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29, diciembre 2017 - 12:31

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Brizio

Por: Eduardo Brizio

Victoria sin honor; triunfo sin sabor

La anarquía se ha apoderado de la aplicación de las reglas de juego en el futbol. Cuando yo era joven, las leyes que rigen a nuestro querido deporte estaban plasmadas en un librito llamado “Guía universal para árbitros”. Pero ya lo cantó alguna vez Roberto Livi: “Como han pasado los años… las vueltas que dio la vida”. En la actualidad, el sistema para impartir justicia en el balompié tiene todo, menos universalidad.

La cuestión es que cada quien hace lo que quiere y cada Liga “tiene su modo” de matar las pulgas. En la mayoría; pero no en todas, la cuarteta arbitral utiliza las famosas diademas intercomunicadoras. En los países tercermundistas, se dirige a la antigüita. En la Champions, se ocupan además del central, los asistentes de línea y el cuarto oficial, otros dos jueces adicionales “los árbitros de meta”, que están colocados atrás de la portería y aunque nadie, absolutamente nadie ha sido capaz de demostrar su utilidad, ahí están, en el mejor lugar del estadio disfrutando plácidamente del partido.

Pero la cosa no para ahí, desde hace un par de años la FIFA ha iniciado una etapa experimental, para entrar de lleno a la tecnología con el video arbitraje, que se ocupa en unas cuantas ligas que cuentan con el suficiente poderío económico y que ha perjudicado, más que beneficiados (desde mi muy humilde punto de vista) la impartición de justicia en el deporte más popular del mundo.

Es entonces cuando nos percatamos de que: ni a la antigüita, ni con diademas, ni con más jueces en el terreno de juego, ni con la tecnología se logran erradicar “los errores” arbitrales, sembrando la inconformidad entre todos los participantes; léase: futbolistas, cuerpo técnico, directivos y aficionados.

Llama poderosamente mi atención que la FIFA haya hecho tantos esfuerzos para “capacitar” y proveer de herramientas a los encargados de impartir justicia; mientras ha hecho poco (o nada) por educar a la gran familia del futbol.

Si un delantero no metiera un gol con la mano o si al entrar al área no se tirara un clavado tratando (y muchas veces lográndolo) de engañar al árbitro, no existirían los yerros arbitrales. De aquellos jugadores que se fingen lesionados cuando van ganando el partido, perdiendo tiempo de forma deliberada, luego hablamos.

Si al término del partido el Director Técnico no buscara en las decisiones arbitrales la explicación a su propia incompetencia, no le estaría faltando al respeto a su integridad al reconocer que fue superado deportivamente por su rival.

El fair play (juego limpio) que tanto pregona la FIFA, será una utopía, en tanto se sigan privilegiando los intereses económicos sobre los deportivos. Mientras los equipos quieran ganar a costa de lo que sea y a cualquier precio. Mientras no se aprendan a considerar las decisiones arbitrales como parte del jugo mismo. Mientras no se les inculque a los participantes que “una victoria sin honor; es un triunfo sin sabor”.