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25, marzo 2018 - 0:20

┃ José Ángel Rueda

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Por José Ángel Rueda

Ilustración: Alejandro Oyervides 

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¿Qué es lo que piensa uno cuando está a punto de cobrar un penalti? Se pregunta López, cuando, parado sobre la vereda, espera el autobús para irse a trabajar. No se piensa en nada, se tira y ya, responde Pérez, con ese tono de quien lo quiere saber todo, aunque López sabe que en verdad no sabe nada, porque cuando se está parado a unos pasos del manchón, con el arquero moviéndose sobre la línea, con el estruendo del público, con la responsabilidad a cuestas, se piensa en todo, y si no en todo por lo menos se piensa en algo, pero no en nada.

Eso lo sabe López porque toda su vida ha jugado al futbol, no a un nivel profesional, claro, pero López es de esos hombres que cada domingo están ahí para jugar en el llano. En cambio Pérez nunca se atrevió a patear un balón, o puede que sí, pero no en serio, no al nivel de López. Por eso es que regularmente a Pérez le cuesta un mundo entender la retórica de López, que siempre va por la vida preguntándose cosas para luego responderlas cuando pueda, en uno de esos tiempos perdidos que nunca son perdidos porque se ocupan para uno, para pensar esas cosas que uno piensa cuando encuentra el tiempo.

Y regularmente el tiempo López y Pérez lo encuentran en esa calle que por las mañanas se deja enfriar por una corriente de aire que llega desde bien lejos, y que siempre la mantiene fresca aun cuando a unos metros un sol quemante hace arder el asfalto. Por eso, en esa calle, bien temprano,cuando esperan el camión, a López le da por preguntarse cosas que luego el solo se responde, sin escuchar al pobre de Pérez.

Cómo no se va a pensar en nada, Pérez, dice López, como por no dejar. A mí me ha tocado estar en varias series de penaltis, de esas que definen campeonatos, y permíteme decirte que en esos momentos las piernas son como unos banderines al viento, tiemblan para todos lados. No es fácil animarse a cobrar en esas circunstancias. Por qué crees que cuando llega la hora, los entrenadores siempre andan preguntando a los jugadores si se sienten confiados. Hasta qué punto llegamos que ya no es una cuestión de calidad, sino de confianza.

Dicen que la clave está en que cuando llegas al manchón penal y el árbitro te da la pelota, ya debes de saber a dónde tirarás. Porque si no estás seguro ya llevas las de perder, Pérez, porque la duda mata, te lo juro que mata. Encima, la portería se ve bien pequeñita, y el arquero es un gigante que se mueve para todos lados. Por eso es que si tú llegas seguro de dónde la quieres poner no hay quien la pare, ya ves eso que dicen que un penalti bien tirado es inatajable, ya sabes, fuerte, raso y colocado. 

Déjame decirte, Pérez, que yo siempre intenté tener mi estilo, tirarlo abajo, a la derecha del portero, siempre a la derecha, casi pegándole al palo. Aunque eso no garantiza nada, porque los porteros rivales poco a poco te van conociendo, y después de un tiempo ya saben perfectamente cómo los tiras, así que tienes que inventarte nuevas formas. Yo los tiraba ahí, aunque dicen los expertos que era un error, que me volvía de lo más predecible, que un derecho siempre se va a sentir seguro tirándola a la derecha, cruzadita, y que un zurdo a la izquierda, y eso nomás terminó por confundirme.

Cómo me vas a decir que no se piensa en nada, Pérez, si hay jugadores que hasta se encomiendan a Dios cuando están ahí, de frente a la pelota, solita, esperando por un buen disparo. O hay otros que la besan, la besan mucho, para enamorarla, para mandarla a ese encuentro inevitable con la red. No te miento, Pérez, te lo juro que no te miento. Fíjate cómo le hacía Juan Román, que antes de ponerla en el manchón le daba un beso tierno, para luego colocarla sutilmente en el pasto y finalmente engañar al arquero y marcar el gol.

Porque de eso se trata un penalti, de engañar, de decirle al arquero ahí te va, tonto, tírate para allá, y después, de último segundo, tirarla para el otro lado. O ya ves a ese loco de Panenka, que un buen día se le ocurrió picar la pelota para que el portero se aventara y quedara sin posibilidades, y mirara desde el césped, desesperado, cómo el balón entra sin poder hacer nada. Es el arte del engaño, mi querido Pérez.

Cómo no se va a pensar en nada si las combinaciones son infinitas. Si hay miles y miles de variantes para decidir a dónde poner un balón. Por eso es que hay quien opta por reventar el marco, pegarle fuerte y al centro, o fuerte y a los lados, pero nunca a media altura, porque si de suerte el portero te adivina el lado le será más fácil atajarla. 

Dicen, Pérez, que los penales son como un volado, que pueden ser para cualquiera, y pon tú que sí, pero entonces cómo se explica que por ejemplo los mexicanos casi siempre fallamos a la hora buena. Ya sabes, los malditos penales. Es mucha mala suerte como para tratarse de una casualidad. Y no me salgas con eso de lo que los jugadores están obligados a meterlos porque a eso se dedican, todos cometemos errores aunque sea nuestro trabajo. 

Si no fíjate, hasta los más grandes de la historia han fallado penaltis importantes. Piensa en Platini, en Maradona, en Baggio, en Messi, cómo no van a pensar en nada si desde que van caminando desde la media cancha, cuando todos los jugadores abrazados miran a lo lejos el paredón, cuando recorren ese tramo que parece infinito pero no lo es, ponen cara de velorio, de pena, y uno los mira desde la tele y dice éste lo falla, se ve nerviosísimo, éste lo vuela, no puede ni con su alma, y efectivamente la fallan y la vuelan y no pueden ni con su alma, y se tapan la cara, y algunos regresan con lágrimas y otros caminan con la mirada clavada en el pasto, como apenados, como pidiendo perdón. 

Pero esa es sólo la cara amarga, Pérez, porque también está la parte buena. Esa cuando uno mira a lo lejos que la pelota toca por fin la red, y llega el momento de salir corriendo a abrazar al compañero que acaba de marcar el gol. Uno toca la gloria, y es como una caminata sobre las nubes, y uno se encima y grita y celebra y se siente triunfador por un instante, un instante breve, pero que se queda en la memoria para toda la vida.

Y Pérez sigue escuchando, aunque a decir verdad, tiene rato que se ha perdido entre tanta palabrería de López, que lo mira con cierta ternura mientras descubre a lo lejos que el camión viene y que ya es tarde. Si eso piensa el jugador, ahora imagínate lo que pensará el portero, pregunta López, como al aire. No piensa nada, sólo se avienta, responde Pérez, convencido.

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