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Mira

10, febrero 2015 - 22:09

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POR ALEXIS GRIVAS
ENVIADO ESPECIAL DE OEM

BERLÍN.- De la relativa escasez de películas de calidad en la sección competitiva observada en los primeros días del certamen pasamos desde ayer martes, a juzgar por los filmes estrenados ayer, a una situación que promete mucho más para esta segunda y última semana del certamen.

Así, de lo más interesante en la competición y quizás la que merecería el Oso de Oro en la hora de los premios fue la película de ayer,  “Por debajo de nubes eléctricas”, del ruso Alexei German Jr. (Premio de mejor director en Venecia 2003 por “Soldado de papel”).

Siendo de una complejidad  constructiva que requiere toda la buena voluntad y la atención del espectador, valiéndose de elementos oníricos, saltando del presente al pasado a través de una división en capítulos, teniendo como eje conductor la prospección inmobiliaria y la destrucción del patrimonio ruso, la película se presenta como un fresco de la realidad rusa, crítica hacia el poder, pesimista en extremo, un grito desesperado de denuncia de la deriva de la sociedad de aquel país. Diría yo que este gran fresco impresionista  de  temática social constituye, junto con el registro realista del gran filme que fue “Leviatán” de Andrei  Zviangitsev que conmovió Cannes el ano pasado, el testimonio  más potente y desgarrador de lo que pasa hoy día en la Rusia de Putin, donde la corrupción estatal va de par con las mafias privadas  derivadas de los ex cuadros del partido comunista transformados hoy día en oligarcas.

Por otro lado, las dos películas chilenas en competición  hablan de por sí de la vitalidad del cine de aquel país durante estos últimos años, a la vez que,  por razones distintas cada una, merecerían  figurar en el palmarés del sábado próximo.

La primera es el documental de largometraje “El botón de nácar”, con el que Patricio Guzmán sigue con su larga ya trayectoria de un cine en el que se empeña en no dejar caer en el olvido lo que sucedió en su país bajo la dictadura de Pinochet. En los últimos años el realizador, residente en París, ha ampliado su paleta integrando en su narrativa elementos diferentes a los puros documentos que contribuyeron a  la fuerza  y su reputación como cineasta en sus primeras películas, entre ellas “La batalla de Chile” (1979), “La memoria obstinada” (1996), “Salvador Allende” (2004). Así en la magistral “Nostalgia de la luz”, estrenada en 2010 en el festival de Cannes,  Guzmán se atreve  combinar dos nociones y hechos que en principio no se relacionan. Empezando desde y sobre el origen  y la teoría de la luz y de una visión cósmica de la tierra logra combinar el mundialmente conocido desierto chileno de Atacama desde donde,  a raíz la pureza de aire y de la transparencia de la atmósfera, opera  una serie de gigantescos  radio-observatorios que hurgan el universo, con los asesinatos cometidos por la dictadura y cuyas victimas eran en parte clandestinamente enterrados en aquel desierto. La búsqueda de los familiares para los restos de sus parientes se empotraba a través de una narrativa a la vez lírica y testimonial a la imagen cósmica trazada por el autor.

En el “Botón de nácar” la referencia original  es de nuevo el  cosmos pero el punto de partida esta vez es el agua desde su creación en el universo hasta los mares de Chile, país que tiene uno de los litorales más grandes en el mundo  desde el norte hasta la región de la Patagonia en el sur, donde justamente primero los colonizadores blancos extinguieron a las tribus que allá vivían y la dictadura por su lado utilizó estos mares  del sur como un cementerio clandestino echando desde aviones  y helicópteros a su tumba marina a las victimas de sus torturas y asesinatos. La película repasa la historia chilena en esta región especial para llegar a la actualidad, donde se empiezan a dar a conocer estas prácticas del régimen de Pinochet en las aguas del sur del país. La comparación con la magistral  “Nostalgia de la luz” no favorece “El  botón de nácar”, donde se puede notar una introducción  algo larga y repetitiva  que corresponde a la parte cósmica y la del origen del agua, aunque la segunda parte, donde se hace el lazo con la historia reciente de Chile cobra fuerza concluyendo de manera convincente, emotiva y fuerte. Estas reservas no merman por lo tanto el valor y la importancia de la película que agrega  un eslabón  más a la trayectoria de este gran cineasta documentalista que es Patricio Guzmán.

Será quizás que el análisis extensivo del  “Botón de nácar” y el espacio limitado de unas corresponsalías desde un festival como la Berlinale, donde miles de cosas y de películas corren a diario, no permiten consagrar un espacio grande en la otra película chilena, esta de ficción, que marcó el festival estos dos últimos días. Se trata de “El club”,  un filme poderoso, implacable en su denuncia contra la iglesia católica y sus políticas de encubrimiento de los abusos sexuales de los curas pedófilos, en el que Pablo Larrain confirma su talento –recordemos su multipremiada anterior película de ficción, no sobre el referéndum de Pinochet- como uno de los mejores exponentes del cine latinoamericano. Sería una sorpresa si este filme no se encontrara el próximo sábado entre las obras premiadas por el jurado internacional.
Siguiendo con la competición, las dos  películas del país anfitrión estrenadas hasta ahora en esta sección  ofrecen  un  balance desigual. De lado positivo señalaremos “Victoria”, de Sebastian Schipper, una especie de “thriller” existencial que se desarrolla en Berlín y donde una chica de origen español se involucra sin querer y por las circunstancias del azar en un asalto de banco operado por unos jóvenes que acababa de conocer. El estilo de filmación y el ambiente obtenido recuerdan en muchas partes a aquel de la “Nouvelle Vague” francesa de los años sesentas y más particularmente el ya clásico “Sin aliento” de Jean  Luc Godard. Mención muy especial merece la actuación de  Laia Costa, la joven actriz de origen español, en el papel principal. Su prestación debería llamar la atención del jurado en el momento de decidir el galardón para la mejor actuación femenina.

Frescura y novedad son los elementos que le hacen terriblemente falta a la otra película alemana en competición, “Como soñábamos”, del veterano realizador Andreas Dresen. Me temo que aquí la receta no le salió bien al director de buenas películas como lo fueron “Grill Point” (Gran premio de jurado  en la Berlinale de 2002) y “Parado en vía” (Gran premio de Certain Regard en Cannes 2011). A pesar de que Dresen de nueva vez opta por una  temática social sobre fondo histórico que contribuyó al éxito de sus películas anteriores, en esta  ocasión la historia de un grupo de jóvenes que de niños en Alemania del Este se encuentran con los avatares de la reunificación  y la dificultad  de integrarse a la realidad de la vida berlinesa de hoy está mal narrada, superficialmente articulada, en definitiva, un verdadero descalabro.

Respecto a México, la actividad en el estand de Imcine en el mercado sigue intensa, mientras que “600 millas” de Gabriel  Ripstein es objeto de interés por distribuidores y compradores extranjeros a raíz de la buena acogida de la que la película disfrutó por parte de la crítica internacional y germana en su estreno.

Por otro lado, la embajada mexicana en esta ciudad ofreció ayer una recepción en honor de la numerosa  delegación nacional  presente este año en el certamen donde mañana se estrena en competición la coproducción mexicana “Eisentein en Guanajuato”, rodada por Peter Greenaway en locaciones nacionales.

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