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5, octubre 2017 - 10:13

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sharapova y Agassi

Por: Alejandro Jiménez

La tenista rusa Maria Sharapova acaba de publicar su libro “Imparable. Mi vida hasta ahora”, donde cuenta su biografía desde que tenía cuatro años de edad y comenzó a pegarle a la pelota con una raqueta que le regalaron a su padre: Yuri. Relata entonces su travesía a Estados Unidos por recomendación de Martina Navratilova, quien vio jugar a la niña prodigio y sugirió darle seguimiento.

El libro está contado a manera de autobiografía, en tono más bien condescendiente y con poca autocrítica. Es la osada travesía de un obstinado padre y su hija en un país extraño, con sólo 700 dólares en la bolsa y una raqueta vieja, que culmina en un gran éxito.

Es imposible no relacionar este texto con la autobiografía publicada en 2009 por otro grande del tenis, André Agassi, titulada “Open. Memorias”, con el que tiene grandes paralelismos y diferencias. La comparación es inevitable.

Ambos son hijos de padres obsesionados con transferir a sus hijos la pasión que sienten ellos por el tenis y desde pequeños los obligan a entrenar, siendo que por casualidad ambos sí tenían talento para el juego. André sin embargo odia al padre por eso y odia al tenis, mientras que ella dice idolatrar a su progenitor.

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El relato de Agassi es más amargo, intimista, que refleja la paradoja del niño al que no le gusta lo que lo ponen a hacer, pero aún así tiene talento y avanza derrotando a todos los de su edad. Es la historia de su rebeldía pero también de su sometimiento. Las páginas parecen surgidas del diván de un psicólogo que exige al paciente contar todo.

En el caso de Sharapova, la crónica es más escéptica, cuidada, más producto de una oficina de relaciones públicas que de la necesidad de exorcizar demonios.

Sin ser contemporáneos propiamente dichos, ambos coinciden en lugares y ambientes, sobre todo en su paso por la clínica de tenis de Nick Bollettieri, un lugar al que ambos detestan. Con gran similitud los dos relatan lo que es ser niño tenista a finales de los años 90 y principios del nuevo siglo: los torneos, los triunfos, el paso al profesionalismo, los coaches, los viajes, la vida personal cancelada, los éxitos, los patrocinios, la fama, el dinero.

 

Son muy interesantes los relatos detallados que hacen de la vida del tenista profesional, los vestidores, la convivencia, los torneos.

Más aún, para el tenista bisoño las explicaciones técnicas que proporcionan son valiosas: sus fortalezas y debilidades, sus voleas, sus reveses, sus lesiones, sus entrenamientos, sus estrategias. Del golpe seco sin efecto de ambos, colocado al final de la línea y en las esquinas, al juego moderno, de mucho top spin y gran efecto, sin casi ir a la red.

Los dos tienen su némesis: él en Pete Sampras, su “coco” al que pocas veces pudo vencer; y ella en Serena Williams, a quien no le concede mucho crédito, pero que reconoce no saber cómo ganar.

En el fondo, sin embargo, el enfoque es distinto. Agassi no duda en relatar todo el tiempo sus inseguridades, sus inmadureces. Cuenta cómo usó mucho tiempo una peluca sujetada con una banda para sudor, ante el pánico porque el público se diera cuenta de que se estaba quedando sin pelo. También su dificultad para encontrar pareja estable, así como sus celos cuando tuvo de novia a la actriz Brooke Shields, quien por necesidad debía hacer escenas de amor en películas y series de televisión.

 

Sharapova en cambio no suelta prenda en cuanto a debilidades. No las tiene, según este relato. Todo el tiempo ve que el mundo la odia a ella, primero por ser una rusa pobre y después por ser una tenista exitosa y millonaria. Siempre son los demás los que están mal. Ella lo supera todo, por supuesto, porque es imparable.

Los dos se vuelven un tanto lentos cuando cuentan detalles de algunos juegos en particular. Aunque destaca la agilidad narrativa de Aggasi cuando arranca su libro contando el último juego de su vida ante Marcos Baghdatis; una batalla de sangre y lodo en el US Open.

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