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15, julio 2018 - 9:12

┃ EFE

roca

Foto: EFE

Pamplona.- El joven diestro peruano Roca Rey, que paseó un total de seis orejas en sus dos actuaciones, se convirtió en la feria de este año en el nuevo ídolo de la plaza de Pamplona (norte), tomando el relevo de Juan José Padilla.

El Pirata, como se autodenomina el diestro, se despidió felizmente de una afición que se supone torista, pero que este año apenas pudo disfrutar ni de la bravura ni del trapío de los astados.

En la desde hace ya más de medio siglo calificada como Feria del Toro, fue precisamente el toro el que más falló y no tanto en el factor siempre aleatorio de su juego, aunque también, sino en ese otro importante aspecto que siempre se llevó a gala exigir en esta plaza, el del trapío y la seriedad.

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Una aparente seriedad que este año se basó únicamente en la aparatosidad de las cornamentas, siempre abundantes o exageradas, de todas las corridas, pues en el cuajo y en la hondura de las reses la mayoría los encierros dejaron mucho que desear por la desigualdad o la fealdad de hechuras de un buen número de ejemplares, cuando no por impresentables, como algunos muy terciados de Cebada Gago o los huesudos Miuras del cierre.

Solo un par de corridas resultaron completas, de presentación y juego, para hacer honores a las tradicionales exigencias de Pamplona: la de Puerto de San Lorenzo lidiada el día 7 y la de Jandilla del día 13, con el añadido de que esta, sin necesidad de exageraciones, lució el mejor y más armónico trapío y lidió varios ejemplares de gran juego.

Precisamente, los toros de Jandilla favorecieron el que acabó siendo el mejor y más redondo espectáculo de todos los Sanfermines, pues la noble bravura de dos de ellos permitió que Padilla pudiera despedirse en triunfo y entre clamores de las peñas de una plaza de la que fue santo y seña durante casi dos décadas.

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Ese mismo día, el Pirata de Jerez salió a hombros junto a Roca Rey, ambos con tres orejas cortadas, como un simbólico paso de testigo del antiguo al nuevo ídolo de una plaza que el peruano terminó de conquistar definitivamente con su sólido valor, premiado con dos salidas a hombros que le hicieron proclamarse indiscutible triunfador del abono.

Padilla y Roca fueron los únicos matadores de toros que consiguieron hacer a hombros el recorrido inverso por la puerta del encierro, en tanto que la feria, con un grueso de corridas vulgares y de escaso juego, ofreció, salvo excepciones puntuales, como algún toro de Puerto de San Lorenzo, pocas oportunidades de triunfo a los de luces.

Aun así, entre los medidos hitos que cabe destacar del resto de tardes del abono se encuentran las actuaciones de Emilio de Justo, firme y clásico con la difícil corrida de Escolar, y de Rubén Pinar con los desabridos Miuras del cierre, a los que lidió con una sosegada solvencia.

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Pero durante la feria, en una plaza donde los criterios en la concesión de trofeos dependen de factores festivos, emocionales y, casi, sociológicos, se pidieron y se dieron orejas de muy escaso valor para diestros que tiraron del infalible recurso del efectismo o que simplemente sufrieron percances que impresionaron al tendido.

En ese sentido, durante estos Sanfermines solo hubo que lamentar dos cornadas, y de menor consideración, a los diestros Paco Ureña y a Javier Castaño, en las dos primeras corridas del abono.

No hubo mucho más que destacar en las corridas, pero sí en la novillada de apertura, con la prometedora actuación de Francisco de Manuel, que también abrió la puerta del encierro , y en la ya rutinariamente triunfal corrida de rejones, cuando, a pesar de que los tres jinetes salieron a hombros, Hermoso de Mendoza marcó nuevamente las diferencias.

Respecto a la asistencia de público, la plaza siguió llenándose tarde tras tarde, tanto en el sol como en la sombra, con 20.000 espectadores en cada corrida.