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22, marzo 2021 - 8:00

┃ Marysol Fragoso

FOTO LUIS GARDUÑO

Como millones de mexicanos, Hugo Carabes sale de su casa cada mañana. Cruza las calles de la colonia Escandón en la CDMX para ir a trabajar. Porta una playera multicolor, un cubreboca con la imagen de los Bulls de Chicago y lleva bajo el brazo, cerca del corazón, una pelota de futbol.

Ese esférico amarillo es su ancla al mundo pues el futbol da sentido a su vida y desde que inició la pandemia se convirtió en el medio del que se vale para sostener a su familia ya que perdió su empleo formal.

 

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Más tarde, este hombre se instalará en el cruce de alguna avenida y durante el escaso tiempo en que el semáforo cambia de rojo a verde, realizará lo que mejor sabe hacer: una serie de dominadas que son certeras y espectaculares. Cuenta con el apoyo de Ricardo Hernández Romero, otro joven que, como él, es amputado.

Al término de las imaginativas rutinas, levantan los bastones que son su apoyo y pasarán al lado de los vehículos en espera de una moneda, aunque también les comparten artículos de despensa, botellas con agua, algún bocadillo, sin embargo, es hasta que alguien se atreve a darles una enhorabuena o incluso un aplauso, cuando sus rostros bañados por el sudor debido al demandante esfuerzo, cambian y entonces emiten una sonrisa de satisfacción, pues como todos los deportistas esperan ser valorados.

Ambos sufrieron percances que les provocaron perder una pierna, respectivamente. El practicar el deporte más popular del mundo no sólo los mantiene con el ánimo alto, sino que ahora es su medio de supervivencia.

Una y otra vez, a lo largo de cinco horas, Hugo y Ricardo lanzarán y controlarán el balón con pierna, cabeza y pecho, de uno a otro extremo del cruce peatonal, al mismo tiempo que los transeúntes los esquivan y los motociclistas, los ciclistas o hasta autos se pasan “el alto”; esa luz roja que todos deberían respetar por norma, pero que para estos jóvenes amputados es vital para conservar la vida.

Sólo les quedan unos segundos para hidratarse, tomar aire, cruzar unas palabras, escuchar alguna estrofa de la canción que suena en una bocina en forma de camioneta color vino, colocada al lado de un poste, junto con la prótesis de cada uno (dónde guardan las monedas que reciben), previo a su vuelta al ataque hacia el asfalto.

Antes de sufrir un accidente hace cinco años, Hugo practicaba fútbol de manera disciplinada a nivel tercera división en los equipos América y Necaxa.

Un día, en la zona de Chapultepec, un taxi impactó la motocicleta en la que viajaba junto con su joven esposa y madre de sus dos hijas. Ella estuvo en coma un tiempo. Él perdió la pierna y el rumbo de su vida, hasta que, tras haber pasado por tratamientos profesionales, encontró en el equipo para amputados Guerreros Aztecas de la CDMX, la forma de volver a encauzarla.

Comenzó a entrenar y se ganó un sitio destacado en el equipo, hasta llegar a disputar las dos finales más recientes de la liga nacional, además se hizo cargo de la cooperativa de una escuela y enseñaba fútbol a un grupo de alumnos de dicho centro escolar.

Todo fue bien por casi cuatro años, no obstante, el destino le tenía preparado otro reto: la llegada de la pandemia del Covid-19 a nuestro país, que originó la pérdida de su trabajo y por ende, de su ingreso económico, por ello, al paso de los meses concibió que su habilidad para dominar el balón le haría salir adelante.

Desde entonces, cada día se instala en las calles para asombrar a quienes lo observan, lo mismo en Eje 5 y División del Norte, que en Patriotismo y Goya, etc. Se gana el sustento con dignidad. Es un mexicano que necesita trabajo y ante la falta de oportunidades y al efecto pandemia, él se encarga de generarlo y de mostrarle al mundo que no hay límites que lo estanquen. Es un ejemplo de superación, ante al que hay que quitarse el sombrero.

Guerrero Azteca

Bajo el sol que cae a plomo sobre una cancha de fútbol ubicada a un costado del velódromo Agustín Melgar en la Ciudad Deportiva Magdalena Mixihuca, Hugo Carabes, de 35 años, y los demás jugadores del equipo Guerreros Aztecas de la CDMX se preparan para llevar a cabo el entrenamiento de la presente semana bajo las normas que les indica el entrenador Ernesto Lino Ortiz.

Es jueves, el reloj indica las 15:00 horas y durante 120 minutos Lino Ortíz, director técnico con 25 años de experiencia, certificado por la Premier Skills de Inglaterra, deberá sacar el máximo de cada uno de los pupilos que en la actualidad integran el equipo que formó hace una década y que pertenece a la liga mexicana que lidera la escuadra norteña Tigres de Nuevo León, una de las trece actuales del país en fútbol para amputados.

Contrario a los regios, así como a los equipos de Jalisco y Sinaloa, el conjunto capitalino no cuenta con apoyo alguno y cada cual debe costear los uniformes, los alimentos y cuando viajan, el transporte y el hospedaje. Lo cual no les quita la ilusión.

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Junto a Hugo, quien en cada ejercicio o lance en el campo pone una entrega insuperable en la que muestra el enorme corazón que le impulsa, aparece la única mujer del equipo: Karina Ortíz Rodríguez, de 42 años de edad, quien perdió una extremidad hace tres años y medio al resultar involucrada en un accidente automovilístico. A ella, la práctica de este deporte la impulsa para seguir adelante en su labor como madre de un niño de siete años de edad, así como para dar clases virtuales de diversos temas.

Otro elemento es Ángel Ramírez Álvarez, de 26 años, quien debido a un tumor de la rodilla perdió la pierna hace cuatro años. En total son 12 elementos por ahora. Deben entrar a la cancha seis jugadores y el portero Luis Antonio Sánchez, quien carece de un brazo, como indica el reglamento. 

 

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