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9, octubre 2017 - 8:30

┃ José Ángel Rueda

LA_CABALA_PARA WEB

Por José Ángel Rueda 

Ilustración Víctor Nieto 

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Talla que talla la madera don Pancho. El día es caluroso en el poblado de Acevedo. Ni una nube se ve por los cielos cuando de pronto el Panchito irrumpe la calma, y azotando la puerta entra a la carpintería. Don Pancho pega el salto mientras los clavos y el martillo  se pierden en el suelo. Pos qué carajos te pasa, m’ijo, dice como al vuelo. Y el Panchito le suelta la sopa, pos que por fin voy a debutar, jefecito.

Y es ahí donde don Pancho se sienta en el banquito de madera, y siente como que se sofoca, y el Panchito que le echa aire con las manos, y le sopla y hasta lo cachetea, pero don Pancho no puede con la alegría de saber que su único hijo está a unas horas de cumplir el sueño de jugar como profesional en el Deportivo Acevedo, el equipo de sus amores.

Apenas recuperado el aire don Pancho se levanta y comienza a guardar las cosas. Vámonos a celebrar, m’ijo, le dice al Panchito, que le ayuda, todavía con las manos temblorosas, y se le cae nuevamente el martillo y don Pancho le dice que lo deje ahí, que le vaya hablando al abuelo, a los tíos y al compadre, que la fiesta se va a armar en grande. Pero Panchito se pone serio de repente, y le dice a su papá que si ya se dio cuenta de algo, pero don Pancho está que no entiende, aunque la incomprensión le dura apenas unos segundos, antes de ponerse también serio y sentarse otra vez en el banquito, desconsolado.

La cosa cambia de un segundo a otro en esa carpintería. Don Pancho siente que hasta el cielo se nubla de tremendo notición. Resulta que la próxima jornada, la del debut, el Deportivo Acevedo enfrenta nada más y nada menos que a su más grande rival, el odiado Universitario. Don Pancho no puede creer que el destino esté a punto de jugarle una de esas jugadas inauditas, de esas que hasta parecen broma, pero no.

Don Pancho es uno de esos hombres cabaleros. Todo el poblado tiene constancia de aquello. Entre sus múltiples manías destaca una que lo ha hecho célebre entre los miles de acevedeños. Resulta que una mañana de domingo de hace muchos pero muchos años, ocupado en labores impostergables, el famoso don Pancho se perdió por primera vez un Clásico entre el Acevedo y el Universitario. Una vez desocupado, el entonces joven Pancho corrió como pudo hasta la cancha para ver cómo iban. Se jugaba el minuto 89 y el Acevedo ganaba 2-0. Todo era fiesta, pero justo cuando se sentó en las gradas comenzó la tragedia, el Universitario dio la vuelta al marcador en apenas segundos y terminó ganando 2-3.

Aquella tarde fue tan traumática para don Pancho que entre las múltiples explicaciones que buscó y medianamente encontró, fue el atribuirle la derrota a su presencia. Es lógico, decía, con tristeza, si el equipo va ganando 2-0 y cuando llego le dan la vuelta 2-3 es porque yo soy el de la mala suerte. Y así comenzó la cábala, don Pancho nunca más fue a un Clásico, ni lo siguió por la radio, ni por la tele, y se mantenía totalmente incomunicado durante los 90 minutos, y solo después de un rato de haber terminado el partido salía a la calle y preguntaba así como sin interés que cómo le había ido al equipo, y desde esa vez la respuesta siempre fue la misma, les llenamos la canasta, don Pancho.

Y ahora esto, carajo Y los siete días que pasan previo al partido son un verdadero infierno para don Pancho, que es casi casi un mar de dudas. No sabe ni qué hacer, si ir a la cancha y ver el debut de su hijo, ¡el debut de su hijo, joder! O quedarse en casa totalmente incomunicado y que ya después la familia o los amigos o quien quisiera Dios le cuenten cómo jugó el Panchito.

Y el día llega. Y don Pancho se levanta como se levanta en esos domingos de Clásico, y apenas saluda a su hijo y le desea suerte, y le dice que lo entienda, que no está dispuesto a echarle a perder su debut con su mala suerte, que ya después se lo agradecerá, y que espera que les meta todos los goles del mundo a esos malnacidos del Universitario, y que se los aprenda bien para que se los cuente. Y Panchito le dice que no invente, que vaya, que cómo se va a perder ese día, pero don Pancho es un hombre de carácter fuerte y parece que nada lo hará cambiar de opinión.

Sentado, don Pancho, en el banquito de la carpintería, no deja de pensar en si hizo bien o si hizo mal. Cada golpe con el martillo es como un reproche que le llega de lejos. No puede olvidar las palabras de Panchito, ni las de su mujer, ni las de su padre ni de su compadre ni de todos los que le dijeron que se iba a arrepentir. Y quiere olvidar la palabra arrepentir, don Pancho, porque efectivamente siente un arrepentimiento enorme que de pronto lo obliga a aventar las cosas y salir corriendo hacia el estadio.

Corre y se desespera, y mientras se acerca escucha cómo un estruendo se escapa de las gradas. Y al apresurar el paso se sigue arrepintiendo al pensar que ese estruendo pudo haber sido el primer gol en Primera de su Pancho. Compra su boleto, esquiva las filas y sube las rampas hasta llegar al graderío. ¿De quién fue el gol?, pregunta desesperado. De Zárate, le dicen, y mientras el orgullo se le asoma en forma de lágrimas por ver a su Panchito correr con la pelota dominada, tan seguro en su gambeta, en su tiro de larga distancia, en su visión de campo.

Es ahí cuando llega el momento milagroso. Justo cuando la primera mitad está por terminar, Panchito se quita a tres rivales para después definir al segundo palo. El estadio entero está que se cae y don Pancho no cabe de la felicidad. Sabe bien que es el primero de muchos. Durante el descanso se siente liberado. Piensa que la maldición se ha ido, que ahora la cosa será distinta. Y saluda a los amigos que lo miran incrédulos y hasta con cierto temor.

Pleno, feliz como pocos días, don Pancho se sienta para disfrutar del segundo tiempo. Cree, quiere creer que pueden caer más goles de su hijo pero los minutos pasan y el partido como que se complica. Y en eso llega lo inevitable, el Universitario recorta distancias, y casi seguido cae el empate y ya sobre el final llega el tanto que sella la voltereta. Una vez más, el Clásico se escapa de manera inexplicable, como aquella tarde gris.

Don Pancho está que no se la cree, y los amigos lo ven desde la distancia con cierto resentimiento, como si él fuera el culpable de tremenda tragedia. Y puede ser que sí, piensa don Pancho, mientras busca desesperado la mirada del Panchito, que desde el centro del campo aplaude. Hasta que se ven entre la gente, como de milagro, y Panchito le manda un abrazo que don Pancho siente en lo más profundo. Esa tarde, pese a la derrota, es la más feliz de su vida. Ya habrá otros Clásicos para no echarlos a perder… O tal vez sí. Ya don Pancho y sus locuras lo dirán.

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