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27, abril 2015 - 8:52

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Por Eduardo Lamazón

ES más que una gran pelea, es un gran acontecimiento. Ninguna buena historia se gasta, por muchas veces que se cuente. ‘Peleas del siglo’ ha habido unas cuantas, desde el 14 de septiembre de 1923 cuando el choque entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo fue llamado así. Duró menos de cuatro minutos y se registraron 11 caídas. Fue un duelo colosal, sin importar su brevedad. Después, en 1936 y 1938, cuando soplaban vientos de guerra para la humanidad, se dieron las dos peleas entre Joe Louis y Max Schmeling, los héroes de los Estados Unidos y de Alemania. Schmeling era el orgullo de Hitler, y ganó la primera confrontación. Para la segunda el mundo estaba dividido: otra vez el boxeo era una escenificación de la eterna lucha entre el bien y el mal. Ganó Louis en el primer round, en aquella revancha inolvidable, y descansó el género humano, aunque no por mucho tiempo. Y así, hubo otras: Dempsey-Carpentier, Durán-Leonard, Hagler-Hearns. Floyd Mayweather y Manny Pacquiao son dos colosos y se disputan la paternidad del boxeo de esta época. El pugilato, ya sabemos, es de ídolos que cubren espacios de tiempo en la historia. La pelea que viene es sólo una parte del suceso. El suceso excede el combate en sí mismo y es mucho más. Porque es la mejor historia del hombre, de los hombres: dos que nacieron en la alcantarilla, como millones de seres, y que con aptitudes personales excepcionales llegaron a realizar la más maquiavélica y contundente zancadilla al destino: triunfaron, y el mundo patidifuso y absorto los mira y los venera.

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Hay que dejar que la pelea fluya. Muchos expertos analizan hasta el hartazgo los mínimos detalles que pueden dar una pista anticipada del duelo en el ring: las estaturas, el alcance de los brazos, el entrenamiento, la edad, la rapidez, cada movimiento, las habilidades y las flaquezas, la adecuación mental, hasta las marcas de los guantes. Todo es importante, sí, todo hace apasionantes las polémicas de los días previos, pero es también relativo. ‘¿Qué es la relatividad que usted menciona?’, le preguntaron un día a Albert Einstein. “La relatividad consiste en que si usted está una hora con una mujer hermosa le parece un minuto, pero si está un minuto con una fea le parece una hora”, dijo el sabio. Cuando Juan Manuel Márquez le pegó a Manny Pacquiao en el botón de la barbilla y lo puso a pernoctar, ninguna de esas sesudas y complicadas consideraciones de los entendidos tuvieron peso alguno. Fue un instante mágico en la historia del boxeo provocado por la coincidencia de mil variables en un punto en el espacio y en el tiempo.
Ningún erudito previó que Muhammad Alí le ganaría a Sonny Liston. Nadie en este mundo dijo antes de la pelea que Mike Tyson vencería a Michael Spinks.
Por lo anterior al boxeo hay que explicarlo con simpleza. En mis comentarios quiero ayudar a la gente a entender qué está sucediendo sobre el ring. Jamás hablo de vectores de proyección geométrica del ataque, ni de coordenadas cartesianas. Nada que no se entienda. No es tan difícil ver a dos tipos peleando en la esquina y llegar a casa y contarle a alguien quién le pegó a quién. Sobre esa base, se ve una pelea respetando algunas premisas: el uso de los estilos, de la geografía del cuadrilátero, la efectividad de lo que hacen, la calidad de los golpes primero y el número después, las generalidades del ring, y el resumen de todo que es que en el boxeo gana el que provoca un daño mayor que el daño que recibe.
Roberto Durán y el Terrible Morales dicen que ganará Manny Pacquiao; Marco Antonio Barrera, Julio César Chávez y Maravilla Martínez dicen que ganará Floyd Mayweather. Son, como siempre, muchos que saben mucho que opinan que gana uno, y muchos que saben mucho que opinan que gana el otro. Hay que dejar una puerta abierta siempre, porque sobre un ring de boxeo suceden muchas cosas. Si Martínez, el Maravilla, dijo que Mayweather ‘se devorará a Pacquiao caminando’, que no están en el mismo nivel, habrá que convenir con él que puede ser, por ahí Pacquiao hace el ridículo, como él lo hizo con Miguel Cotto.
Para los dos peleadores este desafío es cosa nueva. Ni Mayweather ha peleado con un virtuoso como Pacquiao, ni Manny confrontó nunca a un habilidoso limítrofe como Floyd. Ambos tienen, quizá, un poco de lo que no tuvieron sus rivales anteriores, para que esta partida de ajedrez llamada pelea valga la pena. Floyd Mayweather, que suele filosofar siendo inane, utilizó un ejemplo para mostrar que “yo soy superior, le gané con facilidad a Juan Manuel Márquez y Márquez noqueó a Pacquiao”. El razonamiento fue bueno para el efecto publicitario que buscaba, pero el boxeo no funciona así. Roberto Durán perdió con Wilfredo Benítez pero le ganó a Sugar Ray Leonard. Supondríase que enfrentar a Benítez con Leonard hubiera arrojado la victoria del primero, pero ganó el segundo.
En acción y en drama la pelea no alcanzará la temperatura y el vuelo de otras grandes peleas de la historia, pero igual es portentosa. De Floyd Mayweather tenemos que saber si es de a de veras el virtuoso que parece, o si fue un espejismo. De Manny Pacquiao hay que decir que llevará al encordado las esperanzas crispadas de una nación. Filipinas vive o muere con él.
Estos dos del sábado se salen del molde del boxeador tradicional. En tiempos en que en el boxeo se tiran muchos golpes, ellos tiran pocos. Mayweather es de 40 golpes por round, Pacquiao es de 55, o menos. La explicación de tanta economía al agredir está en sus juegos de piernas. Ambos han incorporado a su boxeo un trabajo intenso con sus extremidades inferiores, y al recorrer grandes distancias en la llanura del ring la coreografía de su accionar los aleja de la trinchera.
Son de naturaleza física diferente. El menor peso que ha dado Manny Pacquiao para pelear es 106 libras (48,080 en kilos), de allá viene. El menor peso que ha dado Mayweather es 130 libras (58,967).

