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29, mayo 2021 - 7:50

┃ José Ángel Rueda

Estadio-Azteca

José Ángel Rueda

Foto: Fototeca, hemeroteca y biblioteca “Mario Vázquez Raña”

Dicen que el valor de un estadio se constituye a través de las historias que cuentan sus gradas. Es decir, los aficionados asisten al campo sagrado con la fe por delante, esperanzados en que un momento memorable se convierta en anécdota, para luego contarla.

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El Centenario de Montevideo, por ejemplo, desde su torre, vio a la selección charrúa levantar la primera Copa del Mundo, en 1930. El Maracaná, años después, fue capaz de escuchar el silencio que emana de la tragedia de todo un pueblo. El mítico Wembley celebró su gol fantasma ante los alemanes, en el 66. El Santiago Bernabéu alucinó con el vértigo de la carrera enloquecida de Tardelli. El Olímpico de Berlín quedó asombrado con el cabezazo inclemente que puso fin a la carrera de Zinedine Zidane. El Azteca, sin embargo, fue testigo de las consagraciones de Pelé y Diego Armando Maradona, los dos más grandes de todos los tiempos. Como si el destino, aquel que con su mano va dibujando el cielo, hubiera decidido que los futbolistas debían convertirse en dioses en un mismo lugar.

El misticismo del Azteca vive en todas aquellas jugadas que es posible imaginar sobre su césped. Si se guarda silencio, por ejemplo, en la imaginación aún resuena el relato de Víctor Hugo Morales, dando paso a la carrera de Maradona, el Barrilete Cósmico, convirtiendo a los ingleses en poco menos que estatuas, y el gol posterior, que justificó la secuencia frenética.

Es posible también, tirando más atrás la memoria, escuchar el suspiro de los aficionados con Pelé después del gol que no fue. O advertir el puño en alto del propio brasileño potenciado por los brazos de Jairzinho, con la grada mexicana de fondo, luego de marcar el primer gol en la final del 1970, ante una selección de Italia extenuada por los efectos de la batalla previa frente a los alemanes, con Frank Beckenbauer, el Káiser, sosteniendo con su cabestrillo la mística del Partido del Siglo, donde su Alemania cayó casi de pie, pero cayó.

A menudo, los grandes estadios surgen de las necesidades propias de su pueblo. Eran los años sesentas y en el Distrito Federal, el fervor por el futbol cada vez era más grande. Las batallas apasionantes que libraban América, Necaxa y Atlante, es decir, los tres clubes de la capital, combinadas con la creciente rivalidad con equipos de otros estados, dio paso a lo inevitable. El Azteca, desde su concepción, fue un generador de ilusiones.

Luego, cuando los dirigentes del futbol mexicano, encabezados por Don Guillermo Cañedo, advirtieron el gigante que se alzaba sobre los terrenos de Santa Úrsula, fueron más lejos. Las intenciones de albergar el Mundial de 1970 eran firmes y el Coloso era su principal carta de presentación. La FIFA de Stanley Rous, que en su deseo de expansión anhelaba ver más Wembleys y Maracanás construidos por el mundo, no tuvo de otra más que rendirse ante el encanto de un estadio de proporciones pocas veces vista. En aquel entonces, cuando el organismo la sede a México, la idea de que Pelé se consagrara de manera definitiva ante 110,000 espectadores era sólo un sueño.

Diseñado por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares Alcérreca, el Azteca, bautizado así por los propios aficionados a través de un concurso a nivel nacional, fue inaugurado el 29 de mayo de 1966, en un partido amistoso entre el América y el Torino que terminó con un empate a dos, aunque fue el nombre de Arlindo dos Santos el que quedó en la historia al mover, por vez primera vez y para siempre, las redes de la portería.

La magnitud del inmueble sobresalía de inmediato en el relieve de una ciudad que crecía en sus bordes a un ritmo vertiginoso. Era posible advertir su figura desde la distancia, las formas en su exterior, donde las gradas parecen sostenidas por los brazos de los habitantes de un país entero.

Fueron los años, sin embargo, los encargados de darle a la construcción una verdadera identidad. El mexicano concibe al estadio Azteca como su casa. Lo presume con el orgullo de quien sabe que en su tierra han pasado las cosas más extraordinarias. Como si una parte de la historia del futbol, en cierto modo, le perteneciera.

