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24, marzo 2020 - 9:23

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POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA

Cuando todo estaba listo para que los Juegos Olímpicos de Tokio se llevaran a cabo, los poco más de 339,000 contagios y las más de 14,500 muertes ocasionadas con el coronavirus han cambiado por completo los planes. La emergencia sanitaria puso en el límite del abismo al Comité Olímpico Internacional (COI), perdido entre la disyuntiva de salvar los contratos millonarios y cuidar la salud de los atletas y de los más de dos millones de visitantes que se esperaban en Japón. Si no fuera por el dinero, los Juegos Olímpicos ya se hubieran suspendido antes.

A medida que los casos de Covid-19 se incrementaron sin control por el mundo, el silencio del COI sobre el futuro de la justa veraniega y la idea de mantenerlos del 24 de julio al 9 de agosto se hicieron inviables.

Apenas este domingo, ante la presión de comités y atletas, Thomas Bach, presidente del organismo, reconoció por primera vez la posibilidad de posponerlos, aunque dejó claro que el cancelarlos no está entre las opciones. El directivo se dio un plazo de cuatro semanas para tomar una determinación. Hoy, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, hizo oficial lo inevitable: Los Juegos Olímpicos serán aplazados.

Aunque el jefe de Estado dijo que lo más probable es que se pospongan un año, el COI aún analiza que se disputen este mismo año. La falta de decisión inmediata obedecé más a un tema de números que a consideraciones deportivas: Existe la necesidad de renegociar los contratos millonarios con las poco más de 90 televisoras, que aportan 75% de los ingresos, además de la titánica tarea de ofrecer certidumbre a los anunciantes, que hacen de Tokio los juegos con más patrocinios locales en la historia, con ganancias de 3,100 millones de dólares.

Y es que en Tokio todo es dinero y todas son preguntas. El coronavirus ha puesto a temblar un proyecto con un presupuesto de 12,600 millones de dólares compuesto de capital federal, del Comité Organizador y la iniciativa privada. Las pérdidas estiman un panorama oscuro cuyos daños serían devastadores para todos los implicados. Las cuentas no salen. No hay forma de recuperar los 6,000 millones de dólares estimados en ingresos, o el impacto económico para la capital japonesa de 284,000 millones, sobre un periodo de 18 años.

Más allá del artículo 66 del contrato firmado entre el COI y Tokio en el 2013, cuando se designó la sede, el cual indica que los Juegos se deben llevar a cabo en el año estipulado, de lo contrario derivaría en la cancelación del evento, las voces de algunos países como Canadá y Australia solicitan su realización en el verano del 2021, como ha ocurrido con eventos internacionales como la Copa América y la Eurocopa. La idea ha sido bien recibida incluso por el gobierno japonés y diversos líderes mundiales.

Las interrogantes, sin embargo, no se detienen. El apretado calendario sufriría importantes cambios. Además de que la logística de Tokio, perfectamente definida antes de la contingencia, enfrentaría un reto mayúsculo en solventar cuestiones como el destino de las 5,600 casas de la villa olímpica, a orillas de la bahía, las cuales pasarán a manos de un tercero en el mes de septiembre, según lo estipulado en los contratos.

El tema de los ingresos por taquilla no es menor. Hasta el momento se han vendido 5 millones de entradas, para una ganancia de 83 millones de dólares. El cambio de fechas obligaría a afrontar un reembolso no contemplado.

El panorama se estudia con detenimiento. El hecho de que el contrato no contemple una pandemia ha dejado un futuro incierto. Las miradas se detienen en una cláusula que concede al COI el derecho de suspender los juegos si algo amenaza la seguridad de los asistentes. Bach ha sido enfático al asegurar que la cancelación no es una opción.

Recientemente se dio a conocer que el Comité Olímpico Internacional cuenta con una reserva de 900 millones de dólares para afrontar un proceso olímpico (cuatro años) sin Juegos, aunque no se especifica si Tokio tendría una indemnización. Este panorama aumenta las interrogantes de cara al futuro. Cada vez son menos las ciudades capaces de albergar un evento de esta magnitud y el olimpismo no está para sumar enemigos.

Thomas Bach declaró que no se puede terminar con el sueño de 11 mil atletas, quienes, en medio de la crisis sanitaria más devastadora de las últimas décadas, abordan con incertidumbre su preparación. Las únicas veces que los Juegos se suspendieron, víctimas de las guerras, fue en 1916, 1940 y 1944. Hoy, Tokio deja más dudas que certezas.

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