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Por último señalar el respaldo intelecto-emocional, que es tan necesario para lanzarse en pos de la victoria, y que parece tan diferente en cada uno. Mayweather es un destructor de modales suaves, aficionado más a arrugar que a romper. Seda, no descuartiza. El Pacquiao de tiempo reciente está imbuido de un misticismo religioso que no sabemos si aporta beneficios a su versión de boxeador. Hay en él una cuota de santa resignación que preocupa en secreto a su círculo cercano. En el ring es necesaria la cólera de Aquiles y la furia de Thor, el Dios del trueno. Julio César Chávez ha insistido en eso machaconamente estos días “esto de dejárselo todo a Dios, chingao, no lo entiendo… ayúdate para que Dios te ayude”, dijo el Gran Campeón Mexicano.
El público del boxeo quiere saber quién va a ganar, e incansable nos pregunta, como si nosotros, los que llevamos etiqueta de expertos, sí supiéramos. La polémica es buena para la mesa de amigos y para el cotilleo de ocasión. Nadie sabe desde antes el resultado de una pelea, y si alguien le dice quién será el ganador le miente o expresa un deseo. Gene Tunney no le podía ganar a Jack Dempsey ni aunque Dios quisiera, y le ganó las dos veces que pelearon. Las dos peleas que tuvo Ray Robinson contra Paul Pender eran desequilibradas, a favor de Robinson, y las ganó Pender.
Las armas de cada uno son conocidas. Digamos que conocemos las pistolas pero desconocemos la puntería.
Los dos son grandes, los dos pueden ganar. Depende de muchas cosas, como siempre. Pacquiao ha tenido problemas con gente que tira mucho (Morales, Márquez, Bradley), pero este rival del sábado tira poco, y entonces Manny podría encontrar un túnel de entrada a su vulnerabilidad, penetrar los brazos en adarga, aprovechando la inacción ocasional del fantástico negro de Las Vegas. ¿Va a encontrar el camino de entrada? No sabemos, amigos, habría que ser Dios. No sabemos. Entiendan que nunca sabemos si lo que puede suceder sucederá. Si lo supiéramos, las peleas no serían tan interesantes.
Floyd tiene veneros de gran talento, camuflados y no, aunque muchos lo señalen como un apóstata del boxeo, y esa alfaguara de recursos podría mantenerlo lejos-lejos del filipino. Es lo que él quiere y necesita, cual si lo dictara el oráculo de Tebas. Será estrategia contra estrategia. La pelea no va a ser grandiosa en violencia, pero puede ser estremecedora en la lucha del ‘te busco, te alcanzo’ y del ‘jamás me encontrarás’. En el minuto a minuto va a ser de una expectativa apoteósica.