 

La experiencia de ir al Azteca no sólo se remite al propio partido, sino que comienza desde el momento en el que, parado a sus pies, se advierte su inmensidad, y entonces el gigante aplasta, como lo escribiera el compositor argentino Andrés Calamaro. Las rampas interminables que suben, y mientras suben, se puede advertir de un lado una ciudad interminable, y del otro, los túneles, con el rumor de sus gradas recién pobladas. Luego, el césped, en una imagen de la infancia, el césped de un verde que sólo es posible advertir cuando se mira de frente, sin cámaras de por medio.

Dicen que el Azteca es uno cuando está lleno y otro cuando está muy lleno. En ese muy se suelen poblar hasta las escaleras. En esas noches especiales en las que el vértigo de ver a una multitud reunida que reacciona al ritmo que marca la batuta del propio futbol.

Cuando juega la Selección Mexicana, el sentimiento se potencia, porque, a diferencia de los partidos entre clubes, donde en cierta medida las pasiones están divididas, ahí el aliento es casi unánime. Entonces una ola verde sigue la misma dirección, y los goles, hablando de corrientes marinas, desembocan en un mismo mar, los goles históricos, por supuesto, como el de Negrete, con la tijera suspendida en una eternidad, o el de Cuauhtémoc, con el recorte ante los brasileños que le dejó la meta franca frente a Dida en la final de la Confederaciones, o la chilena de Raúl, frente a Panamá, que entre otras cosas, nos anunció que por más mal que estuviera el presente, México no se quedaría sin Mundial,  al menos no ahí, en su cancha sagrada.

LÍNEA DEL TIEMPO

29 de mayo de 1966
Se inauguró el estadio Azteca con un juego entre América y el Torino de Italia, el Bebé de Chocolate Arlindo Dos Santos marcó el primer gol en la historia del recinto.

12 de octubre de 1968
Se llevó a cabo la inauguración de los Juegos Olímpicos México 1968.

31 de mayo de 1970
Fue la inauguración del Mundial de México 1970 con el juego entre México y la Unión Soviética, el juego terminó 0-0.

17 de junio de 1970
Italia y Alemania Federal ofrecieron el llamado Juego del Siglo en las semifinales del Mundial de México 1970, Italia ganó 4-3 a los teutones en tiempo extra.

21 de junio de 1970
Brasil es campeón del mundo tras superar 4-1 a Italia, Pelé, Gerson, Jairzinho y Carlos Alberto anotaron en el estadio Azteca.

10 de junio de 1984
América y Chivas jugaron la final de la temporada 1983-1984, las Águilas superaron al Rebaño 3-1 con goles de Eduardo Bacas, Alfredo Tena y Javier Aguirre. El global fue 5-3.

31 de mayo de 1986
Se inaugura el Mundial de México 1986 con el juego entre Bulgaria e Italia, el partido terminó 1-1.

15 de junio de 1986
Manuel Negrete hace el gol más bello del Mundial México 1986, el canterano de Pumas marcó de tijera el primer gol contra Bulgaria en octavos de final. El juego terminó 2-0.

22 de junio de 1986
Diego Armando Maradona hace en semifinales contra Inglaterra La Mano de Dios y el Gol del Siglo. La Albiceleste ganó 2-1.

29 de junio de 1986
Argentina superó 3-2 a Alemania para consagrase campeona del mundo. Diego Armando Maradona llega a la cúspide.

29 de octubre de 1993
Michael Jackson ofreció el primero de cinco conciertos en México en 1993, 110 mil espectadores entraron al estadio Azteca por función.

20 de febrero de 1993
Julio César Chávez realizó una defensa exitosa de su cetro superligero del Consejo Mundial de Boxeo ante Greg Haugen frente a 130 mil espectadores.

25 de enero de 1999
El papa Juan Pablo II visitó México y en el estadio Azteca dio un mensaje de paz en el coloso de Santa Úrsula.

4 de agosto de 1999
México enfrentó a Brasil en la final de la Copa Confederaciones 1999. El Tricolor superó 4-3 a la Verdeamarela. Miguel Zepeda en dos ocasiones, José Manuel Abundis y Cuauhtémoc Blanco anotaron.

2 de octubre 2005
La NFL llevó por primera vez un juego de temporada regular fuera de Estados Unidos, Arizona venció 31-14 a San Francisco frente a 103 mil espectadores.

10 de julio de 2011
El Tricolor Sub-17 conquistó su segundo título de la categoría al superar a Uruguay 2-0 con goles de Antonio Briseño y Giovani Casillas.

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