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21, abril 2021 - 12:28

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Salvador-Sanchez

Alfredo Sosa y Carlos Álvarez | La Prensa

Foto: Archivo secretos de policía | La Prensa

Quizá la vida no es menos fugaz que la velocidad de la luz, en un momento uno se encuentra en el esplendor y, al cabo de un instante, todo se vuelve negro, trágico y silencioso. Quizá así ocurrió con Salvador Sánchez, quien a más de 200 kilómetros por hora, aproximadamente, se impactó con su destino final.

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La luz se convirtió en oscuridad y la noticia sobre su trágico deceso corrió como reguero de pólvora, según escribió Fernando Mora para LA PRENSA, aquella triste madrugada del 12 de agosto de 1982. Él mismo diría que muchos incrédulos no creían en lo ocurrido, pues apenas había salido victorioso de su último encuentro y, con seguridad, se estaría preparando para hacerle frente a su próximo rival con la finalidad de defender su cetro.

Sin embargo, el choque contra un torton y una camioneta -mientras se dirigía de regreso a su campamento en San José Iturbide, Guanajuato- fue tan violento que el vehículo, si bien no se partió en pedazos, sí quedó como un amasijo de incertidumbre. Su muerte fue instantánea; su Porsche quedó convertido en chatarra.

A los 23 años, Salvador Sánchez perdía la vida en la carretera que conducía a San Luis Potosí, a 12 km de Querétaro. Algunos cronistas del deporte refieren que Sal Sánchez conducía un lujoso Porsche 928 y, al querer rebasar a un automóvil, se estrelló de frente contra un par de vehículos que circulaban en sentido contrario.

De acuerdo con Juan José Torres Landa, apoderado del campeón, “Chava” debía iniciar su preparación para su próximo combate ante el retador boricua Juan Laporte, al cual ya había vencido un año antes, y quizá quiso llegar antes del alba y antes de los entrenamientos para dormir un poco. Nadie sabe por qué el campeón se había quedado en Querétaro…

Según se cuenta, el día previo al accidente, Salvador se notaba extraño, como nunca lo habían visto, de tal suerte que, según relataron, súbitamente tomó las llaves de su Porsche y se salió so pretexto de que deseaba adaptarle un nuevo equipo de sonido a su vehículo; en otras versiones de la historia que quizá la complementan para darle un cabal sentido, se habla sobre cierta visita que realizaría con algunos familiares, lo cual al cabo del tiempo, parecería sospechoso, pues ninguno de sus conocidos tenía noticia respecto a ningún familiar en esa localidad o cerca de donde se encontraban; sin embargo, quizá la fuente más certera proviene de Alejandro Toledo quien cuenta que “buscó una coartada para escabullirse de su entrenador, don Cristóbal Rosas, y se fue sin decir a nadie su destino. Se salió con la suya, usando un engaño, tal como lo hacía sobre el ring…”.

Con base en los datos que aporta Toledo, se sabe que el campeón visitó y compartió con amigos (un grupo de admiradores) en distintos lugares y sitios públicos hasta las 12:00 horas, después de lo cual existe una laguna en la cual no se puede ubicar su paradero; no obstante, se sabe que después partió hacia su campamento en San José Iturbide.

Cuando Salvador salió de ese encuentro con amigos para retomar el verdadero rumbo de su futuro hacia su duelo, ignoró que lo que emprendería sería no el camino de regreso a su campamento a toda velocidad, sino que trágicamente se toparía de frente con la fatalidad, cuando al no poder evitar la colisión con un auto que venía de frente, se impactó y dio varias vueltas por los aires, según relataron algunos testigos y policías.

Se puede pensar en que tal como cuando esquivaba un golpe, Sal tuvo una reacción similar y apresurada para evadir la duplicidad de la muerte, pero que a esa velocidad sería un intento vano pues tan pronto como el sonido del impacto se escuchó, el ídolo yacía entre los hierros retorcidos de su bólido.

Aproximadamente a las 3:30 horas, autoridades de la Policía Federal de Caminos arribaron al lugar del accidente y lo que vieron parecía una escena macabra: el toldo le había rasgado el cráneo.

Al amanecer, la horrible noticia circulaba en boca de todos como un hilo de sangre por todo el país: el campeón había muerto.

