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3, diciembre 2014 - 9:56

┃ ESTO

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SEIS estocadas, un pinchazo, un descabello, dos avisos (5-6) y dos orejas. Como nunca en la vida Eulalio López “Zotoluco” despachó en la suerte suprema. Patentando su título como matador de toros. El pinchazo fue borrado con la estocada inmediata, mientras que el descabello, certero, fue necesario por haberse amorcillado el burel. Los avisos por reglamento, según el tiempo trascurrido luego del primer espadazo y las dos orejas… bueno, éstas realmente sólo han sido el trámite para que el maestro abandonara el coso a hombros, pues a pie o en volandas, no reflejan en lo absoluto la maestría y poder que el torero reflejó en su encerrona. El festejo tuvo la seriedad requerida, a la altura de una figura del toreo; el orden se preservó en todos los aspectos dentro del ruedo, mismo que lució esplendoroso, ni polvo se levantó. Banderilleros y picadores lograron una labor impecable, brillantísima, pues ninguno marró en su encomienda. Hasta aplausos recibieron los de plata y los del castoreño por sus grandiosas actuaciones.
Los seis toros, punto y aparte. Independientemente de la lidia que arrojó cada uno, su presencia fue digna. Toro ideal, toro mexicano. Ni el galafate que no luce, ni el animalito que da lástima. Encierro, aunque de diferente hierro, bien cortado, fino de estampa y con las cualidades físicas de los toros que embisten, que saben meter la cabeza según su morfología; tamaño de cuello y de manos propio. Seis toros bien escogidos, a la vista y en nota. De ahí a que cada uno haga valer su reata, queda en el misterio ¿Pudieron dar más de sí? Bueno, quién no desea seis toros de bandera, no obstante aplica la frase: los toros no tienen palabra de honor.
Sin Querer Queriendo, de Marrón, cárdeno claro, con 519 kilos, y Chapulín, de Javier Garfias, castaño con 487 en la romana, tuvieron un factor en común, por lo que fue necesario la labor de cirujano del maestro: justos de fuerza. No se notó en lo absoluto por que el diestro no permitió que cayeran, por el contrario, a los dos toros les regaló todo el tiempo necesario. No había prisa y menos para exigirles a sus dos “socios”. Como pisando sobre cristal, allá fue Eulalio a citarlos, como quien juega con burbujas para no romperlas, “Zotoluco” ligó pases con la más fina delicadeza, ayudando en cada muletazo a los toros, dejando que éstos caminaran a su aire, desahogados, disfrutando su embestir porque hasta cierto punto no se sintieron obligados. Esto se llama maestría, saber entender lo que el toro pide cuando no tiene la suficiente fuerza para acudir a la muleta. La magia nace cuando el torero los hace embestir pese a esto, cuando convierte los defectos del toro en cualidades. Tuvo petición de oreja el maestro en su primer toro, que no se concedió, quizás por lo poquito tendido de la espada, pero entonces el juez jamás vio la faena. Y en su segundo dejó un impecable estoconazo que por sí solo valía una oreja; quién sabe si el juez premió la faena o la estocada, lo que sí es un hecho es que olvidó premiar una de ambas, pues sólo otorgó una.
El de Jaral de Peñas, llamado Río Dulce, negro, con 513 kilos, ha sido de esos toros pasables pero que en realidad poco ofrecen porque no terminan de romper, de entregarse, de ser confiables. Pero hasta ante este tipo de condiciones Eulalio pudo extraer pases de mucho mérito y sapiencia. La estocada fue más notoria en su colocación.
Previo al cuarto se regó el ruedo, lo que sirvió para aclarar la mente hacia la segunda parte de la tarde. Chespirito, de Montecristo, berrendo en negro, con 503 kilos. El reloj de la plaza apuntaban las 18:05 cuando el astado saltó al ruedo. Empujó de firme ante el caballo, arreando con los cuartos traseros ante el brazo fuerte del picador que aguantó la reunión hasta el final. Brindis al “Piojo” Herrera, amigo entrañable del matador, que esta vez observó desde el callejón. En la arena el maestro buscaba los pases, fue necesario lidiarlo a falta de la movilidad que acusó el burel. Pero ha sido una lidia adecuada, llena de solvencia que hay que valorar cuando es necesario torear así. Y allá arriba, en segundo tendido de sombra, una bronca en pleno que pronto acallaron elementos de seguridad.
Y salió el bendito toro de Xajay, de Xavier Sordo, quien atinó a lo que envió. De por sí cuando un ganadero envía seis toros, de salir dos o tres buenos ya es un gran triunfo, imaginemos el albur cuando sólo es uno. Mandamás, cárdeno claro con 485 kilos. Lo vio “Zotoluco”, seguro estaba que ese era el toro de la tarde. Tan así, que lo brindó a Lety, Álvaro y José María, su esposa e hijos. Vaya que se ha recreado el maestro ante la calidad del toro, ligando tandas verticales, largos pases por ambos lados y adornos que embellecieron aún más la labor. La gente rompió por completo con al maestro, lo que sin duda ha sido igual gracias a la transmisión del toro. Faena para el torero, que se gustó, que disfrutó y logró el sueño de hacer una gran faena. Más allá que el toro se amorcilló. Aunque usó el descabello, el juez ya estaba despierto y concedió una muy merecida oreja, mientras que al toro, arrastre lento.
Ya con la luna encima y siendo las 19 horas saltó el sexto, el de Fernando de la Mora, Venadito, entrepelado con 550 kilos, al que recibió de dos estrujantes largas cambiadas de hinojos. Y en una muestra de humildad y compañerismo, le permitió al sobresaliente Guillermo Martínez hacer quites. En esta última faena derrochó su poderío luego de que el animal se vino abajo cuando la faena subía más de tono. El toro se empleó de principio, incluso al torearlo por chicuelinas, en cámara lenta, se avistaba un gran astado. Pero lo que no embiste a “Zotoluco”, él sabe cómo embestirle y vaya arrimón que se pegó. Ha sido una labor en la que el torero finalmente echó el resto al asador. Este ha sido al único que pinchó tras una estocada.
A las 19:30 horas, Eulalio salía a hombros de la Plaza México, cosa extraña, por la rampa contraria por donde normalmente salen los toreros a hombros. Entre los mares de gente se avistaba el matador, vitoreado por su gesta, por su hazaña. El tumulto de aficionados tomó rumbo a eje 5, ¡torero, torero, torero! A pulmón abierto. De esto, fiel testigo fue la luna y un taxista que finalmente condujo a la figura hasta su hotel. (Fin)

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