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2, diciembre 2014 - 10:04

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POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA
(Primera parte)

LA frescura del día, la falta de viento y el sol a plomo, idóneo para una gran tarde de toros. La característica de un aficionado a los toros se nota desde lejos y allá por avenida Patriotismo ya algunos caminan rumbo al coso de los Insurgentes. El reloj apunta las 15:30 horas, falta una hora para el esperado suceso en la Plaza México, donde más tarde, alrededor de 20 mil almas se darán cita para atestiguar la encerrona del maestro Eulalio López “Zotoluco”.
En la plaza José Clemente Orozco, un parque ubicado a escasos metros de la obra de Neguib Simón, conviven grupos de aficionados. Algunos con vino y viandas disciernen sobre lo que podrá suceder en el ruedo del coso monumental. Se siente un ambiente muy especial, de festejo grande. Sobre la calle Augusto Rodin hay vallas de policías, prestos los elementos a cualquier ataque de individuos no gratos en la fiesta de los toros. Desde la altura del restaurante El Ruedo el hormiguero de personas es notable, no hay duda, la tarde será fenomenal. Algunos aficionados esperan con ansia el arribo de la camioneta del matador “Zotoluco”, desean verle para saludarle y desearle buena suerte. Es casi imposible caminar a la altura de la entrada principal de la plaza por los montones de gente, amén que el puente peatonal que cruza Tintoreto arroja ríos de más aficionados. Como sucede en este tipo de festejos, restaurantes aledaños y puestos de comida tienen la tarde asegurada, pues ciertamente la economía se mueve como nunca. La fiesta se nota más viva. Huele a tauromaquia, llega ese ambiente hasta la médula, se palpa, se vive con emoción, con alegría.
Mientras, en un hotel cercano, atraviesa el lobby un ser llamado Eulalio enfundado en oro, con capote de paseo en el brazo y montera en mano. Es notorio, la gente le desea la mejor de las suertes, hay algunos aplausos. En su habitación no deja absolutamente nada, el torero carga con todo, con su ilusión, con sus ganas, con los grandes deseos de triunfar. Ahí, en la alcoba, sólo permanece el altar de imágenes sagradas al que siempre se encomienda el valiente matador. Y ese algo, no sé qué, pero que inocula a todos los ahí presentes minutos antes. Ese interrogante a lo que podrá suceder en la arena. Allá va el torero, rumbo a su destino. A entregar la vida una vez más, sólo que ahora ha de hacerlo seis veces en una sola tarde. Está precioso su traje, digno de un rey. El oro de su bordado deslumbra a lo lejos, sus destellos hacen voltear a verlo ¡Qué señorío¡ Al transitar en su vehículo, metros antes de entrar al coso, asoma por la ventana su brazo para saludar, los destellos del oro bordado se reflejan en el rostro de sus seguidores ¡Qué bonita es la fiesta! No falta algún niño al que su padre acerque para mirar a este fabuloso ser llamado torero. Y así, entre parabienes y aplausos, la camioneta suburban del diestro cruza finalmente bajo El Encierro de artista plástico, Alfredo Just.
El aroma a puro se intensifica, dato inequívoco que están cerca las 16:30 horas. En puerta de cuadrillas ya hace Eulalio López “Zotoluco” con su capote liado y la montera bien montada. De tras de él, su cuadrilla, subalternos y picadores de igual forma se encuentran listos para partir plaza al son del “Cielo Andaluz”. En las alturas, allá en el palco del juez, se da la orden: suenan parches y metales para iniciar con la liturgia taurina, y entonces, asoma el maestro del toreo. Presume su traje negro y bien recamado en oro. Impecable, imponente, deslumbrante. Un Dios vestido de torero.
La banda de música desgrana el tradicional paso doble y entonces se inicia el paseíllo. Veintiocho años como matador de toros se verán reflejados esta tarde, 30 años después de no haber existido una encerrona más en la Plaza México. Llegó la hora de ver enfrentar al hombre con la bestia. Eulalio se topa con la admirable entrada de casi media plaza, la mejor luego de la inauguración de la temporada. La publicidad y promoción cumplen su objetivo, algo de lo que la mayoría de toreros pudientes jamás toma en cuenta. Los resultados mercadológicos se ven reflejados, la entrada es superior, rebasa cualquier pronóstico. De momento, la tarde ya es un éxito. Y conforme trascurre el tiempo, más notoria es la gente que ya ha logrado ocupar sus lugares. Una merecida llamada al tercio le pide la afición al torero, quien asoma a los anillos de la arena para desmonterarse y ofrecer el primer saludo de la tarde. Allá, pegado a puerta de caballos, luce el capote de paseo del matador, color blanco, en barrera; Leticia, Álvaro y José María, esposa e hijos del matador, aplauden de igual forma la gesta del esposo y padre que acaba de comenzar. De esto, toma nota el llamado “Toro Dron”, que ya se avista en las alturas.
Seis toros, seis faenas. Seis formas de ver el toreo, un solo concepto: maestría y poder. (Continuará…)