos e imágenes que ha conservado a lo largo de su vida.

Una enfermedad crónica la aqueja, reconoce que esta situación la desespera, su estado anímico no es el más óptimo porque en diciembre perdió a su mamá y espera tener la suficiente energía para conmemorar el 50 aniversario, volver a reunir a los deportistas que representaron a México y hacer su recorrido del Fuego Simbólico por la Paz y el Deporte.

ORGULLOSA CACHANILLA

Originaria de un ejido llamado Puebla, dentro del Valle de Mexicali, la atleta que nació el 15 de julio de 1948, a los dos años cambio de residencia, pero ese lugar nunca lo abandonó, rodeada de los cultivos de algodón y trigo, las visitas familiares y ese entorno junto a sus cinco hermanos la llenaron de vitalidad.

La cachanilla, como se les dice a los originarios de Mexicali, estaba predestinada: portó una antorcha en una ceremonia escolar a los 11 años, de la misma manera que lo hizo para México 68, dentro de la participación en los Juegos Deportivos Escolares. Vendría después su primer Campeonato Nacional de Atletismo juvenil en Puebla, donde ocupó el segundo lugar en el salto de altura, todavía con la técnica de tijera: “Un viaje en tren que tuvo una duración de tres días para una muchacha que sale de un ejido, era increíble darse cuenta de tantas cosas maravillosas que tiene nuestro país”.

Participó en tres campeonatos nacionales juveniles, en uno de ellos estableció la marca mexicana de los 80 metros con vallas de primera fuerza, lo que llamó la atención del recién llegado entrenador polaco Vladimir Puzio, aunque la convocó para formar parte de la selección nacional, pasó un año para que Queta se convirtiera en seleccionada nacional. Los tiempos eran otros y sus padres no estaban convencidos de dejarla ir a la Ciudad de México.

SU PAPÁ, LECTOR DEL ESTO

Los uniformes que utilizaba para los entrenamientos y las competencias se los confeccionaba su mamá, eran un poco más sueltos, en ese tiempo era imbatible y con la representación de Baja California, en el Campeonato Nacional celebrado en Monterrey, se alzó con el triunfo y se abrió la puerta olímpica, sin marcha atrás.

El 27 de abril de 1967, en una misiva dirigida al papá de Queta, el señor Everardo Basilio González, y firmada por el director del CDOM, Arturo Manzanos, se hace la petición formal para que sea concentrada como destacado elemento de la Federación Mexicana de Atletismo y de esta forma pueda cumplir con el compromiso que ha contraído con el deporte mexicano.

Dos días después, en atención al oficio, don Everardo, fecundo lector del diario ESTO, dio el consentimiento para que su hija Norma Enriqueta Basilio Sotelo, ingresara en calidad de interna al CDOM, para que pueda desarrollar el programa de entrenamiento en las pruebas de su especialidad y con los deseos de un éxito completo en los Juegos Olímpicos de 1968.

Con los entrenamientos del polaco Puzio que conformó el equipo atlético de velocidad, Enriqueta Basilio mejoró un segundo su marca personal ese año. En uno de los entrenamientos, dos directivos se acercaron a la pista para seguir el trabajo que hacían las atletas, pero en realidad era una reunión para definir de manera secreta quién sería la portadora de la antorcha olímpica y como lo hizo nueve años atrás, su destino estaba decidido.

Un periodista cubano mencionó que en el marco del IX Memorial Barrientos llegó la noticia de que Enriqueta Basilio sería la indicada para encender la pira olímpica, una deportista risueña como una niña de cuatro años: “Portará la antorcha olímpica en el último tramo de la posta que comenzará en Grecia, convirtiéndose de esa forma en la primera mujer en la historia del olimpismo que realiza tal tarea”.

¿QUIÉN ES ENRIQUETA BASILIO?

Los que tuvieron la oportunidad de competir en La Habana, la recuerdan como una muchachita alegre, de amplia sonrisa, gran dignidad y espíritu deportivo. Ponía alma y vida a cada una de sus actuaciones. En esa competencia ocupó el segundo lugar, detrás de Marlene Elejarde, en una tarde de gala.

En México, en tanto, el licenciado Juan Manuel Gallástegui, titular de la Jefatura de Apoyo a la Antorcha Olímpica, recargó la espalda en el sillón y, mirando de frente a los reporteros, dijo: “Ustedes los periodistas ya lo saben… Sí, es Queta… Queta Basilio”. Testimonió Javier Santos Llorente, en su columna del diario ESTO, en relación a la Antorcha de la Juventud.

La celebración de la ceremonia inaugural de México 1968, se conoce por crónicas, un largometraje documental realizado por Alberto Isaac y que fue nominado a un Oscar de la Academia. En el caso de Queta, lo relata como un día que empezó en un desayuno con sus compañeros deportistas, su permanencia en el área reservada para los jueces por la entrada de la maratón, el uniforme que nunca llegó y el recorrido en el último tramo, en medio de los deportistas hasta llegar a la escalinata. Queta, meses atrás había dicho que tendría que entrenar mucho, porque no quería desmayarse cuando encendiera la pira olímpica.

De ahí el ascenso al Olimpo mexicano, el fuego que llegó procedente de Grecia brilló para el mundo, miles de palomas volaron por el monumental estadio; mientras, Queta se sentó para observar lo que sucedió después de haber encendido el pebetero; posteriormente, un trabajador le facilitó un overol para salir del estadio, – lo conserva tal y como lo recibió – , subió al auto que la llevaría al CDOM, porque tendría que competir el día 15 de octubre, en la prueba que ganó la australiana Maureen Caird, de 17 años, quien empató el record mundial y mejoró la marca olímpica (10.3s).

En un telegrama firmado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz dirigido al señor Everardo Basilio y Sra. del 13 de octubre, un día después de la ceremonia inaugural, expresa: “Fue para mí muy satisfactorio haber tenido (el) honor (de) propiciar, por primera vez en la historia, que correspondía a una mujer (el) privilegio (de) prender (el) Fuego Olímpico al iniciarse (los) Juegos de México, mayor todavía, que haya sido (una) mujer mexicana. Felicito a ustedes y por su conducto a (su) distinguida hija, por la gallardía con que desempeñó su misión, los saluda afectuosamente. Gustavo Díaz Ordaz”.

Para la chica de cabello corto, sostenido siempre con una diadema para poder correr, el tener esa distinción cambió su vida, pero en el deporte, con la ausencia de Puzio, entrenador de atletismo, pintor extraordinario y sensible pianista, en los Juegos Olímpicos de Múnich 72, ya no fue lo mismo. En los ecos del tiempo: El 12 de octubre de 1968,  no se olvida.

Le comenté que Juanito Martínez tenía cáncer, no lo sabía aún. Hace poco habló con él y no le dijo nada. Juan Martínez, logró dos cuartos lugares en los cinco y 10 mil metros planos en la justa olímpica que a través de ella, todos sus compañeros esperan quien sea la que organice el festejo tan esperado del 50 aniversario, pero antes, en la reunión del 12 de octubre próximo, emanen las ideas para hacer de esa fecha otro eslabón inolvidable.

Madre de tres hijos Mario, Enriqueta y Oliver, así como de su nieta Constanza Álvarez Basilio, augura que en ella tendremos a la futura deportista olímpica. Queta no necesita hablar, con sus ojos lo dice todo, “Ella nació para la juventud deportiva el día que encendió la llama olímpica”, de la misma forma que su corazón palpita como una doncella griega y mexicana, porque de su tierra está más que orgullosa.