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12, diciembre 2021 - 23:48

┃ José Ángel Rueda

La afición rojinegra nunca dejó de alentar

JOSÉ ÁNGEL RUEDA 

FOTO: RAMÓN ROMERO 

El tiempo, para los aficionados al futbol, suele ser relativo. Aunque los años sin ser campeón se acumulen, hay algo en la fe capaz de renovar las ilusiones cada que empieza una temporada. El “este año es el bueno” llega como una promesa que casi nunca se cumple, con esa vocación que tiene el futbol para la derrota; es decir, al final de cuentas sólo un equipo es el que gana. ¿Qué pasa, entonces, cuando ese equipo que gana es el tuyo?

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El Atlas acumulaba 70 años sin ser campeón, hasta que un buen día la promesa se cumplió.  Aquel campeonato conseguido en 1951 funcionaba como el único recuerdo de una afición que aprendió a disfrutarlo a través de la palabra; es decir, muchos de los hoy celebran sólo conocían el sentimiento que emana de un título gracias a los relatos de los abuelos y los padres, que entre tantas cosas tuvieron la dicha de ver campeón a su equipo a mediados del siglo pasado, cuando el futbol mexicano aprendía a profesionalizarse y las tribunas eran calderas, entonces aprendieron a contarlo, y su historia fue tan fuerte que la épica perduró por años. El aficionado rojinegro se construye de generación en generación.    

El tiempo acumulado sin la alegría genuina del campeón convirtió al Atlas en un semillero de pasiones. Estar en la victoria casi siempre resulta sencillo, pero para estar en la derrota se necesita de una casta diferente, aprender a encontrar la belleza en los detalles, en las cosas que casi nadie ve. 

Así, el aficionado del Atlas aprendió a ganar a su manera, comprendió que el verdadero equipo no siempre está dentro del campo, sino afuera, en la grada del estadio Jalisco. Que a los colores rojinegros no los determina un triunfo, sino la entrega. Que los goles se gritan mejor en familia. Que el campeonato es el fin, pero también el camino. 

El hincha rojinegro aprendió de su historia que hay veces en las que el buen juego se recuerda incluso más que un campeonato. Que las formas, cuando son auténticas, perduran a través del tiempo. Que el buen futbol se enseña, como en la ‘Academia’. Que el balón puede tener amigos. Que no hay fidelidad más grande que la que se le profesa a un equipo. Que la cantera no produce títulos, pero sí orgullo, como un ejército que viaja por el mundo enalteciendo los valores de quien lo forjó. 

Pasaron siete décadas para que el Atlas volviera a levantar un título. Sólo una vez estuvo cerca, en aquel 1999, cuando el equipo de Ricardo Antonio La Volpe hizo de los jóvenes gigantes y de la mano de la cantera, comandada por Rafael Márquez, Juan Pablo Rodríguez y Daniel Osorno, se metió a la ‘Bombonera’, disfrazada de infierno, y en la ruleta de los penales el Atlas salió perdedor, más por condena que por merecimiento. 

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Tuvo que ser ante León que terminara la sequía, como una lluvia torrencial que cae sobre la cosecha. Como aquel 1951, cuando una derrota de la ‘Fiera’ le dio el título al Atlas. El Jalisco canta, como cada juego. Y la hinchada, que pidió con insistencia el título, más por costumbre que por exigencia, deberá reinventarse, ahora que tienen lo que tanto anhelaron. 

El título no sólo se celebra en el presente, es una gloria que viaja al pasado, en todos aquellos que buscaron y no encontraron, que esperaron pero se les terminó el tiempo. El título es de cada canterano, de cada técnico, de cada utilero, de cada local en Jalisco que en su fachada tiene los colores rojinegros, como símbolo infinito de la fe. 

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