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19, octubre 2021 - 20:06

┃ José Ángel Rueda

Fenway Park

JOSÉ ÁNGEL RUEDA

FOTO: Omar Rawlings  |AFP

En la esquina de las calles Ipswich y Lansdowne se levanta el Fenway Park. El contraste de los ladrillos con la estructura metálica de color verde oscuro tiene la facultad de detener el tiempo. Los años pasan en Boston, pero el gran parque de beisbol permanece inalterable. La casa de los Red Sox es tan centenaria como su propio huésped. Inaugurado en 1912, es decir, apenas 11 años después de la fundación del equipo, acepta con orgullo la denominación de parque más antiguo de todas las Grandes Ligas.

Es precisamente en ese tiempo acumulado en donde se construye el mito. La gente asiste a los juegos con la sensación de entrar en una catedral, esa donde la historia es capaz replicarse en los mínimos detalles. En Fenway Park la realidad se constituye de lo que se ve y se siente, pero también de lo que se cuenta.
Acaso una de la peculiaridades del estadio, más allá de su longevidad, está en ese muro gigantesco que se levanta al fondo del jardín izquierdo. El “Monstruo verde”, como se le conoce, parece tener tantas leyendas como años. Lo que hoy se ve como una pared infranqueable para los bateadores, en un sus inicios tuvo otro sentido.

El origen del “Monstruo verde” se remonta a los años de fundación. John I. Taylor, entonces dueño de los Medias Rojas, ya veía que el antiguo estadio de Huntington Avenue Grounds de a poco se quedaba chico, entonces buscó en la periferia y encontró un terreno por el barrio de Fenway.

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El dueño, celoso de su producto, observó en los edificios vecinos un inconveniente. Así como ocurre en otros parques, basta con que los habitantes se asomen por su ventana para mirar el juego sin pagar un solo dólar, así que Taylor mandó a construir un muro de casi ocho metros de alto por todo el jardín izquierdo para que los curiosos no vieran.

El beisbol, junto a Boston, fue cambiando, pero el muro imponente permaneció y solo un incendio que consumió gran parte del estadio, allá por 1933, fue capaz de ponerlo en serio riesgo. Pero el muro soportó el rencor de las llamas y meses después fue reforzado por el poder del concreto. Años más tarde, en 1947, le quitaron los anuncios publicitarios y lo pintaron de verde, dando paso al monstruo que permanece hasta nuestros días. El muro ha experimentado algunos cambios. En el 2003 le colocaron encima 269 asientos, desde los cuales se observa el horizonte hecho diamante, como quien cabalga sobre una bestia indomable.

Hay otras cosas que hacen del Fenway Park un lugar propenso al mito. Entre el graderío verde que custodia el jardín derecho una butaca roja contrapone el sentido. La historia se remonta a una tarde de domingo, un 9 de junio de 1946. Esa tarde, el ingeniero Joe Boucher fue a ver los Medias Rojas, cubierto de la cabeza por un sombrero de paja. El aficionado se sentó en la butaca 21, en la fila 37 de la sección 42. Miraba el partido contra los Tigers en el amanecer de la séptima entrada, sin advertir que una bola estaba a punto de caerle desde el cielo, hasta que llegó el batazo de Ted Williams que lo dinamitó todo y la bala voló más de la cuenta, 502 pies para ser exactos, es decir, el cuadrangular más largo en la historia del mítico Fenway, y su sombrero salió volando, sin causar mayores daños. Los Red Sox, sensibles al poder de las coincidencias, decidieron en 1984 destacar con el rojo intenso la butaca donde se escribió la historia. Una de tantas del parque más antiguo del beisbol.

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