DERROTÓ A TRES FUTUROS MIEMBROS DEL SALÓN DE LA FAMA

La vida de un ídolo es siempre extraordinaria y no puede ser de otra forma. Su historia se cuenta aparte de la del resto y, por ello, tiene un matiz diferente.

Salvador Sánchez Narváez nació el 26 de enero de 1959, en el pueblo de Santiago Tianguistengo, una modesta y pequeña localidad del Estado de México. A la edad de 13 años, Sánchez conoció a Agustín Palacios Rivera, un entrenador de boxeo local, quien cambió su vida, pues se dio cuenta de que tenía aptitudes.

Con tan sólo 16 años, Sal Sánchez debutó como profesional en la división de peso gallo, el 4 de mayo de 1975, en el Estado de Veracruz, ante Al Gardeno, a quien derrotó por nocaut. Y para abril de 1976, se consagró como uno de los mejores boxeadores mexicanos en la división.

A partir de abril de 1977, mantendría una racha de victorias, salvo por una decisión dividida; no obstante, después de este episodio negativo, tuvo una gran oportunidad en 1980, cuando le propusieron aspirar al cetro mundial de la división pluma ante el estadounidense Danny “El Coloradito” López.

Esta sería la primera gran batalla que ganaría contra tres futuros miembros del Salón de la Fama: “El Coloradito” López, Wilfredo Gómez y Azumah Nelson.

SALVADOR SÁNCHEZ VS. DANNY

Fue el 2 de febrero de 1980 en Phoenix, Arizona, cuando subieron al ring Danny López y Salvador Sánchez para dar un gran combate. Desde la campanada inicial, el mexicano salió de su esquina decidido a convertirse en campeón del mundo, conectando los mejores golpes al cuerpo de López, quien de inmediato los resintió y en el sexto round, el médico tuvo que revisar su ojo derecho, ya que tenía una profunda cortada. Sin embargo, como gran guerrero, el monarca continuó en la batalla y también logró conectar buenos golpes en la humanidad de Sánchez. Para el episodio número 13, Sal Sánchez propinó varias combinaciones a Danny López: ganchos al hígado con uppers a la mandíbula y volados al rostro, las piernas de “El Coloradito” parecían no soportar más el peso de su cuerpo y cuando se encontraba perdido y ya no soltaba golpes, el réferi intervino para detener el combate. Sánchez comenzó a saltar de júbilo al convertirse en el campeón del mundo de peso pluma del Consejo Mundial de Boxeo. En gran muestra de reconocimiento, Danny López le colocó al mexicano un penacho de plumas de la tribu siux, de la cual era descendiente.

Dos meses después, el estadounidense Rubén Castillo retó a Sal Sánchez, pero el púgil mexicano lo derrotó por nocaut. El 21 de junio, el originario de Santiago Tianguistenco le concedió la revancha a “El Coloradito” López, en Las Vegas, Nevada. Desde el comienzo de la pelea Sánchez dominó con categoría a su retador y en el decimocuarto capítulo, le propinó una tremenda combinación de golpes a las zonas blandas y al rostro que lo pusieron muy mal, al grado que el réferi tuvo que detener el combate. Sánchez le repetía la dosis a “El Coloradito” y lo colocaba en la antesala del retiro.

SALVADOR SÁNCHEZ VS. WILFREDO GÓMEZ

Entre ídolos se enfrentan y para serlo tienen que protagonizar batallas épicas. Wilfredo Gómez, puertorriqueño que surgió también desde abajo, se convirtió pronto en campeón mundial supergallo del CMB en 1977. Dentro de sus defensas destacaron las que hizo ante los mexicanos Lupe Pintor y Carlos Zárate. La pelea con este último es considerada por expertos y críticos como una de las mejores en la historia del boxeo. Gómez se había convertido en el verdugo de los mexicanos, ya que no había ninguno que pudiera vencerlo. Un día en una entrevista hecha a Salvador Sánchez, éste comentó que le gustaría pelear con Wilfredo para ser el primero en derrotarlo. Gómez, con su carácter explosivo se lo tomó como una afrenta, a tal grado que decidió subir de categoría a pluma para retar al campeón de Santiago Tianguistenco.

