MIGUEL ÁNGEL MUJICA | ENVIADO

FOTO: RAMÓN ROMERO | ENVIADO

San Pedro Sula.- La tarde en que México visita a Honduras suele ser una fiesta en el país centroamericano. El ambiente se empieza a vivir desde que se abre el estadio y la gente catracha lo siente como día feriado.

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Ayer en San Pedro todo fue distinto. La apertura del inmueble fue a medio día, pero la suspensión que recibió la H tras el juego ante El Salvador dejó desolados los alrededores.

Los policías fueron mayoría. Los cuerpos de seguridad se portaron prepotentes con cualquiera que quisiera acercarse. Los vendedores de botanas o alguno que otro distraído eran invitados a retirarse de una fea forma. Nadie se podía acercar, fueron hasta tres filtros los que se tenían que pasar para llegar a las inmediaciones.

Ya en la cancha, la H inmensa en la grada principal se veía desolada, sin aquel color que la caracterizaba, sin puestos, ni música, un día normal.

En la grada, una playera gigante era la que representaba a los seguidores. La Federación hondureña decidió mantener un pequeño apoyo, aunque de poco sirvió.

El tiempo pasaba y el Tricolor llegó un poco después. El camión entró sin la característica presión de cada juego en Centroamérica. México se sintió cómodo, no tener los gritos en la espalda hizo confiar a los jugadores. Ya en su vestidor, fue Johan Vásquez el que salió primero a reconocer la cancha.

En Honduras sucedió lo mismo. Incluso hasta el clima fue benéfico para los aztecas. El sol no fue factor, tampoco el calor, todo se conjugó para que el Tricolor tuviera una pasividad como en casa.
Así fue el color del partido, gris y sin la emoción que se vive cuando México baja de su comodidad en Norteamérica y visita una tierra en donde no es bienvenido.

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