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Mira

27, julio 2021 - 12:14

┃ José Ángel Rueda

taekwondoooo

FOTO: ESPECIAL

Pocas cosas pueden representar el final de un ciclo de forma tan devastadora como el deporte. Después de cinco ciclos olímpicos donde el Taekwondo pobló los registros del medallero mexicano con siete preseas: dos de oro, dos de plata y tres de bronce, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 quedarán como el ocaso de una época gloriosa para una disciplina que había acostumbrado al país a alimentar las expectativas. Las eliminaciones en octavos de final de Briseida Acosta y Carlos Sansores, únicos representantes aztecas en tierras japonesas, alimentan la nostalgia.

La historia del Taekwondo en México se remonta a finales de la década de los sesentas. El “karate coreano”, como se le conocía en nuestro país ante lo extraño del término, pronto pasó de ser un deporte recreacional a un sistema competitivo. Fue tanto su éxito a nivel global, que en los Juegos Olímpicos de Seúl y Barcelona fue presentado como un deporte de exhibición, para finalmente formar parte del programa oficial de competencias en Sídney 2000.

HISTORIAS DE ÉXITO

Fue precisamente en territorio australiano donde comenzó una serie de éxitos capaces de potenciar a México en un terreno tan complejo como lo es el medallero. En aquellos juegos, los del oro de Soraya Jiménez, México consiguió seis medallas, una de ellas fue el bronce de Víctor Estrada, en la categoría de los -80 kg. El tamaulipeco, que había dominado las competencias regionales en la década los noventas, aprovechó el impulso para adueñarse de un tercer lugar que de alguna forma abrió la brecha para muchos jóvenes con cualidades que vieron en los olímpicos un sueño por cumplir.

Atenas 2004 escribió la historia de los hermanos Iridia y Óscar Salazar. Impulsados por su padre Reinaldo, de los primeros campeones mexicanos, brillaron en la tierra de los dioses.  La medalla de bronce de Iridia en la categoría de los -57 kg y la plata de Óscar en los -58 no sólo se trató de un relato de sangre, sino también de la confirmación de un deporte en unos juegos donde la velocista Ana Gabriela Guevara y la ciclista Belem Guerrero parecían de las pocas esperanzas, y resultó que no.

Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, llegó la consolidación con las medallas de oro de María del Rosario Espinoza y Guillermo Pérez. Por aquel entonces, la figura de María del Rosario irrumpió con fuerza, la taekwondoína sinaloense cristalizó el sueño de la infancia que nació en los camiones en los que recorría Guasave para ir a entrenar, saliendo de la escuela. Guillermo Pérez, por su parte, ya había avisado de su potencial con una plata en el Campeonato Mundial del 2007. Los Juegos Olímpicos fueron la confirmación de la relación que existe entre el trabajo y el progreso.

Años más tarde, en Londres 2012, el bronce conseguido por María del Rosario Espinoza se sumó a una actuación histórica donde México ganó ocho medallas. La taekwondoína se convirtió en tierras británicas, junto con Paola Espinosa, en las únicas mujeres en ganar dos medallas en Juegos Olímpicos. La leyenda estaba en marcha.

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Finalmente, María del Rosario culminó su gran ciclo en los Juegos Olímpicos de Rio 2016, donde la ganó la plata, constituyendo su podio personal. Aquella presea, sin saberlo, sería la última de una época de alegrías donde México fue, finalmente, conoció las sensaciones que emanan de saberse potencia.

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