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16, mayo 2020 - 11:17

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Por José Ángel Rueda

Aunque en teoría las gradas del Signal Iduna Park estaba vacías, en realidad no cabía nadie. Incluso había gente afuera del estadio, filas y filas de todos los que prendieron la televisión para ver el primer partido de una nueva historia. La Bundesliga puso a rodar el mundo. O el balón, como se quiera ver, aunque puede ser que sea lo mismo.

La ausencia fue larga, casi dos meses, y hasta es difícil recordar cuál es el último partido que había agitado los corazones antes de la pandemia. El recuerdo tal vez del Liverpool vs Atlético, en el mítico Anfield, termina por imponerse. Pocas veces en la vida la Bundesliga había tenido tantas miradas encima.

La jornada no empezó este sábado. Lo hizo unos días antes, con protocolos llenos de cuidado para preservar la salud de los futbolistas. Las imágenes de los hoteles de concentración repletos tendrán que esperar, por ahora solo será el espacio el que marque la seguridad. Los alimentos. Las salidas al estadio. La higiene en los vestidores.

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Previo a la reanudación se dijeron tantas cosas. Había quien proponía jugar con cubrebocas, o incluso que los partidos duraran menos.

Sin embargo, el futbol sigue siendo el futbol pese a los múltiples cambios. Los jugadores saltaron al campo sometidos en su nueva normalidad y comenzaron a patear la pelota. Pasaban los minutos y el gol se resistía a caer en los cinco campos alemanes.

 

Como si le gustara alargar una pausa que amenazaba con el infinito. Fue entonces cuando Haaland, al filo de media hora, puso fin al martirio. Lo hizo como siempre, respaldado por su instinto goleador. Picó al espacio en el área y encontró la asistencia perfecta de Hazard para mandarla al fondo con la parte interna de su zurda. Luego vino el festejo y la distancia.

El noruego se plantó cerca del córner y comenzó a bailar. Uno a uno sus compañeros lo miraron desde lejos, o al menos lo suficiente para cumplir con las nuevas normas. Como espectadores de lujo del primer gol en la nueva historia del futbol. Fue un festejo raro, y hasta conmovedor. El silencio del estadio no fue más que un homenaje que permitió imaginar los gritos del mundo.

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