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23, octubre 2017 - 9:56

┃ José Ángel Rueda

Chimichurri_PARA WEB

Por José Ángel Rueda 

Ilustración Víctor Nieto 

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Compadres, hermanos del alma y del futbol, los saluda desde el lejano poblado de Acevedo su siempre amigo Pepe “Mulo” Morán. Qué cosas son estas del internet, carajo, eso de los mentados e mails y no sé qué tanto más que me dicen mis nietos. Yo todavía pienso que tengo que ir al correo para entregar la carta y que les llegue sabrá Dios cuándo. pero que les llegue. No me culpen, soy uno de esos románticos que piensan que el pasado Siempre fue mejor, aunque a pesar de todo debo reconocer que más que otra cosa estoy agradecido por poder estar en contacto con ustedes, mis siempre guerreros del glorioso Deportivo Federación.

Sé que ha pasado muy poco desde la reunión que tuvimos hace apenas unos días en la casa del “Pimpón”. No me dejarán mentir, la pasamos a lo grande. Y es que después de tantos años sin vernos, tantas cosas que pasaron en nuestras vidas, tantos hijos y tantos nietos, nos resultaba imprescindible juntarnos para ponernos al tanto. Qué trabajo que nos costó encontrar a todos, bueno, a casi todos, solo nos faltó el méndigo “Chimichurri”.

Pobre, seguro que le zumbaron los oídos de tanto que hablamos de él. Todavía de regreso, una vez en la casa, le platiqué a mi mujer su historia. Y entonces, mientras hablaba, iban surgiendo muchas cosas que antes creí olvidadas, pero que supongo se quedan en la memoria y salen sólo cuando uno las necesita. No deja de sorprenderme eso, le dije a Clara, pues hay veces que no me acuerdo ni de lo que pasó ayer, pero de esas cosas que pasaron hace más de 40 años sí que me acuerdo.

Total que mientras estábamos hablando del “Chimichurri” fue que salió el tema de los ricos asados que preparaba su papá. ¿Se acuerdan? El señor era un argentino que se vino muy joven a México, y acá conoció el amor y acá se casó, y luego tuvo al buen Ricardo. Una dama, el señor, le dije, siempre educado y gentil. Atendía a las visitas como pocos, y cuando ya tenía la carne lista y la iba repartiendo entre los invitados, sacaba su famoso chimichurri y lo ofrecía con insistencia, sonriente y obstinado, entonces uno no podía negarse. Fue por eso que le pusimos a Ricardo el “Chimichurri”, le dije a Clara, y soltó la carcajada. Del nombre completo no me acuerdo, solo sé que tenía uno de esos apellidos muy argentinos, o muy italianos, o muy extranjeros.

De sangre sudamericana, el “Chimichurri” era uno de esos clásicos cracks que manejaba el balón con las dos piernas y le pegaba bien desde cualquier lugar, le dije a Clara. Además, Ricardo tenía una extraña manera de celebrar sus goles, pues bien consciente de su origen, cada que anotaba movía las manos como si estuviera preparando un asado, y sacara la carne del fuego y la colocara a un costado, en un platón. La gente lo miraba como si fuera un loco, pero poco le importaba, era una manera de no olvidarse quién era.

Ya sé que van a decir que todo esto ya lo platicamos en la reunión, hace apenas unos días, que para qué la repetición. Pero es que muchachos, les tengo noticias. Ya saben cómo es el destino. Uno puede pasar toda la vida buscando algo sin poderlo encontrar, y un buen día, de la manera menos esperada, llega y se presenta ante nosotros. Sí, aunque ustedes no lo crean, encontré al “Chimichurri”. La cosa no fue tan sencilla como parece, no vayan a pensar. Es más, casi estoy seguro que yo no fui el que encontró al “Chimichurri”, sino que él fue el que me encontró a mí. Les explico.

El domingo pasado Clara me pidió que la acompañara a Salvatierra a comprar unas artesanías que venden en el mercado. Ya les dije, yo no soy mucho de andar caminando por los puestos, por lo que regularmente me voy a dar una vuelta por el pueblo. Como buen domingo a medio día había un sol quemante, por lo que busqué un lugar donde pudiera tomar algo de sombra.

Fue así que mientras recorría las calles empedradas, pude escuchar a lo lejos los gritos de la gente. Ya saben a qué tipo de gritos me refiero, esas voces que juntas hacen un alarido que anuncia un gol, o al menos la inminente llegada de uno. Me asomé por encima de una barda y descubrí con gusto que el pequeño estadio estaba unas tres cuadras abajo.

Y ahí andaba yo. Debo de confesar que desde aquellos tiempos en los que pateábamos la pelota con el Deportivo Federación siempre me ha gustado ver todo el futbol que pueda. Es decir, que si voy por la calle y veo que algunos niños juegan por ahí en la calle, en uno de esos partidos que uno se inventa cuando es chico, me quedo un rato a observarlos, y disfruto como nunca mirar sus caras emocionadas, la pasión que se desborda cuando el milagro del juego surge.

Así que me senté en las tribunas, saludé a las personas que me veían como un bicho raro y me puse a ver el partido. Me llamó la atención de inmediato un muchacho rubio del equipo de Salvatierra. Tenía el 10 en la espalda y sin temor a equivocarme puedo asegurar que era el mejor jugador de la cancha. Dos jugadas me bastaron para darme cuenta de su talento. No pude evitar pensar en el “Chimichurri”, como si de pronto su imagen apareciera en mi mente.

No sé si les ha pasado, supongo que sí, la mente humana trabaja de la misma forma en cada uno de nosotros. Pero fue como si una máquina del tiempo me hubiera trasladado hasta aquellos días donde el pequeño hijo del argentino tomaba el balón y con una destreza brutal desparramaba rivales para después marcar el gol. Me pasó algo similar a lo que ocurre cuando de golpe un olor te recuerda a una persona, cuando la luz del sol ilumina el cuarto de una determinada manera que te remonta a un día en específico, cuando escuchas una canción que te transporta a un momento especial.

Así me pasó cuando el chamaco tomó la pelota y marcó un gol de esos antológicos, dignos de un futuro genio. La cosa toma más importancia cuando justo después de anotar el pequeño simuló preparar un asado, para después correr a la banca y abrazarse con su abuelo. Efectivamente, era el “Chimichurri”.

Entonces bajé como pude las gradas y atravesé el campo hasta llegar a los banquillos. Ricardo me vio y de inmediato me reconoció. Tantos años sin saber de ti, mi querido “Chimichurri”, le dije, eufórico. Te estuvimos buscando por todos lados pero nada que te encontrábamos. Andaba por acá, me dijo, siempre en Salvatierra. Yo también los he buscado como un loco.

Una vez terminado el partido nos pusimos de acuerdo, me dijo que tiene muchas ganas de reunirse con todos, que a ver qué día vamos a su casa, ahí en Salvatierra, para hacer un asado y probar el chimichurri que ahora prepara, que no es tan bueno como el de su padre, pero que para comer ése ya tendrán la eternidad.  

Los saluda y los quiere, Pepe “Mulo” Morán.

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Twitter: @joseangelr10

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