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5, agosto 2021 - 17:47

┃ José Ángel Rueda

NOTA-MESSI

Cuando era un niño, o un pibe, Lionel Messi firmó su contrato con el Barcelona en una servilleta. La facilidad de entonces evocaba la idea del destino, como si los astros se alinearan para verlo vestido de azulgrana. Aquel momento, sin duda mágico si se le mira bajo la perspectiva de los años, fue uno de los tantos que conformaron la carrera del argentino en el equipo culé.

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El recuento de los momentos de Lionel Messi en el Barcelona escapa de las jerarquías. No hay uno más importante que otro, sino que son parte de un todo, como una película que hasta hace unos días parecía interminable. El argentino acostumbró con su juego a sospechar que para él no habían imposibles.

SUS GOLES

Lionel Messi marcó 672 goles con el Barcelona, sin embargo, ni todos los festejos que llegaron después borran el recuerdo del primer gol del argentino. Con el 30 en la espalda, Messi corrió al espacio con la certeza de que Ronaldinho, con su magia, sería capaz de verlo. Entonces vino el pase y la definición de Leo, que agarró el balón botando para definir por arriba del arquero del Albacete. Minutos antes Messi había marcado en una calca de jugada, pero el árbitro lo anuló por fuera de lugar. De la anotación también se recuerda el festejo, con un joven Messi montado en los hombros del genio brasileño.

La colección de goles que el argentino completó después es diversa, los marcó con la zurda, con la derecha, con la cabeza, con el pecho, y hasta con la mano, sin embargo hay algo que cada uno tienen en común: la señal al cielo, en honor a su abuela Celia.

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Pronto Messi se convirtió en un goleador de época. A los cañones que salían de su zurda a la base de los postes, Lionel le dio profundidad al repertorio con las jugadas de largo aliento. Así llegó el gol maradoniano, al Getafe, en la calca de la jugada de todos los tiempos, o el que le marcó al Athletic, en la final de la Copa del Rey, cuando lo hicieron enojar, y el argentino respondió con una secuencia antológica.

Tildado de chaparrito, no abundan los goles de cabeza de Lionel, sin embargo, uno fue suficiente para perpetuar el registro. Clavado entre las dos torres que suponían Ferdinand y Vidic, el argentino se escondió en sus entrañas para luego pegar el salto y rematar con la testa. Ambos centrales quedaron pagando su picardía, al tiempo que el balón se alejaba de l gigante Van der Saar. El gol valió para poner distancia con el Manchester United, en la noche romana, la de la tercera Champions. Dos años después, el argentino volvió a hacer pagar a los Diablos Rojos en la final continental, sólo que esta vez sus formas fueron clásicas, con esa diagonal que parte desde la derecha y muere con el zurdazo a la red.

Al Real Madrid le marcó 26 goles, aunque hay uno cuyo recuerdo aún es capaz de congelar al Santiago Bernabéu. En la semifinal de la Champions del 2011, Messi recogió un balón en tres cuartos de cancha que dormía en los pies de Busquets. En plena aceleración, el argentino dominó la zona de los centrales y definió con un disparo cruzado ante la salida de Casillas. Lo sutil del toque contrastó con el vértigo de la jugada.

Fue también ante el odiado rival cuando el genio de Guardiola le inventó en el 2008 la posición de falso nueve, una estrategia para fijar la marca de los centrales en pos de los extremos  y afianzar el aparato defensivo, Messi, sin embargo, entendió otra cosa, y terminó él mismo aprovechando los espacios. El marcó dos goles en el legendario 2-6 en el feudo madridista.

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PUÑO EN ALTO

El Messi del Barcelona  no era de gritar, lo suyo era más bien hablar dentro del campo. Es, sin embargo, la locura de un festejo su imagen más icónica. Por paradójico que parezca, el argentino se guardó la euforia para un gol que no fue suyo. Sergi Roberto había firmado la remontada ante el París Saint-Germain cuando de pronto Lionel apareció arriba de la publicidad, de frente a la grada, con el puño en alto y el grito trabándole el gesto.

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Años más tarde, ya encumbrado como capitán azulgrana, con la senyera custodiándole el  brazo izquierdo, levantó la Copa del Rey, la copa que, sin saberlo, sería la última de todas. La imagen lo retrata sonriente, dominador absoluto de la situación, como si hubiera ensayado el momento un millón de veces, y acaso sí.

 

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