José Ángel Rueda

Foto: Mexsport

La imagen del debut de Sergio Agüero quedó para la historia. El joven argentino tenía apenas 15 años, un mes y un día cuando Óscar Ruggeri, parado en la banda, lo llamó para que entrara. El ‘Kun’ se levantó y fue, traía puesta una camisa gris. El técnico de Independiente se paró detrás de él y le dio algunas indicaciones que Agüero escuchó sereno. En los gestos, en el del técnico y en el del jugador, había sin embargo un mundo de distancia. Ruggeri, con la picardía de estar debutando al niño que cambiaria la historia, y Agüero, que tenía la cara llena de sorpresa.

El estreno del ‘Kun’, como se le dice desde siempre en honor a un programa japonés que veía de muy chico, fue vertiginoso, tal como lo esperaba Ruggeri. El técnico confesó muchos años después que desde las inferiores de Independiente, a las cuales llegó con apenas nueve años, Agüero era distinto al resto. Su juego, plagado de gambetas, era capaz de dejar helados hasta a los defensores más experimentados.

Sin importar los límites que impone la edad, el ‘Kun’ trasladó las filigranas del potrero a los campos de primera. Con el 10 en la espalda y ese rojo que evoca a Bertoni, Agüero cautivaba con su mezcla de potencia y habilidad. Lo mismo pegaba in pique al espacio para luego definir con los jugando en corto, o con ese balón que acaricia la parte interna para luego colarse en el ángulo.

Como ocurre con la mayoría de los argentinos, la etiqueta de perla lo llevó pronto a Europa, con el Atlético de Madrid. Era la época que precedió al Cholo, la de Bianchi, la de Aguirre, tiempos en los que la gloria se encontraba precisamente en la belleza de los goles de Agüero, de Forlán.

El ‘Kun’ futbolista siempre fue así, un artífice de sueños capaz de lograr hasta lo más inaudito. Años después, ya vestido con la celeste del Manchester City, logró uno de los goles más bonitos que se le recuerdan. No tanto por la ejecución, sino por el contexto, ese que suele convertir en arte los goles más ordinarios.

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El City se jugaba el título ante el Queens Park Rangers. Había que ganar, y ganó. De último suspiro, mientras los aficionados en el Etihad verificaban por radio que el United había ganado también, complicando el título. Entonces apareció Agüero, con la potencia en las piernas, y definió dentro del área con un derechazo potente que valió el título. Aquella tarde, en Manchester, nadie sabía que el ‘Kun’ se convertiría en el máximo goleador en la historia del club, con 260 goles, sólo había la certeza de haberse convertido en leyenda gracias a un gol anotado en un último minuto.

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Dicharachero, gamer, apasionado, calentón, bromista, de esos tipos que no sólo juegan adentro de la cancha, también afuera, al hacer grupo. El ‘Kun’ descubrió una nueva faceta en esos últimos años en los que el futbol se mira desde un ángulo más maduro. Hace unos meses llegó al Barcelona con la ilusión de jugar con Lionel Messi, pero el futuro les tenía preparado otras cosas. Una arritmia terminó con la carrera de Sergio Agüero, ese futbolista que siempre hizo lo que quiso dentro del campo, pero abre nueva faceta, la del ‘Kun’ humano, donde es tanto o más crack de lo que fue como jugador.

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