A principios de 1981, los promotores de Wilfredo Gómez y Sal Sánchez llegaron a un acuerdo para efectuar el combate. Días después, el mexicano y el puertorriqueño firmaban el contrato con la presencia de Don King y José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo para formalizar la pelea.

Durante los meses previos al combate, Gómez se pasó denostando a Salvador Sánchez, a quien amenazó con propinarle una golpiza y arrebatarle el título mundial. El mexicano sólo contestó al respecto, que hablaría arriba del ring, con sus mejores golpes.

La fecha se cumplió y el 21 de agosto de 1981, Gómez y Sánchez escucharon la campanada inicial en el cuadrilátero del Cesar Palace, en Las Vegas, Nevada.

Pero el oriundo de Santiago Tianguistenco no sólo tenía calidad en los puños, sino también un gran corazón y orgullo que no le cabían en el pecho. Así es que desde que comenzó la batalla, los dos salieron a darse con todo. Wilfredo quería demostrar que era el mejor del mundo en la división e intentó asustar a Sánchez agobiándolo, pero cuando estaba desbocado al ataque, éste le propinó un poderoso upper de izquierda que impactó de lleno en la mandíbula del puertorriqueño, quien se fue a la lona. Después de la cuenta de protección, se levantó e hizo la seña al réferi que podía continuar.

Entonces Salvador adquirió confianza y para el quinto round ya le había desfigurado el rostro a Gómez, quien tenía los pómulos y ojos casi cerrados por la golpiza que le estaba provocando el orgullo de Santiago Tianguistenco. Pero un hombre con marca impresionante de nocauts no podía permitir que le pisotearan el orgullo de tal forma y se engalló y hasta logró conectar algunos golpes contundentes en el rostro del mexicano.

En el sexto round, Salvador dio cátedra de su boxeo con ganchos al hígado, combinación de uppers y rectos contra el puertorriqueño, haciendo que la sombra del nocaut rondara sobre la humanidad de Wilfredo Gómez, cuyo rostro era una masa grotesca.

El curso de la estrujante pelea terminaría en el episodio número ocho, cuando en su esquina, Salvador castigó sin piedad a Gómez con su gran capacidad de contragolpe; rectos a la mandíbula, ganchos a los órganos blandos y el retador quedó tambaleándose como muñeco de trapo, con la guardia completamente abierta, hasta que terminó primero sentado sobre las cuerdas y después se fue de bruces a la lona. El público en las gradas del Cesar Palace estallaba en júbilo por la gran demostración de boxeo del campeón mexicano. El réferi le aplicó la cuenta de protección a Wilfredo, quien sólo se levantó para abrazarse del árbitro y no volver a caer. El combate había terminado, Salvador le había callado la boca a Gómez con la gran categoría de su boxeo y desfigurado el rostro, a niveles que el gran maestro de la crónica: Jorge “Sonny” Alarcón dijo que tenía la cara tan deforme, que ni en su casa lo iban a reconocer.

Con esta victoria, Salvador Sánchez se consagraba como uno de los mejores boxeadores del mundo, ídolo y orgullo de sus seres queridos y por qué no decirlo, del pueblo mexicano.

En los siguientes seis meses, Sal Sánchez defendería con éxito su cetro ante el británico Patt Cowdell, a quien venció por decisión dividida, y al mexicano Jorge García, por decisión unánime.

SAL SÁNCHEZ VS. AZUMAH NELSON

El 21 de julio de 1982, el ghanés Azumah Nelson recibió la oportunidad de aspirar al título mundial pluma del Consejo Mundial de Boxeo, en posesión de Sal Sánchez. El combate se realizó nada más y nada menos, que en la lona sagrada del Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York. El cual registró un lleno hasta las lámparas.

El africano llegó a esa pelea con un registro de 21 combates invicto, 18 por la vía del nocaut, y era un serio retador para Sánchez. La batalla entre estos dos gladiadores se tornó desde el comienzo vertiginosa; por un lado Sal Sánchez tomó la iniciativa y conectó varios golpes al rostro del africano, pero éste con mucho valor aguantó y también respondió al campeón conectándolo varias veces, pero el púgil mexicano jamás sufrió una caída ni cortada alguna en toda su carrera.

