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18, septiembre 2017 - 8:24

┃ José Ángel Rueda

nota-relatos

Por José Angel Rueda 

Ilustración Víctor Nieto 

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Ábrelo, dice mi padre que decía mi abuelo. Y digo que dice mi padre porque yo no me acuerdo. Y si me acuerdo, me acuerdo de poco, de lo indispensable. Claro que de eso que me acuerdo, me acuerdo siempre, y me recreo esos momentos en la mente una y otra vez. Se trata de un cuarto relativamente amplio. Un cuarto con un ventanal al fondo que solía iluminar la pieza con su resplandor oculto detrás de las cortinas. La cama, los burós al costado, la repisa y una mesa con una flor siempre viva, y debajo de la mesa un baúl enorme, pesado, como de madera. Ábrelo, dice mi padre que decía mi abuelo. Y yo lo abría, y dentro encontraba un mundo. 

Futbolista, mi abuelo. De esos pioneros cuyos nombres no podían vivir sin un apodo de por medio. Le decían el “Camaleón”, porque a veces metía los goles y a veces los defendía. En realidad nadie sabía con lo que saldría el famoso Simón Camarena. Ábrelo, dice mi padre que decía mi abuelo. Y yo lo abría y me perdía en hojas viejas color amarillo, entre periódicos gastados por el tiempo, y mientras veía me era imposible dejar de estornudar, entonces mi padre me cargaba y me llevaba lejos. Hasta que todo pasara.  

La historia del tesoro sólo existe los domingos. Es como si el tiempo tuviera puertas que giran por un carrusel eterno y que sólo se abren por momentos. Digo que sólo existe los domingos porque por años ese día mi familia y yo lo dedicamos a visitar a los abuelos. De eso ya me acuerdo, porque entonces mi memoria ya había aprendido a acordarse. 

Entonces, recién entraba a la casa y le pedía al famoso “Camaleón” que me llevara a su cuarto. Ábrelo, decía mi abuelo. Entonces yo me acercaba con pasos cortos. Quitaba cuidadosamente la flor para colocarla en la repisa y movía la mesa para después abrir ese baúl de madera. Y yo miraba de reojo a mi abuelo que ponía cara de suspenso. Y ya que me decidía sacaba una hoja recortada y se la daba, y luego me sentaba en la cama a escuchar esas historias que salían de aquellos diarios gastados.

Y es que mi abuelo fue uno de esos futbolistas que su foto siempre aparecía en los diarios. Y dice mi padre que dice mi abuelo que mi abuela al otro día, cada día, compraba el periódico para recortar todo lo referente al famoso Simón “Camaleón” Camarena. Entonces ya podrán imaginar lo que ese baúl tenía. Cientos de historias donde los periodistas dejaban plasmadas sus hazañas, sus glorias, sus regates. 

Dice mi padre que decía mi abuelo que al principio, cuando era muy chico, yo no le creía que haya sido futbolista. Que entre mi inocencia siempre se escapaba una risa de incredulidad, y después una carcajada. Pero que él me veía confiado de saber que cuando creciera tendría entre mis manos las pruebas más directas de que en efecto, los campos recién poblados habían sido testigos de sus mejores historias. 

Y es que poco a poco fui comprendiendo lo que en realidad significaban los domingos. Cuando entraba corriendo y las zancadas por el pasillo cada vez eran más grandes. Cuando en la voz se asomaban las primeras señales de la pubertad. Cuando las pláticas eran más largas porque entonces yo dejé de sólo escuchar. Y me animé a comentar y a interpretar sus palabras calmadas. Y entonces, me fue imposible no creerle y no admirarlo cada domingo, como se admira al equipo por la tarde. 

Y aún recuerdo su alegría cuando uno de esos días llegué bien vestido con la playera roja. Y recién me bajé del carro corrí como pude hasta llegar a la sala de televisión. Y él me vio y no pudo esconder su sorpresa, y me abrazó, y lo mejor vino cuando me di la vuelta y vio en la espalda el número 10, con el nombre grande, para que se viera, “Camaleón”, decía. 

Lo abro, le digo a mi padre que le decía a mi abuelo. Cuando muchos domingos después llegué y lo encontré recostado en su cama. Dormitando, pero plenamente consciente de lo que yo decía y hacía. Y entonces me tardé un buen rato seleccionando la historia adecuada. Una historia que fuera capaz de expresarle todo mi agradecimiento por tantos años, por tantas alegrías contadas. Por hacerme el aficionado al futbol que hoy soy, por las pláticas. 

Y entre tantas hojas encontré la más especial que había en ese baúl, en ese tesoro que nos acompañó durante toda una vida. Como si él con su mirada me anunciara algo, como si entre sueños quisiera decirme la última confesión. Era la crónica del día que se despidió de las canchas. Adiós, maestro, decía la portada. Acompañado de su foto con la playera de su equipo en la mano, levantándola hacia el cielo, con el puño bien cerrado. 

El baúl desde luego descansa ahora en mi casa, justo al fondo del cuarto donde cada domingo lo abro y platico un rato con su recuerdo. Ábrelo, le digo a mi hijo que decía mi abuelo. Y entonces él va con su cara expectante, y le cuento lo mucho que disfrutaba aquellos días. Y sé que no me entiende pero no es necesario que lo haga. Porque ya el tiempo se encargará de decirle lo maravilloso que era  Simón “El Camaleón” Camarena. Aquel futbolista al que sólo conocemos gracias a los diarios y a ese baúl de recuerdos. 

CONTACTO

Correo: jrueda@esto.com.mx 

Twitter: @joseangelr10

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