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Los dos son geniales, y son variables. Mayweather no puede hacer lo que hizo en el cuarto round de la primera pelea con Maidana: tiró 24 golpes y colocó 14. Se suicidaría. Tendrá que trabajar, especialmente en los primeros rounds de la lucha. Manny crecerá mucho al principio y después bajará el rendimiento. No tiene ya edad para otra clase de aventuras. Contra Tim Bradley, en la segunda pelea, tiró más de 50 golpes en los primeros dos rounds pero tiró sólo 30 en el round 11.
Lo que menos me preocupa es lo que parece preocupar a muchos. Si la contienda va a ser buena o mala en términos pedestres. La pelea es importante, y si no es un agarrón de esos que convierten al ring en una carnicería, igual la quiero ver. Durán y Leonard, la primera, “la única vez que pelearon”, como me gusta decir, no fue una pelea buena, fue mala, pero está en la historia, y fue el triunfo de la mejor estrategia (la de Durán) de todos los tiempos para lograr lo imposible sobre un ring de boxeo.
Efectivamente, los grandes boxeadores son gladiadores sobre el ring, pero también son actores, simuladores impenitentes. Juegan a esconder activos, a enmascarar recursos. Quisiera ver qué saben los que creen saber cómo va a resultar una gran pelea, sobre el funcionamiento de la psicología de cada boxeador, de la capacidad de cada uno para tensar el rendimiento de ese día, del dominio mental sobre el contrario. En la descolorida conferencia de prensa del 11 de marzo,cuando anunciaron la pelea, hubo algo, una sola cosa digna de observarse, y fue el discurso de Mayweather: “el que perdió una pelea la derrota la tiene clavada ahí, en el cerebro”. Fue un buen avance para decirle a Pacquiao “a mí no se me gana, a ti sí se te gana”. No sé si el dardo se clavó, no sé si la intención de molestar penetró la piel del destinatario, ni sé siquiera si eso es verdad, pero estas maldiciones suelen hacer daño. Muhammad Alí socavaba la mente de sus enemigos, y a algunos los hacía añicos antes de que subieran a pelear. A Sonny Liston lo humilló diciéndole ‘oso feo’ y a Patterson lo minimizó con fuerza avasalladora llamándolo ‘conejo’. Un golpe al intelecto a algunos individuos los lastima más que un puñetazo en la nariz.

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Mayweather tiene eso y tiene otras cosas de Alí. Ese echar la cabeza hacia atrás para evitar golpes, y la rapidez de piernas para dejar de ser blanco. Y el ingenioso uso de las cuerdas. Manny le pegó hasta cansarse a Antonio Margarito, que le ponía la cara, pero Mayweather nunca la pondrá.
Pacquiao es un fenómeno de este tiempo porque su boxeo es belleza en movimiento, y por su humana capacidad de seducción. El que lo conoce lo quiere. Mayweather es otro fenómeno de la época, identificado con valores menos refinados. Tiene la elegancia rebuscada que se suele encontrar en algunos boxeadores de color, la que tenía Sugar Ray Robinson, por ejemplo. Y tiene una fantochería a flor de piel que es toda suya. No es Mahatma Gandhi, el cabrón. Pero si rascamos debajo del maquillaje también hay en él un infinito talento para boxear.
Uno muy querido, el otro no. Se renueva en un ring de boxeo la eterna lucha entre el bien y el mal.
Hay mucho de admirable en los dos que van a guerrear para resolver este acertijo.
Debe haber sido 1980, en Las Vegas. Un día José Sulaimán me invitó a que lo acompañara a comer con Jim Brown, el fabuloso atleta negro del futbol americano que Bert Sugar Randolph coloca como número uno de toda la historia en su libro “The 100 greatest athletes of all time”. Resuena con fuerza en mis oídos una frase de Brown: ‘Para medir a los deportistas importan los momentos extremos, y en los momentos extremos triunfa el que es capaz de hacer un esfuerzo sobrehumano, lo que no pueden hacer los demás’.
Tendrán que pelear, no todo puede ser fintas y amagos. No queremos labradores sin siembra y sin cosecha. Floyd Mayweather enfrentará a un coloso de enjundia descomunal. Manny Pacquiao se las verá con un mago de la ilusión, un nigromante, el Houdini del boxeo de estos días. Las piernas del filipino, sus armas decisivas, lo acercaron a Cotto, a Margarito, a Clottey, a De la Hoya. ¿Podrán acercarlo a Mayweather? Tampoco lo sabe nadie. Es un gran enigma. Después de haber peleado con Floyd, Carlos Baldomir lo definió así: “Es un palo enjabonado”.
Tendrán que encontrarse. Alguien dijo una vez que el que es gallo canta también la mañana del día en que va a terminar en la olla.
Lo que está en juego es el tamaño de ganador y perdedor en la historia del boxeo. Lo que había que hacer para llegar hasta aquí, ya lo hicieron. Falta el desenlace de esta historia inquietante y final.
Amén.