Fue hasta el episodio 15, por medio de un contragolpe fulminante, cuando Salvador Sánchez conectó un gancho de izquierda al rostro de Azumah y lo hizo tambalear, y después lo remató con un derechazo devastador y el africano se derrumbaba en la lona. Con el público de pie, el réferi le aplicó la cuenta de protección al retador, quien con gallardía se levantó, pero sólo fue para recibir más castigo despiadado de los puños de Sal Sánchez, así que el tercero sobre la superficie se interpuso para detener el combate y dar clemencia al ghanés, quien no tuvo más remedio que aceptar la derrota. Con esta victoria, el ídolo de Santiago Tianguistenco se consagraba en el clímax y cúspide de su trayectoria deportiva.

¡ADIÓS, CAMPEÓN!

En un inusual acontecimiento, la cadena de televisión Televisa transmitió el entierro del héroe del Santiago Tianguistenco a todo México el 14 de agosto de 1982. En las páginas de LA PRENSA, Wilbert Torre se encargaría de relatar cómo la multitud se le entregaba una vez más y por última ocasión al ídolo, al campeón, al hombre que luchó contra la adversidad y logró salir adelante sólo para truncar su vida a la velocidad de la luz.

Esta es la crónica de aquel día:

“En medio de una lluvia torrencial, entre aplausos, porras, llanto, histeria y mujeres desmayadas, una multitud calculada en 30 mil personas despidió Salvador Sánchez, el ídolo roto, el campeón mundial solamente vencido por la muerte, quién como en las noches de gloria llegó en hombros de la muchedumbre, pero ahora no alzaba la mano victoriosa, estaba muerto”.

Salvador Sánchez yacía en un féretro gris en el lugar que habitualmente es la sala de espera del palacio municipal de Santiago Tianguistenco, que quiere decir: “en la orilla del mercado”.

Escribió Wilbert que cincuenta coronas de flores cubrían su sepultura en el panteón municipal, además de la más valiosa, la del soberano universal de los pluma que jamás le fue arrebatada en nueve defensas.

Jamás en el cementerio de Santiago Tianguistenco se había visto a tanta gente; por todos lados parecía haber alguien, ya fuera en las bardas o trepados en los árboles o subidos en las cruces o en los monumentos.

Resonó una especie de ovación como si el cementerio se convirtiera en una especie de Ceasars Palace, donde los aplausos recibían el cuerpo de “Chava”, y la gente, incrédula, dudara de la muerte, como si por obra de un milagro Salvador fuera a aparecer frente a ellos, dispuesto a defender una vez más su preciado fajín de los pesos pluma.

DOLOR EN EL PALACIO MUNICIPAL

La muerte del más querido de Santiago Tianguistenco parecía como si fuera la de un familiar a quien se amara por su sencillez y grandiosidad. Salvador Sánchez fue llevado al palacio municipal en donde había decenas de coronas y en el Cine Lupita no se anunció la película del día, sino que ocupó su cartelera con un rótulo que jamás volvería a usar: “Adiós, campeón”.

Entre la multitud podían reconocerse a otras figuras del mundo boxístico, alguna autoridad, pero sobre todo y principalmente acudió lo que pudiera decirse representaba lo mejor del pueblo mexicano: humildes señoras de rebozo, campesinos, chiquillos de huaraches y muchos más que caminaron kilómetros desde diferentes municipios de la redonda tan sólo para asistir al sepelio de Sal.

ALGUNOS GRANDES EN EL SEPELIO

El drama del ring allí estaba en toda su crueldad. Sal Sánchez, de 23 años, y que defendería una vez más su título, estaba muerto. Su tragedia fue comparada con la de un niño travieso que corre en su caballo de madera y cae; así, el guerrero con rostro de infante, habría montado su Porsche y pisado el acelerador hasta rozar los 200 kilómetros por hora para perder la vida en la carretera. Una vida truncada cuando estaba en la cumbre.

Concluyó Wilbert Torre: “agradable [fue] encontrar este mundo incomparable de gente de box, de personas que parecen aferrarse a sus costumbres, de gente de barrio, buena que acudía a dar el pésame a parientes y amigos”.

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