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Mira

30, abril 2020 - 10:40

┃ José Ángel Rueda

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Chayito pasaba los días con sus primos en las calles de La Brecha, allá en Guasave. Jugaban al béisbol en los caminos de tierra. Ocupaban un palo y una pelota hecha de lo que fuera, con ese poder que tiene la imaginación para darle forma a la cosas. Había veces, aunque ella no lo recuerda, pero se lo han contado, que jugaba con las pacas de los caballos, y se aventaba una y otra vez, como si fueran clavados.

 

Por aquel entonces, María del Rosario Espinoza, la deportista más ganadora en la historia de México, no sabía lo que le deparaba el destino. “No soñaba nada, simplemente era jugar” dice con franqueza, porque es cierto, no soñaba con esas cosas que sueñan los niños cuando juegan a ser grandes. La felicidad estaba en el presente.

María del Rosario recuerda su niñez con alegría. Y es que La Brecha, con sus dos mil habitantes, era un buen lugar para ser feliz. Como si sus paisajes, enverdecidos por el rumor del mar, y la calma del campo, donde crecen los árboles con abundantes frutos, fueran el escenario de un cuento. La traviesa María, siempre dispuesta a la aventura, disfrutaba vivir esa vida en compañía de su abuelo José María, como quien encuentra de pronto a su compañero de viajes. “Mi infancia fue muy feliz, llena de recuerdos del campo, del mar. Mis primos y yo acompañábamos a mi abuelo a recolectar la leña, cortábamos mangos, íbamos a los sembradíos a recolectar la cosecha. Yo estaba muy chiquita, pero siempre los acompañaba”.

 

El deporte llegó a su vida casi como una casualidad. O tal vez y fue su padre quien, tras volver de la pesca, se lo inculcó sin querer. Quizá después de una de esas noches de sábado, mientras veía con su papá y sus hermanos las peleas de boxeo a través de una televisión que pocas veces encendían, don Marcelino le puso a la pequeña María unos enormes guantes de box. Más por instinto que por conocimiento, ‘Chayito’ comenzó a repartir golpes. El sueño del padre se cumplió por unos segundos, sin embargo, fue breve. La actividad deportiva siguió esporádicamente en el patio de la primaria Inocencia Gil. Ahí María practicó un poco de atletismo, un poco de basquetbol, un poco de futbol y un poco de danza, aunque es cierto que nada le ilusionaba tanto como para sacrificar sus recreos.

 

El profesor de educación física Rubén Carmona, uno de esos personajes nómadas que recorren los pueblos y a su paso cambian algunas vidas, y que iba a La Brecha a visitar a su madre, fue quien le presentó el taekwondo. Entonces sí María sintió el vértigo de haber encontrado algo. “Fue en La Brecha, como a los 5 años, un profe daba clases ahí, pero él era estudiante, hubo un tiempo que él se tuvo que ir a vivir a Culiacán, y nos dejó, yo seguí buscando el taekwondo”.

El tiempo, con ese poder que tiene de arreglar las cosas, hizo lo suyo, y cuando María cumplió 10 años y quiso dedicarse de lleno al taekwondo, descubrió que el único lugar para entrenar estaba a 25 kilómetros de La Brecha. No era fácil llegar a Guasave, pero María no tenía problema con eso. “Iba en sexto de primaria, todos los días, al salir de la escuela me iba rápido a mi casa para recoger un lunch que me preparaba mi mamá y me lo comía en el camión, siempre tuve el apoyo de mis papás”. Entonces emprendía el viaje ante los ojos curiosos de los choferes, que de tanto verla ya la conocían como la ‘niña’. María se sentaba y recorría con serenidad el camino de casi una hora, sin miedo, tal vez mirando los matorrales y esos paisajes profundos de las carreteras del norte. llegaba, entrenaba con pasión por un par de horas, y luego emprendía la vuelta. No había tiempo para distraerse.

 

María entrenaba, pero la ilusión de unos Juegos Olímpicos aún no era concebida. “No sabía lo que eran los juegos Olímpicos, no sabía que era nada”. Acaso lo más cercano a las grandes competencias eran los Mundiales de futbol que su padre ponía en la televisión, con la familia reunida, para apoyar a México. La infancia quedó atrás como quien la mira a través de un espejo. Luego vinieron más horas de entrenamiento, las Olimpiadas Nacionales, y ahora sí la consciencia de quien sabe que tenía todo para conquistar el mundo.

 

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