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Mira

5, abril 2020 - 12:09

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Foto: Cortesía

Como esta las historias increíbles en el deporte olímpico se tejen cada cita veraniega. Ejemplifican el máximo esfuerzo que el ser humano consigue, para conseguir lo inimaginable, por encima de todo pronóstico.

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Había muchas cabezas de serie en Río 2016: Serena y Venus Williams, Angelique Kerber, Garbiñe Muguruza, Agnieszka Radwanska… Claro que las había. ¡Eran los Juegos Olímpicos!

El nombre a batir era -evidentemente- Serena Williams, que había ganado la medalla de oro en individuales y dobles en Londres 2012, lo que se sumó a las preseas doradas logradas en dobles en Sídney 2000 y Pekín 2008. Williams, además, llegó a los Juegos de 2016 como líder del ranking mundial.

¿Quién habría esperado lo que pasó en Río? La jugadora que triunfó no estaba en la lista de las favoritas.

Poco a poco Mónica Puig comenzó a verse como una contendiente, especialmente después de batir a la española Garbiñe Muguruza (que entonces era cuarta en el ranking y vigente campeona del Roland Garros) y a Petra Kvitova (quien finalmente se hizo con el bronce en Río) en semifinales. Con esto, Puig ya había hecho historia Olímpica para su país, Puerto Rico. De hecho, fue la primera mujer de este país en llegar a una final Olímpica en cualquier deporte.

Y allí estaba ella, en el partido por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos, llegando a la gloria.

Pero (y era un gran pero) frente a ella se encontraban muchos títulos personificados en una sola jugadora: Angelique Kerber, que llegaba a la cita Olímpica como campeona del Open de Australia y la segunda en el raking mundial. Kerber era la nueva favorita, después de la inesperada victoria de Elina Svitolina frente a Serena Williams en la segunda ronda.

Sin embargo, y como lo llevaba haciendo todo el torneo, Puig exhibió su mejor tenis, que especialmente brilló en el set final. Finalmente se alzó con el oro gracias a una victoria por 6-3, 4-6 y 6-1. Al final, dos horas y nueve minutos era lo que le separaba de ser una cenicienta a convertirse en campeona Olímpica.

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Puig lloró envuelta en la bandera boricua. Había luchado contra las favoritas, contra los pronósticos. y simplemente había ganado, y, con ello, había dado el primer oro de la historia a Puerto Rico. Esa joven de 22 años que no estaba entre las cabezas de cartel.

Sin embargo, cuando pasaron los Juegos, Puig tuvo que enfrentarse a la presión de ser la campeona.

“Después de los Juegos me puse mucha presión a la hora de competir. Quería hacerlo a ese nivel tan alto todas las veces, y necesité aprender cómo tomármelo y cómo sentirme de nuevo”, dijo aquel entonces al Canal Olímpico. Y así lo hizo. Porque ni siquiera aquella presión pudo desteñir su oro.

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