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11, julio 2018 - 16:35

┃ José Ángel Rueda

EFE

Fuerte, no muy alto, de carácter imperturbable y cabello alborotado, Hugo Sánchez era de esa clase de delanteros que anotaban con la pura inteligencia. El mexicano tuvo la virtud de imaginarse lo imposible y por si fuera poco hacerlo realidad. Con sus goles, el “Niño de Oro” fue capaz de demostrarle a todo un país que los sueños no solo se sueñan, sino que también se cumplen. Y es que dentro de la cancha Hugo Sánchez no jugaba, más bien volaba.

El “Macho” tenía el preciado don de la eficiencia, esa cualidad inexplicable de hacer mucho y casi siempre hacerlo bien. Y es que a menudo su pierna zurda respaldaba a la perfección todo aquello que su mente creaba. Aunque a decir verdad, la lucidez era casi la misma cuando la pelota le caía a la derecha, o en una de esas tenía que saltar para encontrarla en las alturas y anotar con cabezazos regularmente letales. Hugo no era un jugador rápido, pero ni falta le hacía. El delantero aprendió muy pronto que el desmarque en el futbol es un arma poderosa.

Decir que Hugo pasaba más tiempo en el aire que en el césped no es una exageración. Como herencia, su padre Héctor le dejó aquella chilena que con el paso de los años hizo tan  suya. Ese remate acrobático en el que era capaz de suspenderse en las alturas, detener el tiempo y echarlo a andar de nuevo con un fogonazo que solo moría al tocar la red. Ese remate que, cuentan, practicaba una y otra vez después de los entrenamientos, convencido de que en la repetición se encuentra la llave del éxito, y que, años más tarde, encontraría su mejor interpretación ante un Bernabéu repleto, una tarde de abril, con el Logroñés y el mundo como testigos, y una lluvia de pañuelos blancos agitados al viento.

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Hugo creció en las calles de la colonia Jardín Balbuena, al suroeste de la Ciudad de México. La Avenida del Taller funcionó como esa cancha imaginaria que todo niño tiene. En el asfalto pintado con líneas de color amarillo, Hugo descubrió por primera vez esa sensación que da el ser el mejor de todos. El pequeño que soñaba con ser Pelé se cansaba de hacer goles en porterías de piedra. La suerte ya estaba echada.

Hugo Sánchez tuvo que cumplir once años para que sus padres, Héctor y María Isabel, lo dejaran andar solo por los camiones del Distrito Federal para ir a entrenar a las fuerzas básicas de Pumas. Una vez ahí, la máquina de goles no paró jamás. A los 14 años y tras varias súplicas a su hermano Horacio para que lo presentara con los entrenadores de la Selección Amateur, el adolescente se integró al equipo que jugaría los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976. Fue en lo torneos previos, específicamente en Cannes, donde en las crónicas en sepia del periódico ESTO apareció por primera vez el apodo legendario del “Niño de Oro”, y es que siempre fue difícil resistirse ante la determinación de la joven promesa mexicana.

Más allá de que en Canadá la cosa no marchó del todo bien, el futuro para Hugo era brillante. Debutó en los Pumas, el equipo de sus sueños, y aunque los goles tardaron en llegar, solo era cuestión de tiempo para que “Hugol” comenzará su idilio con las redes. En cinco temporadas marcó 104 goles. Su destino, pese a los múltiples complejos que existían en el México de entonces, apuntaba al viejo continente.

Hugo Sánchez llegó en 1981 a Europa con la firme intención de conquistar aquellas tierras ibéricas. Enfundado con la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid, el “Niño de Oro” aguantó cuanto insulto le cayó desde la grada.“¡Indio cabrón, te vas al paredón!¡Queremos futbolistas no mariachis!”, eran algunas de las cosas que los aficionados gritaban desde la tribuna, sin saber que a diferencia de muchos, la mente de Hugo procesaba de manera muy distinta esas palabras.El delantero sacaba lo malo y lo convertía en motivación. Es el arte de la confianza.

Sánchez se transformó pronto en un “Macho de Oro”. El delantero mexicano apagó el fuego español con ese brisa fresca que regalan los goles. Tras cuatro temporadas y un campeonato de goleo con los colchoneros, Hugo estaba listo para un reto mayor. Consciente de lo que representaba el cambio, el artillero decidió cruzar el río para ponerse la playera del acérrimo rival, el Real Madrid.

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Fue el conjunto merengue el que logró sacar la mejor versión del mexicano. Y es que Hugo siempre fue de esos delanteros que se crecen con los escenarios. El blanco inmaculado afiló sus sentidos y lo convirtió en un delantero de época, de esos que se hacen ídolos con el tiempo. El “Macho” cosechó 208 goles y cuatro “Pichichis” con el Real Madrid. Para entonces ya no había dudas, Hugo Sánchez terminó con los prejuicios.

La historia de Hugo con la Selección Mexicana corresponde a uno de esos dramas difíciles de entender. Fueron muchos los factores que impidieron que el mejor jugador en la historia de México brillara con luz propia con la camiseta Tricolor. Gestiones equivocadas que le negaron la posibilidad de disputar el Mundial del 82 y el del 90, este último más doloroso que el primero. Víctima del hubiera, el “Pentapichichi”, que venía de ganar la Bota de Oro y estaba en gran momento, vio sus posibilidades frustradas por el escándalo de los “cachirules”.

En México 86 y Estados Unidos 94 sí pudo ver acción, sin embargo, finales trágicos cortaron de tajo su aventura. En tierra Azteca no pudo en la serie de penaltis ante Alemania víctima de los calambres, y en el país vecino se quedó calentando la banca de manera inexplicable en aquella dolorosa derrota ante Bulgaria.

Dice el argentino Jorge Valdano que la vanidad es el motor de vida de Hugo Sánchez, y es que a menudo el carácter del goleador mexicano da muestra de un hombre firme, con los objetivos claros, que no le gusta perder; sin embargo, quienes lo conocen, afirman que en la intimidad se trata de una persona alegre, bromista, que disfruta y aprende de la vida más allá de los momentos complicados, esos que nunca, por más duros que sean, le han quitado la sonrisa. Divina justicia. Hugo Sánchez esel futbolistas que más sonrisas le ha regalado al futbol mexicano.