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Mira

18, noviembre 2019 - 20:06

┃ José Ángel Rueda

Color

Fotos: Luis Garduño

La tradición del futbol americano en México encontró motivos para renovarse por las estrechas calles de Santa Úrsula. La euforia contenida después de la cancelación del partido del año pasado se liberó en sus detalles. La pasión por este deporte no nace, se hereda entre generaciones y se alimenta domingo a domingo.

México vive la fiesta de la NFL muy a su manera. Fiel a sus costumbres. Pese a que desde hace unos días se anunció que no habría estacionamiento, el tránsito en la periferia es intenso aún cuando faltan cuatro horas para el arranque del partido. Conscientes de eso, las inmediaciones del estadio permanecen cerradas a la circulación, y solo los grupos de aficionados caminan entre puestos de comida y señales de los oficiales de tránsito.

Las puertas del coloso tardan en abrir más de la cuenta. Su apertura estaba anunciada para las 15:30 horas, sin embargo, los minutos pasan y la gente se impacienta. Ya a lo lejos se escuchan los primeros silbidos. De pronto, el sonido de las rejas de metal moviéndose pone alerta a todos. Las puertas se abren y comienza la aventura.

Por unas horas, la explanada del Azteca cambia sus costumbres. Y se disfraza con un traje hecho a la medida para la ocasión. Por las paredes del templo caen banderines con el color rojo de los Jefes y azul de los Cargadores. Adentro, el emparrillado ya espera impoluto.

Desde tiempos remotos, el olor de la carne asada suele traer buenas noticias. La tradición dice que los partidos de futbol americano se preparan mejor entre amigos y familia. Se llega temprano al estadio y en las inmediaciones se come y se deja pasar el tiempo mientras se acerca la hora.

La mezcla de olores va apoderándose poco a poco del ambiente, por un lado el olor apenas nuevo de las salchichas asadas, por el otro, el poderoso soplo del carbón quemado, o el dulce aroma del BBQ de las alitas.

Los múltiples colores que se dibujan en la plancha figuran un arcoíris. El rojo y el azul cielo predominan, pero la fiesta acepta casi cualquier tono. El azul marino de los Vaqueros y los Patriotas, el rojo intenso de los 49ers, el verde de los Empacadores y las Águilas, el negro y amarillo de los tradicionales Acereros.

Los nombres de los jerseys dejan ver una lucha de generaciones. Porque hoy los más jóvenes presumen las virtudes de Patrick Mahomes, y los más grandes aún encuentran en Montana el valor de lo insustituible. La figura de Brady, sin embargo, es poderosa. Su nombre exige entre la multitud el lugar que merece.

Entre la gente se distinguen los aficionados que viajaron desde los Estados Unidos. La cara de sorpresa al observar la inmensidad del estadio los delata. El clima cálido de la Ciudad de México ofrece una tregua al invierno de Missouri, Los Ángeles y hasta San Diego, porque los recuerdos de aquellos Cargadores no se borran tan fácil.

Adentro la fiesta es completa. No cabe un alma ya. La NFL se vive a la mexicana. Con sus gritos, con su euforia, con sus colores vivos.