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Mira

5, julio 2017 - 22:49

┃ José Ángel Rueda

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POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA

Ya está, después de una buena serie de especulaciones, Lionel Messi firmó la que parece ser su última renovación con el Barcelona. Ya van ocho y ni cuenta nos hemos dado. Cuando termine su contrato habrá cumplido 34 años de edad y entonces, probablemente, ahora sí, viaje a Rosario para cumplir su sueño de jugar con Newell’s, el primer equipo de su vida y al cual el destino le negó por una cuestión de estatura.

Lo que son las cosas, Messi partió siendo un pequeño y volverá siendo un gigante.

Como paso natural, el niño Lionel buscó jugar en el equipo de su ciudad natal. Optó por ser rojinegro, se cansó de marcar goles en las inferiores y cuando intentó dar el gran paso, Lío, más pequeño que cualquiera en relación a los niños de su edad, encontró las puertas cerradas. Con el nuevo milenio viajó a Barcelona, donde Carles Rexach, entonces presidente del Barcelona, firmó su contrato en una servilleta. No había tiempo que perder.

Lionel Messi debutó con el Barcelona en noviembre de 2003. Luego de maravillar al mundo desde La Masía, escuela del Barça, y desde donde ya se advertía un jugador espectacular. Rijkaard le dio ingreso con la plena convicción de que desde ese momento el conjunto blaugrana no sería el mismo. Y vaya que tuvo razón. Lionel Messi es uno de esos jugadores que imponen época, y muchos años pasan para que la plática de los grandes tiempos gire en torno a otro jugador. Messi ha logrado apropiarse hasta del nombre. No es el Barça, es el Barça de Messi.

Por eso resulta imposible no hacer un alto en el camino cuando el tiempo se agota. Hacerle un amague, tirarle un caño a las manecillas y ponernos a pensar qué es lo que significa Lionel Messi para el Barcelona. Hasta dónde llega la influencia de uno de los mejores jugadores de la historia en un equipo catalogado como de época.

Lio Messi debutó bajo las órdenes del holandés Frank Rijkaard, sin embargo, probablemente fue Josep Guardiola quien más disfrutó de la plenitud de la famosa “Pulga”. Varias veces, cuando se acababan las palabras, Guardiola optaba por describir a Lionel desde sus gestos. Entonces, se tomaba la cabeza y sonreía ante el asombro. Guardiola es quizá el espejo perfecto de unos aficionados que se han encomendado a Messi como si fuera un santo. Lo que diga el argentino es palabra de honor. Por eso cada renovación es como un acto de fe. Confirmar que el romance es correspondido.

La genialidad de Messi radica en su juego. En su capacidad de influir de manera determinante en cada una de las facetas del futbol. Más joven, no era raro verle arrancando desde la franja derecha, desparramar rivales para definir de zurda pegado al poste que sea, o no, no al que sea, siempre al más alejado del portero. Luego, cuando fue requerido, Messi no tuvo problema en internarse en la punta del ataque, y ahí también brilló, por sus capacidad de decisión.

Es difícil advertir que el tiempo se va. Darnos cuenta que cada día que pasa nos hacemos más viejos, y en Lionel esa no es la excepción. Messi ha ido cambiando su juego con el paso de los años. Sigue siendo un jugador vertiginoso y seguro siempre lo será. Sin embargo, lo que cambia en él es el tiempo, su vértigo dura menos, es más breve. Poco a poco Lionel se ha ido tirando para atrás. Entiende que si de algún lugar ha de salir el futbol debe ser de sus pies. Y con esa convicción juega y hace jugar.

Lionel Messi es la metáfora perfecta de su gambeta. Apenas lo ves venir y con un movimiento de cintura te dejó sentado y viendo hacia atrás. El argentino se interna en el último tercio del campo. Tiene la mira bien puesta en el arco.