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Mira

18, agosto 2018 - 16:41

┃ Marysol Fragoso

toros

Huamantla, Tlaxcala.- Entre gritos de ¡torero-torero! y exclamaciones de olé, transcurrieron esos 60 minutos de gloria en que un ciudadano cualquiera puede sentirse torero por un día al ser aclamado por miles de aficionados que se posicionan en las gradas de los circuitos que este año, de nueva cuenta, convitieron las calles huamantlecas en ruedos taurinos.

Desde las nueve de la mañana las gradas metálicas estaban repletas. El costo para ingresar fue de 200 pesos por adulto y por niño; mientras que en los balcones y las azoteas de las casas aledañas la tarifa fue de 150 pesos.

Todos estuvieron dispuestos a pagar su precio: los de gradas por corear las hazañas de sus familiares y de sus amigos; y los torerillos, por sentir la embestida de alguno de los 17 toros limpios que se lidiaron este año.

En la calle Allende Sur, se encontraba la transmisión en vivo de Radio Huamantla que con altavoz compartió los saludos de los asistentes que contó desde los lugareños hasta personas llegadas de Illinois en Estados Unidos; también anunciaron el menú de los restaurantes y las actividades de la feria, con énfasis en el cartel de la corrida de toros que se realizó por la tarde en el coso La Taurina.

Entre las notas de canciones mexicanas interpretadas por Alejandro Fernández, Pepe Aguilar y Los Tucanes de Tijuana, entre otros cantantes, los jóvenes valientes esquivaron o torearon a los astados.

De vez en vez se percibieron los alaridos de la gente cuando alguno de ellos sufrió una voltereta. Y de inmediatos los miembros de la Cruz Roja aparecieron para rescatar a los lesionados. La mayoría de ellos vestía pantalón de mezclilla, playera blanca, tenis y un paliacate rojo y boina; es decir, la vestimenta del maletilla.

El resto de ese Pueblo Mágico estaba desierto, con un silencio impresionante que sólo se rompía con el vuelo de alguna paloma. Y, cuando la Huamantlada terminó, los ríos de personas se volvieron a volcar a los restaurantes y puestos callejeros. Mientras, para los toreros mejor librados, había terminado su faena; el resto rumiaba el dolor de golpes y heridas en la soledad de un hospital. Aguardarán un año para tener otro oportunidad y llevarse el sabor del triunfo o del fracaso. Aguardarán a que se cumpla el viejo refrán que afirma que “el toro pone a cada quien en su lugar”.