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26, febrero 2015 - 11:05

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VIÑA DEL MAR (Agencias).- El intérprete mexicano Emmanuel, en su sexta ocasión en el Festival de Viña del Mar, no sólo ofreció una presentación a la altura de su trayectoria, sino que además se matriculó con el que hasta ahora es a todas luces el mejor show de esta edición.
Razones para ello hay varias, partiendo por la excelente condición no sólo vocal, sino además física del artista, quien recreó con fidelidad esos movimientos que transformara en insignes en los años 80.
Así ocurrió desde el momento mismo de su aparición sobre el escenario, recién a las 02:53 horas y luego de una innecesaria introducción con aires de batucada por parte de sus músicos, quizá el único ripio en un paso prácticamente redondo. Por lo anterior, resulta difícil comprender el horario mencionado, que por más que los ejecutivos de CHV justifiquen al amparo de razones más o menos posibles de compartir, no puede ser llevado sin más a cualquier artista.
Lo de Emmanuel merecía otro lugar en la grilla, y no sólo atendiendo a su público objetivo (cuestión de sentido común), sino también a la vitrina que merecía un espectáculo superior a los que hasta ahora han abierto las tres noches de Viña 2015.
Los cerca de nueve mil asistentes que se quedaron hasta las cuatro de la madrugada en la Quinta Vergara tuvieron su recompensa, de la mano de un repertorio de grandes éxitos, interpretados junto a una orquesta tan refrescante como potente, que se pasea entre el rock, el funk y los códigos tropicales, y en la que sobresalen el dúo de percusiones y el trío de metales.
Con ese colorido pasaron hits como “No he podido verte”, “Bella señora”, “Chica de humo”, y otros que en honor al tiempo y la cantidad se oyeron apenas parcelados, entre ellos los enormes “Pobre diablo”, “La última luna” y “Detenedla ya”. Asimismo, llevó lo más reciente de “Ella”.
Como huésped llevó a su hijo Alexander Acha, al piano para interpretar “Sólo”.
La respuesta fue abrumadora, a 15 años de ausencia de este escenario, y como veterano de estas lides que es, Emmanuel ni siquiera necesitó a los animadores para manejar los tiempos de las gaviotas, que se llevó por aclamación y cuando él quiso. Eso de que “el que sabe, sabe”, entonces, pocas veces parece tan pertinente de aplicar como en esta ocasión.