26, mayo 2018 - 22:56
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POR HÉCTOR REYES
La familia y amigos del profesor Tadeusz Kempka llegaron puntuales a la cita.
Esteban Policarpio llegó con un oyamel y un pino para sembrar junto con estos, los cenizas del entrenador que hizo época en el atletismo mexicano.
Descansan en el lugar que más amó: El Valle del Conejo, en el Estado de México, a un lado del bosque que vio crecer desde hace 52 años.
Hoy la sombra protegerá del bosque, cobijará al oyamel que alimenta a las mariposas monarcas y desde su raíz, el alma de Tadeusz será su acompañante a lo largo del tiempo.
No es casual que su hijo Edward, haya seleccionado ese lugar, junto a un árbol que Tadeusz vio nacer, hace cinco décadas, la primera vez que piso el valle del Conejo, según cuenta Bernardo García – “El Toluco”-, inseparable mosquetero del profesor Kempka, a lo largo de 36 años, y sus alumnos que fueron destacados atletas, gracias a su trabajo.
Casi todos estaban presentes, desde la primera generación que participó en los Juegos Olímpicos de México 68, como Alfredo Peñaloza y José Socorro Nery, además de Rafael Tadeo Palomares, famoso por su resultado en la tradicional carrera de San Silvestre, en Sao Paulo, Brasil, Mario Cuevas, Andrés Romero, Martín Mondragón, invitado a la Casa Blanca con Clinton, Miguel Ángel Cruz, entre otros.
Luego vendrían Charlotte Bradley, Susana Herrera y Teresa Barraza, entre otros atletas Pumas, presentes en su homenaje luctuoso. No podemos olvidar a Francisco Pacheco, dedicado en la actualidad a promover las artes.
Y la nota joven, surgida del atleta Abraham Hernández, uno de sus últimos discípulos que acaba de terminar su carrera en química de alimentos, y que habló a nombre de sus compañeros, mientras el sol iluminaba el valle que otrora fuera virgen, en el alba del sábado.
Las cenizas de Tadeusz, blancas, como la cima del Nevado de Toluca, que se asomaba como un mudo testigo por encima de las crestas de los árboles, contrastaban con el color moreno oscuro de la tierra húmeda, mientras eran depositadas por su hijo Edward, acompañado de su esposa y sus dos hijas, de otros seres queridos y de muchos de los atletas que durante años entrenaron con el querido profesor polaco, que se entregó siempre, en cuerpo y alma, con el afán de que sus pupilos obtuvieran los mejores resultados deportivos y cumplieran sus sueños, creciendo como seres humanos y a aprendiendo a vivir plenamente.
El árbol fue sembrado a un costado de la antigua capilla, donde solía entrenar con sus alumnos, y otro más, atrás de la cabaña, donde encendían un fogón mañanero, par prepara el indispensable café que tanto le gustaba. Ahí, al fuego de ese hogar, hoy se desayunamos tamales y atole de arroz.
Su hijo Edward se dirigió al grupo que asistió al Valle, otrora un inmenso pastizal, sin bardas, ni caballos que pasean a los turistas. Ahí pasaron miles de madrugadas, en las que de manera incondicional a lo largo de 52 años, diferentes rostros, con diversas actitudes, y propias aspiraciones, se hacían presentes compartiendo el mismo sueño: ser atletas triunfadores… Y entonces Tadeusz les decía: “Lo importante es el ser humano, luego el ser humano, luego el ser humano y luego el atleta”. Palabras a través de Bernardo, de una mil anécdotas de Tadeo, con sabor a café que tanto disfrutó, aún bajo tierra.
De los ausentes, ni mencionarlos… ¡Y vaya que fueron muchos¡