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Gachupineando
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Carlos Ruiz Villasuso

7, octubre 2019 - 23:47

Gachupineando

Censurar la cornada

Me resisto a ser un papanatas, continuador de las doctrinas de esta sociedad que dice que hay esconder la realidad irrenunciablemente humana del dolor, la sangre, el sufrimiento. La Plaza México y otras tantas, se han sumado al modelo comunicativo de la censura del dolor, por el qué dirán los que creen que este mundo son los mundos de Yupi, un cuento virtual, un mundo sin dolor. Una hipocresía. Un falso mundo.

Si el toreo oculta y censura su irrenunciable lado del dolor, que va pegado de forma natural y heroica al éxito, se convierte en una hipocresía. En un simulacro. El toreo sin cornada no es toreo porque la fiesta es, también, cornada. No el morbo por el morbo, sino la verdad inmaculada que consiste en que el ejercicio de este arte conlleva la herida. Si. La herida de carnes abiertas y partidas de los más jóvenes, en un menaje humano universal que dice que, para lograr ser, hay que sufrir.

Censurar la imagen de la cornada es censurar el arte del toreo. Es claudicar ante el mensaje hipócrita de los animalistas y prohibicionistas. Es bajarse los pantalones y enseñar las nalgas a la hipocresía admitida. El toreo, señores responsables de la imagen de La México, alto y claro, es herida en carne y huesos quebrados de la misma forma que lo es un indulto, una salida en hombros. ¿Qué sería del toreo sin la herida? Un nada simulado al alcance de cualquiera, del más vulgar, del menos capaz, del menos arrojado del más cobarde, del menos talentoso. Censurar una cornada de un torero en La México es despreciar y vulgarizar a quien la sufrió.

Es faltar al respeto al toro bravo, que embiste y reparte dolor y triunfos desde que el toreo es toreo. Es faltar al respeto al hombre al que se le va la vida en la habitación del hotel, es faltar al respeto a la decisión magnífica de ser torero, que no es otra cosa que admitir que la herida es tan cierta como posible. Exijo el fin de esta censura inútil, este robo de la natural esencia del toreo. Esto no teatro. Esto no es cine. Esto es la vida real.

Las imágenes de Paquirri en Pozoblanco no son morbo, sino imágenes de hombría, de lección de honor, de lección de valor: “tiene dos trayectorias, una para acá y otra para allá, doctor, usted tranquilo”. ¿Recuerdan? Pues den honra a ese momento, a ese hombre y otros hombres. Otra cosa que es que medios ruines y mezquinos hayan hecho uso mezquino de ellas. Pero el pecado de una sociedad que se inclina hacia el lado de un buenismo hipócrita y falsario sin dolor, de una vida sin muerte, de un éxito sin ganarlo por güevos y talento, es el error más grave que se le puede hacer al toreo. Y es el principio de un mensaje: no pasa nada. Aquí no pasa nada. Aquí no se sufre de verdad, no se sangra de verdad, no se muere de verdad. Y seremos purito teatro. Y que la México anuncie Juego de Tronos en pantalla gigante y venda hamburguesas y coca cola