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Mira

30, abril 2020 - 10:02

┃ Guillermo Martínez

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Inquieta desde los siete meses de edad en que comenzó a caminar, la mexicana Alejandra Valencia practicaba futbol antes de tomar el arco y la flecha como su futuro y destino deportivo, mismos que le darían grandes satisfacciones y éxitos en su carrera. Su madre, Elizabeth, quien la trajo a la vida desde 1994 en la ciudad de Hermosillo, cuenta cómo era Ale, una pequeña que prefirió el futbol por encima de las muñecas o juegos de té, a temprana edad.

 

“Estuvo en una escuela pública, donde durante los seis años de primaria jugaba mucho al futbol. No le gustaban las muñecas y para prestarle los carritos de su hermano mayor, las tenía que pasear en ellos”, platica su madre.

 

Cuando Alejandra aprendió a saltar la cuerda tuvo un accidente, por lo que una lesión de clavícula la orilló a tomar únicamente líquidos.

“Ni las manos metió en esa caída, era bastante inquieta y le gustaba nadar. Le fascina ir a acampar al monte, a ver a los animales”.

 

Entre sus mejores travesuras, recuerda: “Un día junto a su hermana utilizaron mis cosméticos para pintarse como payasitos. Junto a su papá, le gustaba tronar cohetes en Navidad”, cuenta la orgullosa progenitora.

 

En casa siempre tenían mascotas, desde pollitos, pichones, perros, tortugas, gallinas, peces y su monito llamado ‘Titi’, ella misma los cuidaba. A Ale le gustan todos los dulces, el aguacate, la leche recién ordeñada; el queso y sus lonches siempre fueron quesadillas y frijoles. Come mucho, aunque cuida su dieta, no se extralimita”, platica.

Entre más anécdotas, detalla que “en uno de tantos días que recogía a mis hijas de la escuela, llegué temprano y me dirigí a la tienda, al entrar ahí la señora que despacha me dice: ‘Elizabeth, me da pena, pero hace días que te espero porque necesito comprar más material.

 

“Tu hija Ale me trajo un papel firmado por ti para que le diera molletes toda la semana y que tú me pagarías’. Me enseñó el papel y tenía mi firma, que sabía hacer Ale en cursiva, la cual aprendió en la escuela Montessori. Así que tuve que pagar todo lo que se debía y ese fue el oso de mi hija”, recuerda entre risas.

 

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