Los banquillos de América y Cruz Azul tienen una similitud. Los hombres que llevan el timón son sumamente pasionales y el Clásico Joven, fue el pretexto perfecto para demostrarlo.

Miguel Herrera comenzó el partido de pie. Dio órdenes y manoteó. En la primera falta que recibió su equipo, se acercó al árbitro asistente para reclamar que la jugada no se marcó antes. Incluso, a la distancia, parece que se queja de dos faltas previas a que la jugada fuera sancionada.

Las redes se mecen, por fortuna para América, el gol es anulado. Ni tardo ni perezoso, el “Piojo” da instrucciones para que no lo vuelvan a tomar por sorpresa.

El técnico ibérico tardó un poco más en dar su respectivo espectáculo. Al menos en un cuarto de hora, solamente se levantó una ocasión para dar instrucciones, pero regresa a su banquillo.

Cayó el gol del América y el efusivo festejo de Miguel Herrera no se hace esperar. Gritó junto a su cuerpo técnico y de inmediato volvió a dar instrucciones. A partir de ese momento, Jémez no se volvió a poner cómodo.

El segundo gol pone histérico al español. Trató de ordenar a los suyos, de pegar un grito para ordenarlos. Miguel Herrera celebró y de inmediato recriminó al silbante una falta no sancionada, o en la que, cuando menos, se mostrara un cartón preventivo.

Ambos dialogaron con sus auxiliares y tuvieron un momento de paz, de simplemente observar el duelo.

El primero en tomar decisiones fue Jémez. Cauteruccio fue su respuesta a los dos goles en contra.

Durante el complemento se vieron más cautos. Parados en el borde del área técnica. Dieron instrucciones. Tomaron con tranquilidad el correr de los minutos.

Jémez poco a poco lució desesperado. Sus instrucciones, cada vez se hicieron más notorias por el lenguaje corporal usado. Manoteó y gritó. Esa fue la tónica.

El duelo cerró con un cálido apretón de manos entre colegas, mismos a los que no es normal ver tan tranquilos en sus banquillos. (Yael Rueda)