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Mira

12, junio 2022 - 14:52

┃ José Ángel Parra

Hablillas

PENALTI O GOL

En el culmen de su carrera, Arturo Brizio asumió el rol del verdadero árbitro: El que juzga, pero no condena. Era la final de Invierno 1997. Persistía la paridad global entre esmeraldas y cementeros. Ya en tiempo extra, con el plus del gol de oro, Ángel Comizzo atropelló a Carlos Hermosillo. No conforme, el arrebatado guardameta propinó una patada en el rostro del goleador cruzazulino. Nunca hubo un penalti tan claro como ese.

Grogui, el de Cerro Azul tardó en incorporarse, mientras su agresor, desafiante, aguardaba, cual León enjaulado, bajo los tres postes. En ese instante nadie entendía por qué Brizio no había expulsado a Comizzo. El hecho es que Hermosillo, tinto en sangre, ejecutó el penalti a la perfección en el mítico Nou Camp. Fue la última jugada del partido y la octava estrella para Cruz Azul. Después Arturo explicó que no sacó la roja porque no vio la posterior agresión del argentino, mas en la cancha existía sed de revancha y así lo comprendieron todos. Hermosillo pateó a las redes, había prevalecido la ley en todo su esplendor. Ningún comentarista otorgó el rol protagónico al nazareno. Fue la decisión correcta.

En nuestros días los ex árbitros habrían hecho pedazos a Brizio. Sería imperdonable tolerar semejante agresión, pero quienes valoramos el futbol romance, cuyas leyes quedaban sujetas al equilibrio del portador del silbato, entendemos los riesgos sin otorgarles tan inquisidora responsabilidad. A la fecha hay múltiples adecuaciones al reglamento, acompañadas por innumerables repeticiones a cámara lenta, que ni los analistas se ponen de acuerdo. Y los errores y la descalificación imperan desproporcionadamente. Indigna

también que los quesque expertos se burlen alegremente y el árbitro siempre sea el malo de la película.
Hoy recordamos con afecto a Don Arturo Brizio, libre al fin de la insana crítica, la que en lugar de sembrar alguna enseñanza, lacera e infunde rencor, cual grotesca pedrada. Su retiro provoca nostalgia, porque era el último de los Mohicanos. Su adiós entierra al futbol a la antigüita. Quedan al mando los genios de la grilla y la traición. Pero, para quienes pintamos canas, bien valdría la pena volver a lo de ayer, en el barrio, donde ante cualquier controversia, los silbantes resolvían los males con una infalible sentencia: “¡Penalti o gol!”