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Mira

11, septiembre 2018 - 12:19

┃ José Ángel Rueda

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Foto: Twitter

Decir que este deporte nunca fue lo mismo después de Franz Beckenbauer no es una exageración. En esa cancha plagada de conceptos, el jugador alemán encontró su mejor argumento. Y es que con su estilo fue capaz de reinventar el juego, de voltear el campo con ese vaivén tan suyo, hasta hacerle entender al mundo que en el futbol igual de importante es el primer pase como el último.

Como todos los grandes futbolistas, Franz Beckenbauer pudo haber jugado en cualquier posición. Quizá la manía de colocarse entre la defensa y la media cancha le venga del sentido común de quien entiende que el futbol regularmente pasa por esa zona. El alemán sacrificó la gloria goleadora por ese triunfo tan abstracto que emana de la libertad, la posibilidad de elegir la mejor jugada habiendo tantas opciones.

Corría siempre con la mirada al frente. Pocas veces veía la pelota, como si fuera consciente de que en ocasiones con una mirada basta para romper el mito. Elegante, siempre, cuenta una leyenda que el apodo del “Káiser” viene de una noche en Viena. Franz, por casualidad, se colocó junto a un cuadro del Emperador Francisco I. El jugador alemán no desentonó en porte y personalidad, y entonces el parecido dictó sentencia, el sobrenombre quedó ahí para siempre y como quien interpreta un papel en una obra de teatro, el astro alemán se convirtió en todo un emperador.

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Dentro del campo el “Káiser” siempre admiró a Pelé. No era extraño, el brasileño escapó de aquel concepto del mito que sólo se fortalece con el tiempo. Era un ídolo contemporáneo. Los jugadores lo enfrentaban mientras lo veneraban, y Beckenbauer, con todo y su genio, no fue la excepción. Quizá de ahí surgió el estilo, la responsabilidad de darle a la pelota el trato que merece.

Franz corresponde a esa generación forjada al calor de la posguerra. El pequeño que creció en las devastadas calles de Múnich aprendió de lo que vio que, pese a que todo parezca perdido, siempre hay fuerza para dar la batalla. Quizá de aquella experiencia es que surgió su carácter ganador.

Beckenbauer disputó tres Copas del Mundo. En dos llegó a la final y en la otra se quedó a tan sólo un paso. Y es que con él dentro del campo daba la impresión de que Alemania era un equipo casi invencible, pero el futbol tiene sus cosas. En su primera experiencia, en 1966, el joven Franz maravilló al mundo con su futbol, sin embargo, no pudo levantar la Copa tras caer ante Inglaterra en un partido histórico disputado en un Wembley repleto. La revancha le llegaría ocho años después, en su tierra, cuando su selección tocó la gloria luego de una remontada mágica ante la Holanda de Cruyff.

Más allá de las victorias o las derrotas, existe una imagen de él que está guardada en la vitrina de los momentos memorables. Uno de esos momentos donde el futbolista se retrata a sí mismo. Fue en el Estadio Azteca, Mundial de México 1970. Alemania vs Italia. Partido del Siglo. Marcador empatado y una prórroga en el horizonte. No hay cambios ya. El “Káiser” cae mal y se disloca el hombro derecho, sabe que se ha hecho daño pero se levanta, no piensa dejar a su equipo con uno menos. Entonces sucede lo impensado, Beckenbauer juega con el brazo atado, inmóvil, pero igual pelea, y aunque termina perdiendo el partido, su figura es más grande que todo.

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