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14, noviembre 2014 - 11:05

┃ ESTO

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MIENTRAS Diego Silveti volaba rumbo a Colombia para unirse a los defensores de la fiesta de toros, aquí en México se sigue recordando a David Silveti por su trágica muerte.

Y el trono que dejó el Rey David sigue sin ser ocupado por alguien de la talla de esa gran figura del toreo, de ese toreo que conmovió a las masas, que los hizo vibrar, que tocaba las fibras de los corazones.

Su hijo Diego allá en Bogotá se unía a los defensores de la fiesta brava, la más bella de todas las fiestas, que David amaba con toda su alma y a la que se entregó sin reservas, a pesar de su desventaja física, que lo hacía visitar de continuo los quirófanos. Nuca se dio por vencido, se levantaba para seguir frente a los toros con esa elegancia, esa parsimonia y sobre todo llenando de arte los ruedos. Calificaba su toreo como estético, patético y dramático.

Se recuerdan esas faenas que se mantienen en las retinas de los asistentes a la Plaza México, sobre todo la última que realizó y que dejó un recuerdo imborrable. A un toro colorado de Julio Delgado. Aunque previamente había hecho un faenón a un toro de Fernando de la Mora. Los cierto es que siempre dejó plasmado su sello personal en sus faenas.

Se le recuerda con cariño, respeto y se le extraña. El día del fatal desenlace, 12 de noviembre de 2003, enlutó al medio taurino, nacional e internacional.

Sus familiares, amigos y aficionados lo recordarán por siempre y su trono, que esculpió con sus capotes y muletas, se mantiene vacío y seguramente no habrá quien logre sentarse en él. (HSC).